Micro de Navidad - EyL



En la oscuridad de un solsticio de invierno se abre una puerta y llena todo con su tristeza, el comienzo parece tan lejano y la vida tan lenta. Las velas no iluminan lo suficiente para paliar ese negro que recorre la habitación como un alma infecciosa y tras la cortina roja sus brazos de ramas asoman. De sus sienes brota sangre y así se forma su corona.

La casa no son luces, sino sombras. El árbol decorado es un estridente castigo y las raíces son mis piernas que llegan hasta el inframundo anclándome a una existencia mezquina. Se para frente a mí con solemne miseria, chorrea aquellos ríos profundos y dolor, pero sus ojos me ciegan con aquella luz blanca que atraviesa cualquier planeta, astro o dimensión.

Me agarra la mano, nos acercamos a aquel árbol verde, rojo, dorado, que tanto odio. Una pequeña bola cae en mis manos, preciosa manzana, y al caer al suelo se desprende el árbol, como si aquella pieza fuera indispensable en su estabilidad. La decoración cae, se diluye como lágrimas en el suelo, y con ella la habitación, las paredes y sus cuadros, el suelo de madera, los muebles viejos. Todo muere y se destruye. Ambos bajamos las escaleras mientras el mundo se acaba tras nuestros pasos.

La ciudad entera se está derritiendo, pero a mí ya no me importa, solo deseo hundirme en la tierra y que todo sea fuego. El único árbol que yo quería se pudrió hace tiempo y por eso esta navidad es tan distinta. Siempre habrá un invierno triste, una memoria intensa, por muchos mundos que cesen lo encontrarás en mi alma. Aquel vacío de mi interior que nadie se atreve a mirar.

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