Cuentos de terror realistas


La Temporada de Terciopelo

Aquel viernes Sandra estaba en el centro comercial con sus dos mejores amigas. Necesitaban ropa para una fiesta importantísima del instituto, ¡no podían faltar! Las galas debían ser perfectas, deslumbrantes y todo su armario estaba ya demasiado usado. Necesitaban nuevas adquisiciones y qué mejor que un centro comercial para encontrarlas.

El centro comercial Bonaire estaba abierto de sol a sol, siete días a la semana, clientes iban y venían, llenaban las calles del paseo principal y abarrotaban las tiendas. Sandra y sus dos compañeras entraban en cada una de ellas, al menos de las tiendas modernas, aquella de prestigio entre los populares, para encontrar la prenda perfecta. Sandra decidió que quizá en el Bershka habría algo interesante, porque aquella temporada habían traído ropa nueva, moderna, como camisetas de terciopelo.

—Ahora se llevan mucho.

Dijo ella, y sus amigas la creyeron porque sabía más que ninguna de las dos de moda. Allí que se dirigieron con una sonrisa y todavía con las mentes confusas, de tantas camisetas, vestidos y pantalones, tantas opciones y tan poco dinero, tantos deseos incumplidos adolescentes. Las tres palpaban las prendas, las ojeaban y les hacían un examen completo, calidad, modernidad, estatus que les iba a dar, ¿era novedoso? ¿Se lo habían visto a alguna chica en instragram? Si cumplía todos los requisitos la agarraban.

Sandra escogió un vestido de terciopelo escarlata, en la zona central había un gran ramaje de ropa de terciopelo que les apasionaba. Porque esta chica de instagram lo llevaba y esta también, ellas no iban a ser menos. Sandra estaba asegurándose de la talla cuando la lámpara de araña del techo se le cayó encima. Aquel viernes, Sandra no volvió a casa.

La policía al revisar los enganches descubrieron que había sido cortada, pero jamás encontraron el culpable, porque aquella lámpara había sido cortada al ras con algo tan afilado que había dejado cada fibra alienada. Y aquella investigación se cerró muy pronto categorizándola de negligencia y la familia recibió una suma cuantiosa de dinero.



Pasaron muchos meses hasta que el suceso fue olvidado, se evaporó como una anécdota interesante del centro Bonaire, la gente volvió a entrar en Bershka sin mirar al techo. Un sábado, una jovencita más joven que Sandra entró en el establecimiento, enamorándose también de las prendas de terciopelo que ella misma había acariciado. Aquel vestido rojo escarlata, de un tacto tan suave, de un brillo tan hermoso, su forma, su textura... era todo. El vestido perfecto para la boda de su hermana mayor. La jovencita, de nombre Andrea, se probó el vestido en los probadores.

Le hacía una cintura pequeña, le escondía la barriga, parecía más alta y delgada, esbelta, de una belleza que ningún otro vestido provocaba. Se lo quitó con alegría, pagaría los veinte euros que costaba muy a gusto. Andrea tropezó con las zapatillas al tratar de quitárselo y se golpeó contra el cristal anclado en la pared. Se acarició el hombro algo dolorida, se dio cuenta demasiado tarde de que el enorme espejo se caía encima de ella. Curiosamente, encontraron a Andrea con un gran trozo de espejo acabado en punta sobre su tráquea.

El suceso golpeó duramente al centro comercial y la tienda tuvo que cerrar para su investigación. Las prendas fueron devueltas al almacén principal de la comunidad valenciana, fueron nuevamente enviadas, en este caso al centro comercial Nuevo Centro. Las ropas de terciopelo eran la atracción principal y ninguna de las incautas que se acercaban conocían la historia de aquellos terciopelos.

Una mujer, algo atrevida, de una singularidad increíble por su alma joven, de una belleza imponente que hacía girarse a cada hombre, que hacía que cada mujer sintiera envidia, que llamaba la atención con su altura y los tacones sonando en el suelo de madera del Bershka. ¿Su dirección? El vestido escarlata de terciopelo, pero... ¡qué pena! No tenían su talla.

