Hoy en día reina la miseria, cuya oscuridad solo es visible en las
almas de los mortales y la luz es dorado artificial. Y las voluntades vivas,
las que sobreviven, son azotadas por la realidad menguando su voz hasta el
silencio.
Nuestra felicidad se basa en sentir por los que no sienten, ver el
mundo a través de una pantalla. Y amamos objetos, en un mundo en el que la
apatía es humana. Pero es aquello que más nos daña lo que nos hace auténticos.
Se menosprecia la verdadera belleza, aquella que surge de dentro, y se intercambia por miradas quebradas. Porque si los que creen profesan odio, no se puede creer en nada. Y la esperanza se diluye a favor del diablo, que nunca tuvo cuernos pero siempre caminó sobre la tierra.
Seres humanos, que nunca fueron leales, que nunca serán
recordados. ¿Dónde quedaron aquellas personas que jamás vendieron su alma? Que
permanecieron firmes frente a la tormenta, que jamás dejaron atrás a una
presencia en pena.
Gente que con un pensamiento podían cambiar el mundo, que su bondad
brillaba con luz propia. Aquellos que daban la vida ayudando, sin esperar
ganancias ni éxito. Héroes que compartían hasta las sonrisas, por si la
esperanza flaqueaba. Héroes, no de grandes hazañas, sino de grandes actitudes.
La existencia de ciertas personas, amabilidad eterna que poseen,
nos demuestra que se puede vivir siendo correcto. Un correcto espiritual, un
correcto que no daña por envidias, un correcto que da, un correcto que nos
enseña una vez más que se puede ser feliz sin perjudicar. Seres, y sí, humanos,
que descubren las inquietudes en nuestros ojos y las eliminan. Con unas
palabras, con unos gestos, con pequeñas acciones que siempre pasan
desapercibidas. Nunca se nos debe olvidar que existen estas personas, porque
entonces siempre habrá recuerdo de que sí se puede. Que se puede cambiar el
mundo con tan solo palabras.
La gente ya no cree en héroes en nuestra era. No creen que haya
existido alguno porque no conocieron a mi padre.
Una vez más nos sorprenden y nos sentimos simples mortales ante su
supremacía, como si fueran ángeles o Dioses. Y ahora tú también sabes que no
son leyenda.
Texto dedicado a mi padre, leído por Bea, en un día como hoy tras un año de la muerte de mi padre. Un 28 de diciembre.
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