El Marco Embrujado



Si alguna vez os habéis topado con un demonio conoceréis aquella sensación. Al principio no le tendréis miedo, porque se disfrazará para vosotros. Querréis acercaros, para tocarle, para sentirle, para conocer que hay al otro lado. Cuando se quite la máscara el peligro acechará a vuestros instintos animales, pero ya será demasiado tarde para retroceder. Será tarde, incluso, para tener miedo. 

El Marco Embrujado


Era tan solo una puerta que daba a otra puerta, así de simple. Pero lo que contenía aquel metro cuadrado no era para nada sencillo. Ni siquiera me percaté de cuando comenzó a ocurrir, fueron mis amigos los que me revelaron este suceso, porque ellos también lo habían experimentado. Mi pasillo, largo y en forma de ele, les ponía los pelos de punta. Mi casa tiene un corredor que es el más largo que haya visto. Si lo recorres te lleva a todas las habitaciones, comedor, cocina, baño, dormitorios. En la primera sección de la ele está la entrada, el comedor, la cocina y el primer baño. Allí todo parece tranquilo, solo la esquina de la ele comienza a asustarte, porque las sombras engullen la poca luz que entra desde las ventanas de las habitaciones colindantes. En la segunda sección de la ele está mi dormitorio, la primera, uno de invitados y, finalmente, el de mis padres. Esta puerta final, que cierra el ciclo serpenteante del pasillo, tiene tras de sí el baño. Las dos puertas se superponen. La última, el baño, siempre cerrada. La primera era solo un marco que permanecía abierto ocurriera lo que fuere. Entre ellas había un tramo de apenas un metro cuadrado, pero era suficiente para desatar la pesadilla.

Pero, ¿a mí me aterrorizaba? No. Salía de mi cuarto y miraba hacia la derecha. Yo sentía atracción, algo en aquel marco me llamaba. Me obligaba a mirarlo, perdiendo la noción del tiempo mientras allí, en esa oscuridad, no había nada. El marco era el blanco, la puerta cerrada de tonalidad chocolate era el negro, entre medias el purgatorio. Al pasar por delante no podía evitar girarme para mirarla, la doble puerta, la puerta enmarcada. Había una atracción extraña que te obligaba a mirar hacia ella, un susurro leve, una punzada en la nuca, mezcla de erotismo de la estética y de terror de lo inexplicable. Cuántas veces habré quedado prendado por su brujería, sin explicarme por qué me apasionaba tanto. Cuando mis amigas comenzaron a temblar al recorrer mi pasillo comprendí todo. La bóveda que hace de portal a otros mundos. Un diorama de la perdición que pasa desapercibido, pero que la intuición detecta nada más se cruza con tu mirada.

Pero, ¿qué ocurre realmente en ese pasillo? Nada más cruzas la esquina la temperatura baja drásticamente. Las energías vuelan deprisa, demasiado deprisa. Lo ves, saludándote a lo lejos, el marco. Te acercas, tu vello se eriza, caminas más deprisa queriendo llegar a la habitación, quieres cerrar la puerta tras de ti. Estás a salvo. Pero algo te detiene cuando estás frente a ella, el marco es una hechicera. Es como un horizonte de expectativas. ¿Por qué parecía tan bella? La hermosa estética te paraliza, como si se tratara de una obra de arte. La hipnosis te impide que te des cuenta de que te has pasado un minuto mirándola, pero aquello solo me ocurría a mí. Tras la conversación con mis amigas, una buena mañana me percaté de aquel hechizo. Aquel día me di cuenta de que no podía apartar mi vista del marco de la puerta.

—Joel, la has llamado ella. ¿Por qué has dicho eso? —dijo Mariam.

Quizá siempre lo había sentido, la lucha de la dualidad en mi interior como una guerra civil que me destruye. El bien y el mal llamándome desde orillas opuestas. Pero yo siempre había elegido la oscuridad, porque allí estaba mi corazón. Allí veía bondad. Y la luz solo me parecía de oro, falsaría y engañosa, porque no puedo confiar en un Dios. Simplemente no puedo. ¿Qué dios arrancaría la vida de mi padre de esa manera? Solo al recordarlo me enfadaba con el marco, como si fuera su culpa. Sin embargo, continuaba mirándolo, quizá esperaba que algo saliera de allí y me socorriera. Me sacara de aquel pozo de agua infinito. Cuando ese portal se abrió, di un paso más a esa oscuridad infernal y no me arrepiento.

