El Juego de la Escalera - Versión 2



Muere el asesino Raiden Astor

Raiden Astor, residente de la cárcel psiquiátrica de Houston por más de cuarenta años, fue hallado muerto en su propia celda el pasado martes. Se desconoce la causa de su tan pronta muerte a la edad de 55 años.

El director del psiquiátrico penitenciario, James Collins, se ha negado a dar declaraciones a la prensa, aclarando que todo esto es una simple muerte natural y que nada tiene que ver con las absurdas teorías del propio difunto, el señor Astor.

Las enfermeras, empero, han confesado que, desde que Raiden Astor habita en su centro, han ocurrido más de mil situaciones que califican de extrañas. El caso está siendo investigado por la policía. ¿Serán ciertas las historias del fantasma de la casa Astor o mera fábula alimentada por la superstición?

La familia Astor, sin embargo, se alegra en demasía de esta tragedia, sintiendo que con su muerte se ha cerrado un duro ciclo de la vida de su familia. Raiden Astor, acusado a la edad de siete años de asesinar a su hermano, no ha tenido más que encontronazos con la ley desde su estancia en la cárcel de menores de su ciudad natal, Houston.

La historia de la familia Astor es sobrecogedora, pues ¿quién iba a pensar que un niño pudiera asesinar a su hermano, el joven Dylan Astor? Desde entonces Raiden ha estado retenido, con escasos breves momentos de libertad interrumpidos por su propia conducta estridente. Pero esto no acabó ahí, pues se hizo escuchar y se ganó la popularidad del pueblo con su particular teoría del asesinato de su propio hermano.

“Había alguien más en la casa, algo que no era de este mundo”, estas fueron las alegaciones de Raiden Astor, quien fue acusado de asesinato a falta de pruebas que confirmaran su inocencia. Pero las leyendas corren por todos los lares, sobre todo en Internet, donde Raiden Astor tiene club de seguidores que confían en su honradez y en su historia.

Ahora, la familia Astor podrá descansar en paz.




Dejé el periódico en la mesa, mi mujer no había sido capaz de leerlo, pero yo no podía resistirme a la tentación de ojear aquella noticia. De averiguar cómo, una vez más, la prensa se hacía eco de nuestras desgracias particulares, como volvía a resurgir el oscuro pasado del que huíamos tan desesperadamente. Y, a pesar de tanto tiempo transcurrido, las absurdas ideas de mi hijo se habían reproducido y caído en mentes ignorantes que preferían creer en seres sobrenaturales que en hechos científicos. Aquello era lo que más me molestaba.

Nadie había ido a su funeral, de hecho Raiden fue a parar a la fosa común del propio Hospital, cárcel, psiquiátrico, como quieran llamarlo. Y ni uno de nosotros tuvo las agallas de acercarse ni a un kilómetro de aquel lugar. Estaba sentado en la cocina, ya algo antigua en su decoración, en la ventana se escuchaba la lluvia golpear los cristales con violencia. La silla rechinaba mientras me balanceaba en ella, intentando perderme en las luces amarillo chillón de las bombillas, recubiertas de aquel hierro cobre que formaba hojas caídas de otoño. El mismo estilo antiguo y campestre que hacía veinte años.

Mi mujer, Claire, preparaba la comida aquella mañana con el rostro de un alma en pena. El mantel a cuadros de la mesa iba a juego con las cortinas, no pude evitar recordar a mis hijos. Aquel día en el mercado comprando telas para que Claire hiciera con ellas mil objetos útiles para la casa. Y prácticamente forró la villa entera con aquella dichosa tela de cuadros. Sonreí levemente, con cierta nostalgia, siéndome insuficiente el recuerdo.

No se equivocaban, la familia se sentía liberada, pues mi hijo Raiden no fue más que un error de la naturaleza. Por ello no le tengo rencor, pues él no era más que esclavo de sus instintos, fueran los que fueran. Un simple enfermo más de la sociedad nociva en la que vivimos. Pero él será mi hijo, siempre, y estará siempre en mi corazón.

