Los gatitos ya no me parecen tan adorables



O como la humanidad evolucionó de la pasión más motivadora a la desidia más absoluta.


Antes veíamos un tobillo y nos llenaba la concupiscencia, la lascivia controlaba nuestras extremidades y podíamos dar rienda suelta a nuestras fantasías con tan solo la visión de una parte tan inocente del cuerpo humano. Hoy pueden colocarnos a una mujer desnuda frente a nosotros, obrando las barbaridades más indecentes que un ser vivo de cualquier universo se pueda imaginar, que no sentiremos nada.




Esta es la historia de cómo perdimos la pasión por la vida y abrazamos la apatía, en este y en cualquier ámbito conocido.



Los gatitos ya no son tan adorables a la vista, porque hemos visto tantos que estamos insensibilizados frente a su adorabilidad. Ahora ya necesitamos un grado superior de ternura, algo más adorable que un gato. O algo que jamás fue adorable, como una cría de murciélago, una serpiente, un ornitorrinco, una araña. Ahora que todo es adorable, necesitamos etiquetar de tierno lo que jamás lo fue, lo que siempre nos incito rechazo. La desvirtuación de la belleza.


La belleza se convierte en singularidad, la singularidad en fealdad, la fealdad en grotesco:

Vemos una chica hermosa, pero no lo parece porque hemos visto tantas chicas bellas que ahora ya no nos sorprende. Y por ello buscamos lo vulgar, lo andrógino, lo feo, lo desgarbado. Personas con detalles de belleza singulares, que anteriormente nos podrían haber desagradado, pero ahora nos apasiona porque estamos tan hartos del canon de belleza establecido que necesitamos reinventar la belleza y buscamos aquello que jamás fue bello.


Por eso ahora la androginia está tan de moda, ¿podría ser? Lo sensual se convierte en lo sexual, lo sexual en lo vulgar.


Un simple roce de manos no es suficiente, una mirada no nos llena, tampoco un pecho o unas nalgas, queremos más, queremos algo vulgar, atrevido, lo nunca visto. Prácticas obscenas deleznables en otros tiempos que ahora se propagan como la peste, porque hasta estamos hartos del sexo, de hacer siempre lo mismo, de estar siempre dentro de lo genérico; neutro, gris y más hastío. Por ello, nos liberamos, dando rienda suelta a todos aquellos conceptos sexuales que bloqueamos en el pasado y salen disparados de la manera más violenta posible, creando extremos asquerosos.


La empatía se convierte en aversión, la aversión en odio, el odio en sadismo:


Estamos acostumbrados a la sangre, al sufrimiento, al odio. Y no, siento mucho decepcionaros a todos, no es por culpa de los videojuegos, es culpa de la sociedad. Donde mire nuestro ojo hay guerras, dolor, racismo, homofobia, rechazo, intolerancia. Nos obligan a odiarnos y eso provoca que nuestra sed de sangre crezca, podemos ver a alguien morir en pantalla y reírnos. Podemos presenciar un suicidio, que la pantalla artificial de nuestro ordenador bloquea nuestra empatía y humanidad. Profesamos odio allá dónde vamos, porque nunca nos vemos las caras, porque nos sentimos cómodos odiando a miles de kilómetros en nuestro sillón, porque es una forma de ocultar que en realidad no nos soportamos a nosotros mismos.

Y hoy crece el amor por el gore, género al cual amo (para que quede claro), pero la insensibilidad es tal que hasta a mí me preocupa. Vemos descarnarse a un ser humano y no movemos ni un músculo de nuestra cara. ¿De quién es culpa todo esto? ¿De nosotros? ¿De la sociedad? ¿Qué nos ha convertido en robots dóciles?


Porque nos alimentamos del dolor ajeno, no queremos que nadie sea feliz, porque nosotros NO lo somos. Pero esto, amigos, forma parte de otro artículo.




Como si viéramos la realidad a través de una pantalla, ya no sentimos, no somos, simplemente existimos. La malvada entidad que controla tu mano está más cerca de lo que crees.

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