No importaba de noche o de día, siempre era la misma sensación. Intentamos hacerle fotos, pero ninguna era capaz de captar lo que se siente, ese aviso de peligro del instinto salvaje. El curioso principiante quiere acercarse, tocar, sentir, conocer el otro lado, pero será demasiado tarde cuando le miedo le atrape. Así era esa puerta, un depredador feroz. Una trampa para los sentidos, un beso de miel para los mortales que, inocentes, idealizamos a abusadores, adoramos a asesinos. Nos gusta ser esclavos, vendemos nuestras almas al primer diablo. Y yo seguía pensando que allí no estaba seguro, pero que aquel acantilado frente al mar era mejor que salir a la realidad para engullirla. Y no sentía más que ojos a mi alrededor, pero deseaba que uno de ellos fueran los de mi padre, que jamás volvería.

El no pegar ojo, sinfonía de crujidos y estiramientos de paredes, pasos y rasguños sutiles. Las paredes se estiraban constantemente durante las noches, parecía que un mueble se había caído en el piso superior, pero el mío era el último. Así de fuertes eran los ruidos y todos provenían de aquel marco de maldiciones. Pasaron las semanas y yo seguía hipnotizado. Por las noches no conseguía dormir a pierna suelta, pero continuaba mirándola, mirando al marco, la miraba siempre antes de entrar. Me paraba, seguía preguntándome que magia suya me había hechizado, era aquel amor que siente un artista por una obra magnífica, por la suntuosidad de un trazo. Tan bizarro que jamás se me ocurrió contárselo a nadie, pero ¿qué iba a decirles? ¿Qué mi puerta era hermosa? ¿Qué escondía algo que solo podía intuir como terrible? Un mirar, en aquella penumbra de dos soles, donde era sombras y estrellas, para ver si algún movimiento asomaba de entre los marcos, pero nada se veía nunca. Yo no sabía ver en aquel entonces. Pero lo que define el terror no es la visión, sino el sentido, la vibración que eriza nuestra piel, sentir que algo te está arrastrando. No importa monstruo, susurros o sulfuros, la vibración nos acompaña en nuestros terrores. Es aquello que, aunque todavía no lo sepas, no te deja dormir por las noches.

Los humanos somos capaces de descubrir las cotas de odio, pero yo, en cambio, sentía una extraña gravedad, como si el marco supiera qué debía contener para cautivarme. Sabía que yo me decantaba por aquellas vibraciones oscuras, sabían que yo había estado a ese lado no mucho antes, que yo había invocado demonios en esas paredes, que había hecho rituales que otras brujas llaman prohibidos. Por eso, quizá, yo no notaba la maldad en el marco, sino que lo adoraba. Evitaban a toda costa atravesar el pasillo y, mucho más, a oscuras. En aquel entonces no había hecho más que comenzar, mi casa era una armonía, pero poco a poco la oscuridad invadió el pasillo entero, la casa entera. Y ya casi no queda nada libre de sus influencias. Con el suceso in crescendo, un preocupado comentario de Mariam, una amiga que había vuelto temblando de visitar el poseído pasillo.

—¿No has visto al niño que tienes ahí bajo el marco?

Me giré para mirarlo, la doble puerta de nuevo ante mis ojos. Un crujido sonó en el pasillo y creí que el marco se desprendería. Pero no sucedió nada, solo el eco del crujido. Lo único que permanecía intocable era mi dormitorio. Y no podía dejar de pensar en eso, ¿qué mantenía mi habitación limpia, además de las velas que los incitaban y los inciensos? Ahora solo tengo una respuesta. Era mi padre. La lucha había comenzado, pero yo tenía las de ganar. Él estaba conmigo.

—No, no es un niño —dije yo.

El aura de atracción, los avisos de la conciencia, la hipnosis. El amor, más que el odio, que sentía, a pesar de los miedos que desataba en todos mis invitados. Solo podía significar una cosa, que yo estaba acostumbrado a aquella energía de antemano. Se escucharon unas garras arañar las paredes. Unos pasos se acercaron. La luz se cortó.

—Es un demonio.


Foto real del marco

Fin de la primera parte

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