Tatiana, este era su nombre, se dirigió a una dependienta, alguno podrían tener en el almacén. Tatiana esperó en aquel mismo punto, junto a un pilar enorme en medio de dos stands. Miraba ella su móvil, contestaba al Whatsapp, hasta que las prendas de los stands cayeron encima de ella. El susto se contagió por las mujeres colindantes, que profesaron un grito de terror sin poder explicarse aquella escena. Tatiana miró al techo, a los estantes, ¿sería una broma, una cámara oculta? Qué más daría, volvió al Whatsapp, su amante le contestaba.

La mujer vio llegar a la dependienta con otro vestido, se lo dejó en la mano, era su talla, una XL. La dependienta marchó a sus quehaceres, doblaba la ropa, Tatiana volvió a responder al sonido del Whatsapp, lo hacía casi instantáneamente. En aquel momento las luces del Bershka se fundieron y todo se llenó de oscuridad. Solo se escuchó un grito desgarrador en la sala. Cuando las luces volvieron, pasados apenas unos segundos, encontraron a Tatiana colgada boca abajo, agarrada con una soga y creando una cruz invertida.

La policía jamás resolvió el caso, en aquel momento ni tan siquiera se habían dado cuenta de la infinidad de sucesos ocurridos en diversos Bershka. Ellos, todavía, no sospechaban nada. Y la gente que aquel día visito el establecimiento no volvió a hacerlo, pero muchos nuevos clientes se dirigieron a aquel Bershka de Nuevo Centro. Y sí, nuevamente una muchacha eligió el vestido escarlata de terciopelo como el predilecto.

Amie, extranjera y chilena, bajita, de una sensualidad inigualable, con una mirada tan dulce, con una sonrisa tan infantil, aquellos mofletes rellenos y de un tenue rosado. Se probó el vestido rojo del diablo, salió con el a la caja y casi creíamos nosotros que saldría ilesa del acontecimiento, que por fin aquella maldición la dejaría marchar sin dañarla. Portaba su vestido en una bolsa, pero sentía que alguien la agarraba, como si trataran de robársela. Amie se giró para ver  a nadie salvo compradores tranquilos que miraban sus prendas y las abrían en el aire, comprobaban precios y tallas. Y volvió a sentir un tirón, pero esta vez en su cabello. Una respiración se sentía en su nariz, un aura helada se sintió en los alrededores, tanto que los presentes se giraban para mirar justo en aquel punto, donde ella, Amie, sentía aquel aliento y una mirada fija en ella.

Algo, una presencia, una fuerza intensa, movió tanto a objetos, prendas como personas de aquel círculo en el que se encontraban él, eso, y ella. Amie, asustada, salió corriendo hacia la salida. Ojalá lo hubiera logrado, pero las puertas automáticas la atravesaron por la mitad, con una fuerza y una velocidad que se creía imposible. Era imposible, como un cristal sin afilar y tan grueso había partido por la mitad a una persona. Y así lo decía la policía a los medios.

Así la leyenda creció, el Bershka cerró y ya nadie se atrevía a entrar a otros, aunque estuvieran en otros centros o en plena calle. El Bershka de Valencia centro cerró también por falta de clientes, porque aquella noticia había dado la vuelta a la ciudad entera. Nadie se atrevía a pisarlos. Un miedo atroz rodeó a los establecimientos Bershka, la gente hablaba, exageraba e inventaba. ¿Fantasma, demonio, maldición? Nadie sabía.

La ropa fue enviada a Madrid, dónde sería reenviada a la Gran Vía, donde la leyenda apenas era oída. Una última compradora, o al menos intento de compradora, se acercó al vestido escarlata de terciopelo. No se lo probó siquiera, cogió otras cuantas prendas, casi sin mirar nada en ellas. Ella se llamaba Nuria, compraba como si quisiera abrir su propia tienda, una montaña estaba sobre sus manos, apenas podía con ella.