A mi edad no hay lugar para rencores, mucho menos hacia un hijo. Pero nunca encontraré la tranquilidad en vida, pues siempre pensé, e intuyo que mi mujer en secreto también lo hace, que yo fui el culpable del nefasto acontecimiento. Claire, bella mujer para mis ojos, siempre cariñosa y atenta, volvía a tener la mirada que la atormentó desde que visualizó aquella escena. Y juro por Dios que hubiera deseado ser el único castigado con verla, daría lo que fuera por borrar de ella aquella imagen. Pero solo podía lamentarme, como hacía cada día. Porque no pasaba un día sin que recordara a Dylan, y ahora no pasaría un día sin que pensara en Raiden.

—Abery, dejaré las chuletas para esta noche. Un buen caldo nos vendrá bien, ¿no crees? ¿Lo prefieres?

Lo pronunciaba sin mirarme, con su mirada fija en la vajilla que lavaba, pasaba luego a las sartenes de nuevo y las removía, pero sabía que su mente estaba en otra parte. Porque ella tenía el don de obrar automáticamente esas maestrías. Le dije que sí, que no importaba, no tenía hambre.

Mis hijos nunca se habían llevado bien, pequeños diablos es lo que eran. Ambos de cabellos rubios, como los míos, apenas se llevaban dos años de diferencia, siendo Dylan el mayor. Y ese era el punto de discordia entre ambos, pues Raiden no cesaba en el maltrato a su hermano mayor por aquella razón. Dylan, siendo un recién nacido, perdió a su madre en el parto. Y yo a una maravillosa mujer. Pero ese mismo año Claire apareció en mi vida y asustó a cada demonio acechándome, para devolverme la sonrisa. No tardó, pues, en aparecer Raiden en nuestras vidas.

Me levanté de la silla y marché al cuarto de los niños, que estaba tal y como lo tenían por aquel entonces. Dos niños de siete años, os podéis hacer una idea: juguetes de por medio, coches, robots y maquinitas de las cuales ya no sabía absolutamente nada. Algunos dibujos estaban colgados en la pared, sonreí al observarlos de nuevo. Dylan, artista hubiera podido ser, siempre obsesionado con el océano, pintando seres marinos con hermosa técnica. Los dibujos de Raiden eran un poco más simples, con casas de campo dibujadas, enormes y sin jardín, villas centradas en un paraje tecnológico, que siempre tenía un trasfondo bélico. Imaginación, sin duda, no le faltaba.

El pequeño era más atlético, más alto que su hermano y más vigoroso. Jugábamos sin parar a la pelota, al baloncesto y al baseball, mientras Dylan nos miraba y apuntaba los marcadores, con su libreta de matemáticas preferida. ¡A aquel niño ni teníamos que decirle que estudiara! A Raiden, sin embargo, había prácticamente que forzarle a que cogiera un lápiz, y parecía perder energía vital en ello. Las reminiscencias del pasado todavía estaban en el ambiente, como cúmulos neblinosos, con aquel olor a zumo de naranja de los desayunos, a tostadas casi quemadas y el sonido de las cigarras.



Este es el relato que la policía reconstruyó, en base a los testimonios de Raiden, presentes y pruebas del caso.

“Competían constantemente, aunque su padre los controlaba. Pero cuando no estaba… se desataba el caos en la villa y podía oírse desde nuestra casa” testimonio de la vecina, Kelsey Wright.

“Dylan siempre se sintió inferior a Raiden, y este último siempre ha sabido sacar provecho de ello”, dijo Lesslie Astor, prima adolescente de la víctima y el acusado. 17 años.

“Yo creo a Raiden, en la casa de mi tía hay un fantasma, ¡yo lo he visto!”, prima pequeña de los hermanos, Laura Astor, 5 años. Visiblemente manipulada por Raiden Astor, posible sociopatía.


