El Angel Malik


Me tumbé en la cama, me arropé cómodamente y cerré los ojos. La luz había sido apagada hace rato, pero yo me había dedicado a mirar al vació en la completa oscuridad, reflexionando sobre conceptos e ideas descabelladas que hacía días rondaban mi cabeza. Suspiré profundamente y decidí que iba a dormir, que ya pensaría en ello otro día, o que mejor sería olvidar esas ideas absurdas. Mis brazos se sentían pesados, percibía mi cuerpo flotar sobre el mar profundo, las imágenes en mi cabeza se fueron diluyendo y finalmente desaparecieron al ser absorbidas por los sueños.

Abrí los ojos y observé que me encontraba en medio de la ciudad, en medio de un cruce muy importante, donde siempre los coches iban con prisa y los cláxones sonaban sin cesar entre el ajetreo y el estrés, incitando al semáforo a realizar su tarea con un poco más de prisa. Pero allí no había coches ahora, la calle estaba desierta, en las tiendas no había nadie. Me alarmó el hecho de que las ventanas de dichas tiendas estuviesen rotas, como si una gran explosión lo hubiese causado, entonces me di cuenta de que la ciudad parecía en ruinas. El bosque comenzaba a adentrarse en la ciudad, creando flores silvestres aquí y allá entre las grietas del suelo, y los edificios parecían casas encantadas. Miré a mis pies y vi una mano que intentaba agarrarse con desesperación a mi pierna, era una mujer, herida, parecía desolada y en su rostro se podía ver la angustia. Miré un poco más hacia delante y vi que todo el suelo estaba cubierto por cuerpos putrefactos, la mayoría de ellos muertos, otros estaban vivos, experimentando el proceso de putrefacción de la carne en vida. Parecía una visión moderna y macabra del infierno. Todos ellos lloraban, gemían, gritaban y rezaban al señor plegarias, pedían la salvación, el perdón de sus pecados, una y otra vez. En medio de ellos había un ser maléfico, una sombra espectral que les causaba pavor, y cada vez que la mirada de ese demonio se dirigía a uno de ellos, se podía ir un grito desgarrador, como si con tan solo una mirada pudiese hacer hervir cada célula de su cuerpo, calcinando cada sentimiento de esperanza hasta que se hacía pedazos la conciencia. La sombra tenía unas alas, no pude distinguir cuantas pero más de dos florecían de su espalda y, a pesar del miedo incondicional que causaba en los cuerpos casi sin vida de los atormentados, yo le miraba y no conseguía instigar esa sensación en mí, no conseguía que el miedo creciera. Su aura negra era absorbente y hipnotizante, su mirada era de algún modo seductora, te arrastraba como un agujero negro y finalmente te engullía.

La figura señalaba al cielo, donde un sol cobrizo reinaba sobre toda la ciudad maldita, su dedo descompuesto me lo señalaba a mí, pues el ser demoniaco me miraba con desconsuelo. Era una mirada triste, un grito de socorro, una mirada que a veces titubeaba con recelo. Veía caer lágrimas por sus mejillas, una mueca de tristeza profunda que me hacía sentir una pena tan extensa como el infinito. Me miraba pidiéndome ayuda, como si yo fuera su última esperanza, enviándome este mensaje codificado que no lograba descifrar. Sus ganas de vivir se basaban en anhelo de una salvación, señalándome el sol. El espectro me miraba desolado y yo sentía pena por él, hubiese deseado con toda mi alma socorrerle pero no podía comprender lo que intentaba decirme, su mensaje era todo un enigma. No comprendía nada.
v Di unos pasos hacia él, con desconfianza, pero a pesar de mi miedo mis pies avanzaban casi sin mi consentimiento. Cuando pude adentrarme en la sombra que el ser producía, cuando pude acostumbrarme a esa densa oscuridad, diferencie el cuerpo del demonio y no era más que un niño, un niño abandonado que necesitaba un regazo al cual agarrarse.
v Desperté de repente en mi habitación otra vez, aturdida y sobresaltada por el sueño que acababa de experimentar. Aun no comprendía que me quería decir esa sombra, pero supuse que los sueños son solo sueños y que no debía darle la mayor importancia, pero jamás había tenido un sueño tan extraño en todo lo que llevo de vida. Me levanté y me preparé para salir a trabajar, como todos los días, me puse una camisa con una americana y una recatada falda bastante formal. Las botas eran bastante cómodas para andar, así que decidí ponérmelas y coger el transporte público, en vez de instar a mi compañero de piso a que me llevará. Un café rápido fue el único desayuno que pude permitirme, el sueño tan profundo que había tenido tuvo como consecuencia que el despertador pasase desapercibido. Cogí mi bolso, metí los utensilios necesarios para el día a día y salí de casa sin molestar a nadie, pues sabía que, a diferencia de mí, la gran mayoría no trabajan los domingos.