Entonces paró en seco, algo la estaba impidiendo moverse y no sabía que era. La gente empezó a mirarla raro, como si fuera una loca, pero ella seguía sin poder pestañear, comenzaba a sentir como se resecaban sus ojos y escocían, su temor aumentó al pánico completo, intentaba abrir la boca, pero nada resultaba. La ropa fue cayendo de sus manos, hasta que solo quedó él vestido escarlata.

El gentío comenzaba a murmurar, las dependientas se querían acercar a ella pero también temían. Llamaron a seguridad y quedaron a la espera de algún movimiento, tratando de hablar con ella a distancia. La tensión se respiraba en el ambiente, cuando de repente su boca pudo abrirse y gritó con todas sus fuerzas. La gente se apartó todavía más si cabe de Nuria, no pudieron hacer nada. Nuria explotó, trozos de ella repartidos por todas partes, ropas y personas cubiertas de rojo, gritos y sollozos, el desconcierto. Pero las puertas se cerraron, las luces parpadearon y todos chillaron, creyendo ahora en Dioses y demonios, en fantasmas y brujas. Una voz tenebrosa, gutural y distorsionada acompañó a los efectos sobrenaturales.

—¡Jaja! Si tenéis algún puto problema con las muertes en los putos Berhskas podéis besarme mi puñetero culo podrido y muerto, ¡así que qué ninguna zorra se atreva a llevarse mi vestido escarlata de terciopelo porque le partiré en mil pedazos! ¡Putos humanos asquerosos de mierda! ¡¿Me habéis entendido?! ¡Y ahora quiero ver como tembláis y huis de miedo!

Las risas se escuchaban mientras la gente corría, para salvar su vida, para seguir sin encontrar un razonamiento lógico. Y no se lo busquéis no lo tiene. Tras esto se reunieron las pruebas y nosotros, solo nosotros, conseguimos dar con la respuesta. Sacamos, ahora mismo con estas palabras, la historia a la luz, y su verdad. El vestido escarlata de terciopelo está poseído por una entidad maligna. Quizá en sus hebras se encontraba el mismo demonio.

El vestido fue confiscado por la policía, pero allí empleados murieron. Nuestra investigación concluyó con una única salida: el vestido debía estar en su hogar, un Bershka, como si nada hubiera pasado. Así fue, la policía llegó a un acuerdo con la empresa, colocarían el vestido en una de sus tiendas de Valencia, ya que allí las muertes "habían sido menos sanguinolentas". Allí se había originado la leyenda y habían comenzado las muertes. Primero se colocó un cartel, "no comprar", con un breve trozo de la historia. Los meses pasaron y fue relegado a una esquina. Finalmente, decidimos tratar de meterlo en el almacén, y una vez sin ser visto la gente trabajó con más confianza, la gente entraba al Bershka sintiéndose segura. Seguramente pensaban que había sido destruido.

Pobres chicas, Sandra, Andrea, Tatiana, Amie y Nuria jamás volvieron a la vida, ahora están al otro lado, junto a aquella presencia. Y el vestido, obviamente, no fue comprado, jamás vendido, se guardó en el almacén, junto a todas las prendas de terciopelo, que ya habían pasado de moda.


Agujero Negro

Bailaba en la pista como si no importara nada, nada salvo aquellos pasos, los cócteles en sus labios, el vodka y pacharán, un chupito de tequila y pedir algo más refinado porque el ron con cola ya estaba muy visto. Sin saber si sus movimientos eran seductores o patosos, pero la ridiculez se infravalora cuando hay alcohol en vena.

Simón le dio el último gran trago a su copa y se le escurrió de las manos, cayendo a otra dimensión en la que ya no importaba. Sus amigos en corro se rozaban con él, en aquel mismo estado de ebriedad. La música retumbaba en sus oídos, las gentes eran como serpentinas al viento, su sonrisa con mofletes rosados y aquellos ojos fijos en un espécimen hermoso. Y él también le sonreía.