Los hermanos peleaban constantemente por sus madres, ya que según el informe son hermanastros. Mismo padre, diferente madre. Esta diferencia creó un abismo entre ellos, motivando la competencia. Constantes abusos por parte de Raiden a Dylan, confirmados por sus familiares más jóvenes y algún que otro tío, cuyo testimonio es de más confianza.

“¡Se querían! Simplemente Raiden era muy competitivo. Jugaban sin cesar a ser reyes del castillo, pero solo había un trono… ¡ya se puede imaginar!” testimonio de la abuela de los hermanos, Rosemary Astor.




Reconstrucción de los hechos


Los hermanos Astor, tan parecidos que les creían gemelos, estaban aquella tarde solos en la villa. Sus padres aquel día tenían una importante comida con unos amigos, el éxito de la cena supondía un ascenso en el trabajo de Abery, que trataba de hacerse camino en la venta al por mayor de verduras campestres, todo cien por cien natural. Pero al saber que volverían pronto los dejaron solos a sus anchas, cerrando las puertas con llave y asegurando cada ventana, aunque el peligro realmente se encontraba dentro. Abery dejó a Dylan a cargo de todo, prestándole una lista de números de emergencia y del lugar al que se dirigían. Los hermanos sonrieron a sus padres mientras se marchaban, pero nada más cruzaron la puerta comenzaron a pelearse, entre susurros ofensivos hasta que escucharon el coche marchar.

—¡El trono es mío! ¡Mi mamá es la mejor! —dijo Dylan.
—¡Calla bastardo!
—¡No soy eso! ¡Le diré a papá!
—¡Eres un chivato!
—¡Y tú un idiota!

Refunfuñaron ambos airadamente, entonces a Raiden se le ocurrió una idea para averiguar cuál de los dos era el heredero del trono, cuál de los dos merecía tal honor. Una prueba que determinara quién es el mejor. Raiden sonrió, provocando a su hermano, llamóle cobarde unas cuantas veces, haciendo bufonadas frente a él para que le fuera imposible ceder a tal apuesta. Rojo de rabia, Dylan aceptó, sucumbiendo a las estratagemas efectivas de su hermano pequeño. Le preguntó de qué prueba se trataba.

—El juego de la escalera.

Un juego de niños inventando por los hermanos, muy conocido para ellos y practicado. Consistía en subir las escaleras de la casa, desde el sótano hasta el desván, sorteando los obstáculos que cada contrincante le preparaba al otro. Un juego que, en aquella casa, era un auténtico desafío.

El caserón era enorme, constaba de cuatro plantas, sin incluir el sótano y le desván. Aquella villa había sido propiedad de la familia Astor durante mucho tiempo, viviendo el clan entero en ella por varias generaciones. Ahora que cada miembro se había independizado solamente Abery, su mujer y sus hijos vivían allí. La casa estaba destrozada, algo destartalada a causa de las travesuras de los hermanos. Dylan incluso había experimentado allí sus primeros años de vida en ella, su madre había conocido también la casa y en aquel sentimiento encontraba la fortaleza necesaria para cada momento tenso. Bajaron al sótano y se prepararon, estirando como dos atletas antes de comenzar una larga carrera.

—Quien llegue primero gana —Le recordó Raiden.

El primer sprint era el más importante de todos y Raiden lo bordaba. Salió disparado en dirección a las escaleras del desván. Su hermano mayor iba tras él, pisándole los talones, corriendo como liebre también pero sintiéndose ya algo cansado. Sin cesar, subían un escalón tras otro, con miradas fijas al frente, con espíritu determinado a ganar.

En la escalera que daba a la segunda planta había un hueco, obrado por ambos hermanos en una antigua pelea, jugando al mismo juego infantil. Había un gran hueco en medio de tres escaleras, Dylan había caído y provocado aquel agujero, había sido Raiden quién le había empujado con fuerza. El hueco era enorme, para los adultos no había problema en dar una zancada, pero para niños de siete años requería un salto. Era toda una hazaña.

