La envidia de la felicidad ajena



Estamos en un plan últimamente que no he podido evitar pensar: ¿esta gente, humano invencible, tendrá algún problema serio de autoestima? ¿Es simplemente el mortal malvado y cruel por naturaleza? Algo propio e innato de la humanidad, pues hasta las bestias más inmundas sienten compasión. La envidia, esa que te hace desear lo que otros tienen, pero además de eso que ellos no lo tengan.

Hoy en día se envidian objetos materiales, evidentemente, pero lo que más codicia la gente es aquello que no se puede comprar: la felicidad. Damos un paso hacia atrás en la evolución personal queriendo que el resto de seres vivos sean tan miserables como nosotros, tan solo porque no somos capaces de aceptarnos y vivir en paz con nosotros mismos. Y  por ello hay tanto odio, porque la gente proyecta sus frustraciones en los demás.

A los mediocres les molestan los genios, aquellos que tienen talento o una facilidad genética para algo que ellos pueden o no compartir. El hecho es que la existencia de personas, cuyas facilidades en ciertas tareas es vidente, les frustra todavía más. ¿Cómo es que yo tengo que estudiar cinco horas todos los días y tú con que te lo mires media hora antes sacas más nota que yo? ¿Cómo es que yo, que he ido toda mi vida a clases de canto, soy superado por un amateur como tú que no ha ido jamás a clases? ¿Cómo es que yo me tengo que matar a trabajar para conseguir las cosas y tú tienes facilidades? La sociedad quiere que todos tengamos las mismas oportunidades, pero jamás se fijan en nuestras capacidades. Nunca será justo pedirle a un pez que escale un árbol o pedirle a un albatros que corra la maratón.

Algo injusto es que una persona utilice su estatus social, su dinero o sus contactos para tener facilidades que otros no podrían tener. ESO es injusto porque se trata de enchufismo, un regalo inmerecido. Pero otra cosa muy distinta es que alguien tenga facilidades porque, simplemente, nació así. Al igual que hay gente que se le dan bien las matemáticas y otros la literatura. Es cierto, hay gente con talento que será mejor que tú y que habrá trabajado mucho menos que tú. Cada uno tiene unas capacidades y ha de trabajar con ellas. Rendirse forma parte de una decisión propia, nunca culpes de tu rendición a factores ajenos a ti.


Es la era de los calificativos y las etiquetas, instrumentos que usamos para calificar de algo negativo a alguien sin tener que dar argumentos lógicos, un comodín que nos sirve para ganar un debate sin tener que descubrirnos y hacer saber que somos unos ignorantes. Las etiquetas son muy cómodas, pero también son opresivas, pues definen e influyen. Y a veces, aunque las definamos nosotros mismos, nos estamos limitando. Por ello hoy en día están tan de moda las etiquetas, porque con ellas señalamos personas, comportamientos e ideas que odiamos, pero también para aquellas frente a las cuales no podemos responder de manera correcta. Es una vía de escape.

Y a veces, las categorizaciones se usan para encasillar e insultar injustamente. Es como el miedo, se expande, una vez uno lo contrae es como una epidemia, abarca a todos los presentes y se unen al espectáculo. Por ello hemos de reservar las categorías y etiquetas para otros menesteres, pero no para nosotros. Los humanos somos más que tres palabras encajadas bajo nuestro avatar. Somos más que pantallas y torres, somos más de lo que mostramos en Internet. Y a veces, somos mucho menos.

Por ello hoy en día se usa "Special Snowflake" (copo de nieve especial) para señalar a aquellas personas que están orgullosas de lo que son y son felices consigo mismas. Personas que no hacen daño a nadie, pero que dañan vuestra frágil autoestima. Así como hoy en día se usa "cuñado" para resaltar que eres un ignorante que no sabe argumentar eficazmente y prefiere etiquetar y marcharse con un ilusorio aplauso. Insultos, que jamás nos aportarán nada positivo en un debate político, sino más bien alejar posiciones entre los interlocutores y ponernos a nosotros mismos en evidencia. ¿Dónde quedó el diálogo?




La sociedad está dirigida por mediocres que te dirán que no debes ser especial, que no debes destacar, porque lo que desean es que todos seamos iguales. Igual de corrientes. Todo debemos tener las mismas oportunidades, pero para ello deberemos menguar los dones de los talentosos, crearemos un sistema en el que evaluaremos a un pez y a un mono de la misma manera: por su habilidad de escalar árboles. Y así los mediocres creerán que han ganado, que tienen posibilidades, que son mejores, porque el sistema impondrá un modo de pensamiento, un método de sabiduría único, siendo el resto de inteligencias inútiles. Porque sí, es más fácil minimizar sus logros, ignorar sus virtudes, destruir sus sueños, corromper sus esperanzas. Es mucho más fácil que igualar peldaños y crear un mundo lleno de soñadores.


La falsa diferencia

Cuando todos son diferentes, todos son iguales. ¡Cuidado! Porque ellos han creado una nueva estrategia. Ellos, los que gozan en los palcos mientras el león nos arrasa. Cuando ya ser iguales no está de moda, entra en juego la falsa diferencia. Pareces diferente, pero no, eres lo mismo, solo que ahora lo "igual" es aquello que siempre fue rechazado. Y entonces la moda de la diferencia vuelve a la misma variable.

¿Dónde están los límites de la soberbia? Mucha gente pretenciosa cree que puede alardear sin cuidado, ser especial por cualquier cosa, incluso sin llegar a serlo realmente. ¿No es la humildad una virtud? Sí, pero admito que estar orgulloso de uno mismo también tendría que serlo (aunque realmente sea un pecado capital).


Muchas veces es mejor no juzgar. Las opiniones son válidas siempre, siempre y cuando sean respetuosas o, si son irrespetuosas, en privado. Porque seamos sinceros, todos tenemos una opinión sobre cualquier cosa, pero hemos de saber cuándo compartirla. Al no conocer cada caso concreto y específico que nos rodea, podemos equivocarnos al opinar y ver en los demás una tara que no existe. Quizá, esa persona que ves como un gris oscuro tiene un mundo interior rico en tonalidades.

Las personas son universos y en cada uno de ellos hay unas leyes, es normal no comprenderse cuando nuestras leyes chocan. Pero somos humanos, nuestro deber es intentarlo.

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