Frente a una persona hay un ente negro, este adapta la forma que más horroriza al visitante. Ambos, cara a cara, sentados en dos sillones rojos. La persona mira fijamente al ente nauseabundo, con cierto asco gira su rostro, pero por alguna razón sus ojos siempre vuelven.
—¿Por qué no me miras? —dice el ente.
—Porque eres feo.
—¿Prefieres mirar a gente guapa?
—Pues sí.
—¿Aunque sea gente falsa y te deparen a un final doloroso?
—Sí, porque al menos me divierto por el camino.
—¿Y si yo, aun siendo feo, te revelo un final agradable?
—Lo dudo, tu solo eres dolor. Nada más. Desde el primer momento.
El ente asiente, no es la primera persona que le responde de esa manera. De hecho, todas las personas que se han sentado frente a él, en aquel sillón rojo, han dicho lo mismo. La visita durará poco.
—¿Por qué crees que odias a los feos?
—No los odio, solo no quiero verlos.
—¿Por qué crees que sucede eso?
Medita, no sabe que contestar. El ente se impacienta, mira a su alrededor todavía esperando. No se sorprende, pero no se aventura a creerle ignorante. Tan solo no sabe sacar las palabras, pero están ahí. A pesar de este pensamiento, nunca las sacan, él jamás logra estimularles. Y su búsqueda termina en nada.
—¡A ver! Porque produce incomodidad. Ya conoces la frase de "eres tan feo que duele", como te dije antes, es dolor. Da pena saber que hay gente tan desagradable.
—Ya veo, te da pena, es compasión entonces. La compasión moderna es extraña, en vez de ayudar abandonas al sujeto desamparado. Le rechazas.
—¡No le rechazo! Me alejo porque mi incomodidad le incomodará a él. En este caso a ti. No saldrá nada bueno de nuestro contacto.
—Por ello prefieres vivir en un mundo donde solo vive gente guapa, aunque sabes que es un mundo falso. Pero eso te da igual, ¿verdad?
—Sí, ciertamente. Es mejor vivir en un mundo que crees perfecto a reconocer que vives en un estercolero.
Aquello si que era una pena. El ente se despide con un gesto amable, pero el individuo sigue sin poder mantener la mirada. Él jamás sabía que veían aquellos ojos mortales, a veces tenía hasta curiosidad, quería entrar en sus cabezas y colocarse tras sus cuencas. Descubrir aquellas imágenes grotescas. Él no se sorprendería, buscaría la belleza en el monstruo, porque la singularidad de la fealdad le llamaba. Era algo que todos temían, pero que él ansiaba. Porque la fealdad es cruda, desnuda, real. Como una patada en la entrepierna.
El humano número 7.349.999.999 cruza la puerta, el ente no lo volverá a ver, como ocurre con cada sujeto. Llama al siguiente y sigue con su rutina.
—¿Alguna vez encontraremos a algún mortal que ame la fealdad tanto como nosotros?
—No lo sé, pero debemos seguir intentándolo.
Un ente blanco se había sentado frente a él, tenían la misma magia solo que al ente blanco lo veían con lo más hermoso y maravilloso que una persona se imaginaba.
—El siguiente podría ser el elegido.
—Estoy seguro de que sí —dijo el Ente Blanco.
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