Los hermanos llegaron al peligroso tramo de escalera, decididos a dar el salto.Dylan, con toda su energía concentrada en aquello, logró llegar al otro lado con una sonrisa victoriosa en sus labios. Raiden, sin embargo, tropezó ligeramente y se agarró al pantalón de Dylan. Ambos cayeron escaleras abajo, sintiéndose algo lacerados. El hermano mayor, Dylan, se sintió irritado, pero demasiado temeroso como para contestar con un ataque, miró a su hermano levantarse y despolvarse la ropa. Pero para su sorpresa, Raiden se acercó a él y le tendió la mano, en vez de aprovechar su ventaja o simplemente ensañarse con su cuerpo. Sorprendido, aceptó su ayuda y ambos corrieron por la escalera, siguiendo su camino.

Llegaron al desván, rayanos el uno al otro, sin diferencia alguna en su velocidad. Fue Dylan, sin embargo, el que llegó primero y proclamado el ganador de la prueba. Raiden profesaba ira mientras bajaba al cuarto piso en una rabieta conocida, Dylan le siguió para consolarle, estaba frente a la ventana que daba a las escaleras, pero se topó con unos versos inesperados.

—¿Sabes por qué no te empujé allí abajo? Porque me di cuenta de que es mejor tenerte a mi lado que detrás de mí. ¿Por qué convertirme en tu enemigo y sufrirte, cuando puedo ser tu amigo y usarte? Para que compartas las chocolatinas que sé que te da mamá a escondidas, para que me prestes tus juguetes sin riesgo a que vayas a papá a chivarte, para que me dejes copiar en los exámenes, para obtener todo lo que desee. Cuando lo obtenga, ¿para qué usarte más? —sonrió él.
—Eres un monstruo, por eso papá no te quiere —respondió Dylan.


Entonces, le propinó un poderoso empujón, a sabiendas de que la barandilla tras él estaba suelta. Su hermano cayó por el hueco de las interminables escaleras, pudo escuchar la llegada, el golpe final que le daría la muerte. Y no pudo evitar sonreír con más fuerza.


***


Los días pasaron anodinos y la pesadumbre nos golpeaba cada vez con más fuerza. La casa parecía estar más en silencio de lo habitual, Claire apenas pronunciaba palabra y miraba al horizonte como buscando una respuesta, que jamás encontraría. Llamé tantas veces a la policia que acabé cansado, preguntando por la investigación, pero nada sabían. Causa natural, nos habían dicho. ¡Si ni había llegado a los treinta! Y aunque aquel pequeño fuera un demonio, era nuestro demonio, porque un padre lo es hasta el final, ante cualquier circunstancia.

Aquella mañana el sol había salido, la lluvia torrencial todavía no apareció en escena y salí al porche, a deleitarme con los últimos retazos de calidez que el astro rey que me otorgaría. Café en mano, me senté en una de las sillas de madera, dando pequeños sorbos con parsimonia, hasta que un ligero viento se alzó y tuve que levantarme. Pero al querer entrar en casa vi una carta asomar bajo el felpudo. Sorprendido la cogí, era de Raiden. Mi corazón pareció moverse del sitio y tuve que volver a sentarme.

Una carta para mí, ¡de mi propio hijo, Raiden! Mi mujer no podía creerselo. Claire las rechazó, corriendo hasta el interior de la casa con lágrimas en los ojos, siéndole imposible plantearse leerla. Yo, empero, me quede frente a la misiva y frente a una encrucijada. La había escrito la noche antes de morir, era un enorme sobre que parecía contener más que una simple carta escrita. La abrí con nerviosismo, con esperanza de encontrar algún remedio para mi alma marchita, un perdón o una mísera despedida con afecto.


Carta de Raiden

Querido padre, es para ti y solo para ti esta carta, pues solo tú has de saber lo que me ha ocurrido. Pero creo que ya lo intuyes, por eso, desde mi asesinato cometido, no me has odiado.

Ni un solo día has venido a verme, ni tú ni nadie, y lo comprendo, por parte de la familia que tan engañada la tienes, pero tú… que profesas mis mismos pecados. Padre, ¿por qué no defendiste mi nombre? Y si no lo sabes, este será el momento de confesión, en el que conocerás la verdadera historia de la muerte de Dylan.