Nadando en la marea de serpentinas llegó a su destino, aquel cuerpo esculpido, su rostro perfecto, sin pensar en la turbia mente que tenía en aquel momento, eclipsada por los vapores de los licores. Una danza ritual de apareamiento comenzó en la pista y no hicieron falta tantas plumas ni tantos brincos. El muchacho besó a simón en los labios con una lengua húmeda que rebuscaba en su boca como quién saca una oliva de un cóctel. Y le pareció de lo más romántico.

Sus manos se acariciaron, ya separadas sus bocas, con aquella aura embriagadora y nauseabunda, como una misma alcoholizada, como un desentenderse de las razones. Y la mano se despegó de la suya, pero le pedía que le siguiera entre la muchedumbre, que le siguiera hasta aquella puerta cuyo interior era todo oscuro.

Las tenues luces eran de móviles, barritas de neón y pintura fluorescente, pero aquello era oscuridad total. Simón se adentró en el vacío buscando a su príncipe y ahí comenzó su peripecia. Las escenas que sus ojos podían llegar a vislumbrar eran inhumanas, de una suciedad blasfema, de un atractivo prohibido, con el calor de la habitación se hacía todo como más irreal, como más de sueño. Y así caminó entre los hombres desnudos, sin encontrar ni llegar a su destino.

Un falo estaba dibujado en la pared del final, caminaba casi resbalándose con el agua, quería pensar era agua, del suelo. Un falo de neón tan perfecto que le robó una sonrisa. Bajo él, su príncipe, esperando con un pequeño arlequín semidesnudo que tenía la cara pintada. Le sacó la lengua como una Kali enfadada a punto de destruir el mundo, con unos ojos rojos, con una figura tan perfecta como la de su pretendiente. Simón seguía acercándose, a un paso lento, casi sintiendo que sus piernas no querían moverse. Sentía una atracción temida, una inquietud parecida a las mariposas revoloteando en el estómago. Se quedó parado frente a príncipe y acompañante, todo debía ser un sueño, porque no parecía su realidad, sino una alterna, otro mundo, tan delicioso.

Pero lo era, besó a su príncipe y entre tres lenguas se quitó la ropa. El arlequín se colocó frente a él, con aquella sonrisa maquiavélica, se dio la vuelta y le mostró sus desnudas posaderas. Simón las acarició con una mano, escurriéndola en el interior de los dos cachetes. Sintió unas cosquillas, que poco tiempo tuvo para reaccionar cuando la mano del interior del agujero negro le agarró del brazo y Simón fue arrastrado con él, hacia dentro.


Un Salón del Manga

Camine hacia las puertas del lugar, una jovencita me pidió mi entrada y se la mostré, sonrió ante mi disfraz. Parecía gustarle, me cuñó la mano y me devolvió mi entrada. El interior del gran recinto de ferias era enorme, un gentío infinito de gente disfrazada, puestos con mangas, merchandising y curiosidades. Y nadie, raro era, mirándome fijamente. Al menos si lo hacían era con una sonrisa, cosa que no me sucedía nunca.

Un grupo de chicos y chicas me pidió una foto, les superaba en altura, podía pasar mis largos brazos alrededor de los cinco. Posaron para la foto y yo me quedé quieto, me dieron las gracias con mucha alegría y me felicitaron por el cosplay. Gracias, me levanto así todas las mañanas, les dije. Y se rieron.

Los puestos me interesaban, pero no quise comprar nada. De todas formas estaba ahí para hacer amigos, más que nada, en realidad en anime no me gustaba ni lo más mínimo, pero... ¿cómo perder esta oportunidad de socializar? En los bosques no hay nadie que se me acerque, mi aspecto poco halagüeño les hace temblar.

