Relato corto escrito para el grupo
Escritores y Lectores en su reto de #Lovecraft. El objetivo era escribir un relato parecido a los que Lovecraft realizaba, quizá englobando su obra, asemejándosea su estilo o dedicándoselo a su persona, con él como protagonista.
La mansión de la familia Peacock había quedado hace años abandonada, cuando los hijos del patriarca murieron, tan solo quedaron contados nietos que, como es natural en la evolución, no querían tener nada que ver con aquel polvo vetusto de tantas generaciones muertas. El sur de Tenesse se quedaba corto para ellos, que habían marchado haciendo tantos planes para un futuro incierto que siempre se veía áureo, de aquella luz que solo puede provenir del oro, todos menos James, que había sido incapaz de despegar su alma de aquella tierra que tanto odiaba.
La muerte de su padre había sido hace demasiado tiempo, pero sin embargo seguía fresca y al morir su abuelo todas aquellas vivencias revivieron de una manera terriblemente dolorosa. Y sentarse en el porche junto a Bob era la mayor diversión que concebía, porque era una línea constante. El viento golpeó su mejilla, ya empezaba el calor y la poniente, su mirada se centraba en un horizonte que estaba más allá de lo que sus ojos eran capaces de percibir, un ligero hipnotismo, casi como lo que se percibe cuando estás abandonado la vigilia. Una sombra atravesó su rabillo del ojo, tan natural que no fue sorpresa, porque las memorias. Bob ladró a su lado, tan sonriente como siempre, James acarició su cabecita y se levantó de la silla, antes de que aquel no se sabe le atrapara de nuevo.
Lo peor de aquellas situaciones era siempre la herencia, burocracia lenta, como quien clava un cuchillo y se toma su tiempo en quebrar cada capa de la piel. Así lo sentía, por suerte sus primos o estaban demasiado ocupados para preocuparse, rechazando toda herencia miserable que aquel viejo podía darles, o aceptaban lo que viniera escrito. Y así James heredó la mansión de la familia, quedándose solo ante una estirpe rota, desestructurada, viva imagen de aquel espejo interior que siempre vestía.
Allí no había recuerdos, apenas había visitado la hacienda cuando era pequeño, con su padre y su madre. La limpieza fue exhaustiva y exhausto le dejó, costó casi una semana para James, tan poco acostumbrado a tareas de dicho calibre. Se había dejado el sótano para el final, pues sabía que allí rebosarían enseres, tan ancianos que le hablarían en otras lenguas. Sofás, ropas de otros tiempos, cuadros y fotografías, probablemente chatarra, que tanto le gustaba a su abuelo guardarlo todo. Puede servirnos en algún futuro… diría él, con el futuro en la boca tan intenso como el café oscuro.
La segunda semana se aventuró a bajar, creyendo que la tarea le pesaría en demasía, pero pronto se vio sumergido en una biblioteca olvidada, cuyos libros no tenían título ni carátula. ¿Por qué habrían abandonado todas aquellas maravillas en un lugar como el sótano? ¿Qué mal habrían hecho en alguna estantería allí, arriba, en el comedor, en la sala de estar, en el estudio del abuelo? ¿Por qué relegarlo al último infierno? Los textos hablaban de mitología, Egipto, Babilonia y Sumeria, algo de folclore nórdico y japonés. Tanta mezcla que al final las historias se fusionaban, al final eran hasta parecidas y Quetzalcóatl era Osiris, Osiris también era Horus, porque no Prometeo y, como personaje final, como el último eslabón, Enki. Que parecido era todo, siempre serpientes, siempre esas bestias, siempre las naves bajando a la tierra y el dios caído, que era diablo, creando a una humanidad que acababa corrompida.
Ante aquellas historias se sentía tan pequeño, era su vacío, la muerte acechadora, la infancia miserable, la separación de sus padres, el sin sentido de la vida que continuaba como si fuera automática y las piernas anduvieran solas hacia alguna parte, como si solo ellas supieran hacia dónde James iba. Era el dónde quedó la búsqueda por la inmortalidad y la curiosidad del ser humano, esa pasión irrefrenable. Y cuando criticaba a aquella humanidad perdida, se criticaba a si mismo, tópico odioso de su propia raza.
Un libro de tantos cayó en sus manos y un lenguaje extraño aparecía en sus páginas, James trataba de pronunciarlo, creyendo que el verbo cuando se convierte en música quizá hace magia, y así comprende… Pero el evangelio que había cantado no provocó nada. Sueño profundo.
James se levantó en la cama, no recordaba absolutamente nada, ni haber llegado al lecho del tercer piso. La habitación era la de su abuelo. La mansión estaba demasiado silenciosa, casi como si no hubiera pájaros fuera que cantaran, ni chicharras ante el calor incipiente del verano, ni ardillas ni Bob, que le había acompañado. Nada más que un silencio, que era una vibración tan intensa que le hacía sentir, intuir, por algún mecanismo animal, que algo no marchaba bien.
Bajó las escaleras, mismo silencio, misma vibración, aquel debía ser el sonido de un agujero negro al entrar en su horizonte, pero ¿cómo sabía él eso? Y el primer piso, con la puerta abierta, ¿eso era lo que se sentía cuando había peligro? Pero no, la sensación, la llamada, venía de fuera. Y al pisar la entrada quedó horrorizado ante la imagen que sus ojos presenciaron, que ni la mente más retorcida habría podido soñar aquella pesadilla.
Bestias, animales y hombres yacían muertos en el sueño, desmembrados y degollados, ríos cobrizos por todas partes, plantas muertas, árboles helados, todo podrido, todo se había ido. El sol rojo en el cielo, sin nubes y una lluvia misteriosa cayó sobre sus ojos. Era sangre.
James corrió, no sabía hacia donde, pero necesitaba huir, quizá despertarse. Ojalá despertarse, y solo imágenes más grotescas. La tierra muerta ante él, por alguna razón comprendía que vivía en un planeta fantasma, lo que había ocurrido jamás podría averiguarlo. Solo pudo caer sobre sus rodillas y llorar lo que nunca había llorado, tantas lágrimas guardadas, algunas de hace demasiado tiempo. Lluvia y llanto.
Una mano acarició su hombro, James se giró rápidamente sintiendo la esperanza, algo había sobrevivido a la masacre, pero quedó mudo. Una bestia que solo se podía describir por “sombra” apareció frente a él, y su alma, su piel cada órgano y cada pensamiento aullaba peligro.
—¿Quién les iba a echar de menos? —dijo la sombra.
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