Cuando llegamos al desván mi hermano se declaó ganador, bajé al cuarto piso enfadado. Sí, Dylan y yo discutimos, ¡sí, yo le odiaba! ¡Le odiaba porque era tu favorito! Pero mis palabras eran falsas. Yo jamás le hubiera dañado. La barandilla estaba perfectamente justo minutos antes, ¡lo estaba! Él, a pesar de todo, era mi hermano, le odiaba pero le hubiera protegido frente a aquella bestia translúcida, aquel ser de otro mundo que no supe identificar, hasta bien pasado el tiempo.

Cuando nos encontrabamos en el primer piso una sombra oscura atravesó el pasillo, asustando a mi hermano. Él estaba justo frente a la barandilla y yo, frente a él, a escasos metros, veía su rostro de pavor. Yo, creyéndolo una broma no le hice caso, no pude evitar el accidente. Un espectro apareció, atravesando mi cuerpo como si fuera etéreo, y empujo a Dylan por el hueco de la escalera, con tal fuerza que la barandilla se rompió y su cuerpo avanzó varios metros, hasta el centro único de la escalera. El espectro me miró, me señaló, y aquello lo entendí como una maldición eterna. Qué gran razón tenía. Aquel ser, que no parecía un fantasma, parecía estar cubierto de algún tipo de tierra, su piel estaba tan podrida que apenas podría llamarse piel, su rostro desfigurado apenas guardaba parentesco con su semblante humano.

Desapareció ante mis ojos, evaporándose al instante.

¡Escuché como Dylan caía en el primer piso, papá!

Intenté investigar desde la cárcel, pero me era imposible comprar tantos favores a las enfermeras, mi abogado acabó abandonando también el asunto. Pero logré reunir la suficiente información para aclarar un poco mis ideas, aunque solo vagamente. ¡Aquel fantasma era tu esposa! Carol, la madre de Dylan, que tan poco duró en tus brazos, que me acecha desde aquel día y vela mis noches entre pesadillas. Y hoy, temo, que vendrá para darme fin por escribirte esta carta.

Y es que sé que Carol, tu exmujer, madre difunta de Dylan, está enterrada en nuestra villa.



Dime, mi honrado Padre, ¿qué le hiciste a Carol para que nos odie tanto?

Intuyo el desenlance, pero solo tú sabes la respuesta.







Mis ojos, llenos de terror, no pudieron aguantar la presión de cada palabra. Arrugué la carta, ahí había terminado. Bajé estrepitosamente por las escaleras hasta el fuego de la chimenea y quemé la carta, con el sobre y todo lo que contenía dentro. Las miles de pruebas, fotos y datos se quemaron, cayendo al fuego sin ser siquiera vistas. Con las manos temblorosas iba lanzando todo aquello, hasta que pude respirar aliviado.

—¡A comer, Abery!

El grito de Claire despertóme del trance que me había producido el miedo, los nervios todavía corrían por mi cuerpo como una corriente eléctrica. Me sosegué rápidamente, mostrando un semblante severo. Todo había terminado por fin, el pasado ya no podría hacerme daño.

En la cocina olía deliciosamente, en la mesa había un caldo de un extraño color, llevaba carne entre los fideos y el tono rojizo del contenido le quitaba todo el canto y a mí el apetito. Mi rostro mostró por si solo el rechazo y Claire se acercó a la mesa, cortando una manzana en sus manos.

—Abery, volvemos a encontrarnos.

Miré al frente, extrañado, y el pánico se apoderó de mi cuerpo. Un ser de tez putrefacta estaba frente a mí, con el aura de un fantasma, en él reconocí claramente a Carol. Lo que quedaba de mi mujer se lo había colocado este espectro en su rostro desfigurado a modo de máscara, como una burla grotesca. Carol dirigió el cuchillo hacía mí. Aquel día, sin embargo, fui yo el que no pude huir.

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