En una zona vendían ramen, pero tampoco podía comer, ¿con qué boca lo haría? Además, no había ninguno de mis platos favoritos, soy de gustos exquisitos. Me senté en una mesa de unos chiquillos que me señalaron, comenzamos una conversación muy amena. Que si el nuevo opening de no sé qué era hermoso, que si el último capítulo de tal había sido impresionante. Y yo mirándoles, sin saber qué aportar salvo mi presencia.

Una chica no paraba de mirarme, comenzó a hablarme directamente a mi. ¿De dónde eres? De muy lejos, vivo en el bosque, ¡que caracterización tan completa! Me decía, todo un profesional, seguía. Claro que sí, le respondía y la tarde la pasé con ella y sus colegas, que no cesaban en hacerme fotos como el resto de presentes. Era la atracción principal. Decían que era tan realista... no habían visto nada igual, la máscara que ocultaba el rostro parecía pintura sobre mi propio cráneo, las extensiones de mis piernas y brazos... ¿cómo lo hacía? ¿Manos robóticas que podían agarrar y soltar cosas? Y yo les respondía que era así como me levantaba, eso siempre les hacía reír a todos.

Más tarde comenzó una sesión de bailes, algo así como un concurso. La chica en cuestión, creo que me dijo se llamaba Yumi, me invitó a bailar, sonaba una música electrónica estridente. Me mostró unos cuantos pasos y las cámaras se alzaron al cielo para grabarme. ¡Qué decepción se llevarían al verme en la pantalla de sus casas! Quizá un buen susto, ahí comprenderían. Estaba feliz, rodeado de amigos y de diversiones, no de sangre, vísceras y gritos. Por primera vez.

La idea de ir al salón del manga me vino de repente, en una de mis cacerías, en las cuales no necesito rifle ni nada de eso. Vi un flayer que anunciaba este evento y no dudé en participar. Pasaría totalmente desapercibido, debía intentarlo, no saben ustedes lo que es ser yo, tan raro, extravagante, temible, y estar tan solo. Nadie se te acerca si no es para morir a tu lado. Aunque de eso puede que yo tenga la culpa, pero uno nace para lo que ha sido escrito.

Yumi me pidió el Facebook, no sabía ni de qué hablaba, pero le dije alguien como yo no tenía de eso, ni teléfono, ni dirección. En cambio, me dio la suya, un teléfono móvil y uno fijo. Para cuando quieras hablarme, me dijo. ¡Ahora tendré que comprarme yo uno! Quizá alguna de mis víctimas dispone de esos aparatos modernos, Yumi me había caído demasiado bien. Haría el esfuerzo.

Me dijeron que el Salón del Manga se realizaba una vez al año, le prometí a Yumi que siempre iría a aquel evento, por siempre, y que allí nos veríamos si ella se presentaba. ¿Por qué no te quitas la máscara? Porque no puedo, simplemente le dije aquello, para que entendiera. No creo que lo hiciera, pero lo prefería así. Ella me besó, supongo que en la mejilla si es que tengo de eso, y se marchó. Hubiera querido quedarme un rato más, pero no podía, comenzaba a tener mucha hambre. Cuando tengo hambre me vuelvo loco.

Todos parecían admirarme, fingían miedo y luego se reían, que frescura aquellas actitudes, que soledad que se marchaba. Un día al año, ¿era tanto pedir?


Ahora tengo que volver, debo alimentarme, los niños me están esperando. No me quitó las ropas cuando vuelvo a casa, aunque jamás tuve hogar. No me arranco la máscara para respirar, porque nunca tuve aliento. La máscara es mi rostro, inexistente, el traje negro es mi alma, oscura. Mis largas extremidades son mías, ni zancos ni trucos, soy un verdadero monstruo, pero solitario. Tengo muchos nombres, durante los tiempos antiguos me han denominado de tantas formas... pero los de ahora, vosotros, modernos, me habéis apodado "Slenderman".



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