Ande unas cuantas calles hasta que llegué a la parada de metro, no tuve que esperar demasiado ya que acostumbraban a ser puntuales. Cuando las puertas se abrieron el vagón estaba vacío, lógico, quien se levanta a las 6 de la mañana un domingo, hay gente que debe seguir todavía en el after. Mi viaje era un poco largo, pero saqué una revista de mi bolso y comencé a leerla, mientras el metro hacía varias paradas.

—¿Qué es lo que quieren? -una voz apareció de repente, alcé la vista sobresaltada, intuí un hombre sentado frente a mí, con aspecto desaliñado y extravagante. Me asuste un poco, sin saber porque.

—¿Perdone, ¿ha dicho usted algo? —intenté mantener la calma, tan solo era un hombre.

—Qué es lo que quieren los demonios, ¿usted lo sabe? —Me miró con una sonrisa, mientras se encendía un cigarrillo. Pensé que era una falta de respeto y una imprudencia, pero a decir verdad no había nadie salvo él y yo, así que no debía darle tanta importancia.

—No entiendo su pregunta, no sé qué me quiere decir —Sin duda un personaje muy extraño el que se encontraba en ese instante sentado a mi lado, frente a frente, su mirada me atravesaba y resultaba bastante incómodo. Sentía como si pudiese ver bajo mi ropa, era una sensación parecida, pero no era la desnudez la que me importaba.

—¿No lo sabe? ¿No sabe que quieren los demonios? No ha prestado atención. No, para nada. Estoy decepcionado, ¿sabe? —Le dio una calada al cigarrillo y miro al exterior del vagón, había hecho otra parada, tras esto me miró y sonrió mientras expulsaba el humo—. Esperaba más de usted.

—No sé quién es usted, pero le agradecería que me dejase tranquila —Mis nervios aumentaban, el miedo se extendía por todo mi cuerpo y no podía quitarme de la cabeza el sueño, los ojos de la sombra se parecían a los suyos. Me levanté y me dispuse a bajar en la siguiente parada, a pesar de que no era la mía. Esperaría a otro y si él me seguía buscaría algún guardia de seguridad.

—No tenga miedo, tranquilícese, mujer —Me ofreció un cigarrillo—. Relájese —lancé el paquete al suelo, rechazándolo. Él comenzó a reír y se levantó, poniéndose detrás de mí, mi piel se erizó, el pánico era en ese momento el único sentimiento que en mi nacía, solo quería salir de allí.

—Por favor, déjeme en paz —comencé a sentirme muy mal, me temía lo peor. Tenía mucho miedo. Se acercó a mi oído, aparto mi cabello y puso sus labios muy cerca, tan cerca que podía sentir su respiración.

—En tu sueño me tenías más cariño —susurró. En ese momento pensé en desmayarme o al menos intentar fingirlo, también pensé en darle una patada en las partes más delicadas del varón, pensé en atizarle con el bolso, por muy patético que pudiese parecer, o empujarle y correr hacia otros vagones.

—¿Qué quieren los demonios? —Sin saber por qué, formulé la misma pregunta que él había formulado momentos antes, mis labios se movieron y pronunciaron dichas palabras.

—Buena pregunta, estaba esperando que me lo preguntases —Se alejó de mí, me di la vuelta para mirarle a los ojos, los mismos que los del espectro, pero su mueca era diabólica, pícara y, porque no decirlo, atractiva a pesar del miedo que sentía y del repentino odio que profesaba por aquel hombre que acababa de conocer accidentalmente.

—No seas maleducado y responde —estaba decidida a saber que tramaba aquel engreído.

—La caída de Babilonia —tiró su cigarrillo al suelo y lo pisó. Cuando alzó la cabeza me sonrió nuevamente, tenía una sonrisa que te obligaba a que te encantase, pero al mismo tiempo el odio era inevitable, era una de esas sonrisas—. Esa es la respuesta a tu gran enigma —Le miré desconcertada, sin duda era un loco, un demente, me sentí estúpida por seguirle el juego. Me dispuse a salir del vagón y salir corriendo, pero una muchedumbre difusa entró, arrollándome, y, sin saber cómo, me desmayé.

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