Cuando la política se convierte en un dogma
No quiero vivir en una sociedad dominada por el miedo. El miedo a no poder decir lo que piensas, el miedo a las turbas con antorchas, el miedo a ser perseguido por un pensamiento. No quiero sentir que no puedo elegir mi camino, porque son ofensivas mis libres decisiones, porque hemos de llevar a porcentajes igualitarios, para conseguir una igualdad vacía, que no significa nada si la libertad no va de su mano. ¿Decidirán por mi cada paso que dé? ¿Invalidarán de tal forma mi individualidad? ¿Está mal ser diferentes? No quiero que mi sociedad la controle un movimiento lleno de odio, que se crea fantasmas y, luego, se los cree, cuyos oídos son solo para aliados y las opiniones distintas no son escuchadas. Donde vale más un sentimiento que un derecho.
Se pierde la lucha en un mar de banalidades, donde el primermundismo es más intenso que nunca. Donde miles de personas mueren en injustas situaciones, pero no son escuchadas. El amarillismo periodista y político se alza a gritos haciéndose un hueco en las gradas, dónde solo yacerán los que hablen como ellos. Y así, con el poder, se perdieron los ideales, de un movimiento que, siendo honestos, jamás tuvo unos propios. ¿Acaso no se dan cuenta de que bailan al son del enemigo? ¿Qué son peones blancos al servicio de los peones negros? ¿Qué atacan a los suyos promulgando ideas que son creadas por los líderes de aquel mundo que tanto detestan?
Volvemos al sentimiento tan religioso de te quemo si no me gusta lo que dices, que es verbo y mente, no importa, porque tienes que decir y pensar lo que yo te mande. Y eso, señores, son dogmas. Dogmas que se propagan como una nueva religión. Si Nietzsche dijo que Dios había muerto, y había sido sustituido por la ciencia, hoy otro Dios ha muerto, surge un nuevo emperador de las cenizas de un pasado dirigido, como todas estas directrices.
¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: "¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!"--Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron enormes risotadas. ¿Se ha perdido? preguntó uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, preguntó otro.
El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. "¿Qué a dónde se ha ido Dios?" -exclamó-, Se los voy a decir. Lo hemos matado--ustedes y yo. Todos somos sus asesinos.
La justicia ha muerto. La justicia sigue muerta. Y nosotros la hemos matado.
Se ofenderá el aludido.
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