Crítica Vehemente: Dean Koontz, ¿qué te pasa?



Dean Koontz es el autor de la novela que leí hace poco, "Relámpagos". Un poquito desastre, en mi opinión. Dean parece un autor prolífico que escribe decentemente, aunque no reluce absolutamente nada, y con nada me refiero literalmente a nada, en al menos esta novela. No puedo hablar con generalismos, pero Dean, para mí es un no.


Relámpagos nos habla de la vida de una muchacha cuyos acontecimientos catastróficos tienen siempre relación con los dichos relámpagos. Al final de la trama vamos viendo como las dos partes de la historia, aparentemente distantes, se van entrelazando hasta tener una conexión evidente. Aunque no hay que tener muchas luces para darse cuenta.Comienza contándonos la vida de la por aquel entonces niña hasta hacerse una adulta y enfrentarse a aquellos que parecen trastocar su vida constantemente.

Primer problema: ¿dónde están las emociones?


Parece ser que los personajes de Koontz son reptilianos, porque tienen menos emociones que una silla astillada. ¿Qué el padre muere? Pues nada, la protagonista se da una palmadita en la espalda y pa'lante. ¿Qué se queda huérfana y va a un horfanato? Tampoco la verás demasiado triste. Koontz es incapaz de mostrar sentimientos y emociones más allá de la básica superficie. No me creo que un thriller tan dramático como este tenga unas páginas tan insipidas, debería ahogarme con mis propias lágrimas al leer la vida de esta muchacha, pero la realidad es que no me importa. De hecho la detesto.

Segundo problema: protagonista invisible ¿cuándo empatizamos con ella?


Laura Shane parece una chica maja, pero no te creas que me cae en gracia. Es un poco soberbia y parece soplársela mucho las desgracias de las personas que le rodean. No parece de fiar. Acabo la novela y lo único que puedo decir de Laura es que es escritora y aburrida, y que la vida al final siempre se le arregla por cosas del destino (que descubriremos en la novela). No empaticé con ella, ¿sabes por qué Dean? Porque no parece humana, no tiene sentimientos, no los muestra, no se muestra débil (débil de VERDAD). Es una herramienta, un personaje artificial, y se nota demasiado.

Tercer problema: Thriller malucho de sábado noche


Por favor, hasta yo sé escribir escenas más agobiantes y no he escrito thriller en mi vida. ¿Dónde está la tensión? Dios, admito que algo hay de eso en la novela, pero todo es demasiado masticado, no me vomites tanto en la boca. De hecho, una de las escenas más dramáticas y tensas de la historia es, sin duda alguna, la peor escrita para mí. El momento en el que muere el marido de Laura. No se podía haber escrito peor ni haciéndolo a propósito. Todo está demasiado diluido, hay tensión pero como la tendrías por la típica película de tarde que ves en Antena3, no tiene nada nuevo y nuevamente esas emociones inexistentes. ¡Por dios que está viendo a su marido morir!

Pero mi mayor decepción fue el final, de verdad esperaba algo novedoso, pero fue lo mismo de siempre, perdices y tal. La trama tenía algo potente, y es la originalidad del plottwist, los viajes en el tiempo desde el pasado, eso me impresionó y me gusto, pero la novela es lenta, la vida de Laura pasa desapercibida y aburre al lector porque ella NO nos interesa. Una buena idea se queda en algo poco apetecible por no saber ejecutarla como se debe. Y el caso es que prometía, al menos al leer el plottwist central, porque el principio es un poco infumable.

Además de este pequeño comentario, he reescrito la escena infame de la muerte del marido de la protagonista. Así es como, en mi opinión, podría haber funcionado.

Tiroteo arreglado por Joel Guerrero


La lluvia caía al suelo estrepitosamente y mientras yo acariciaba el suelo con mi mejilla pensaba que aquí aquellas lágrimas del cielo podían ser proyectiles. Todo ocurrió muy deprisa, pero a la vez muy despacio, como si el tiempo hubiera sufrido una gran paradoja. El silencio se adueñó de aquel momento, en apenas medio minuto de desesperación. Todo tan rápido, tan lento, eternidad en vilo, espada, pared, abismo, tensión y rendición interna. Mi visión distorsionada, aquella neblina ante mis retinas, porque yo mimetizaba a la lluvia. Matías estaba entre mis brazos paralizado, agarrándose a mi pecho, desgarrando mi camisa con sus pequeñitas manos y lo único ardiente que había en mi corazón era su llanto.

Un disparo, otro más, casquetes cayendo al suelo, gritos versados por mí, quizá por el enemigo o por aquel, elángel caído que había llegado a mi rescate. El olor de la pólvora, quizá incluso de sulfuro, una pestilencia a muerte, aquella que perseguía la Parca. Mis temblores y la parálisis de Matías, su mente vacía que parecía susurrarme. La batalla ahí fuera pasando a cámara lenta mientras mi corazón se aceleraba hasta el punto más álgido, creyendo que en cualquier momento ambos tiempos antitéticos se encontrarían, chocarían y provocarían un quásar de sentimientos fragmentados. Escuché un Carlos, una ráfaga de disparos y una caída, como si un meteorito se hubiera suicidado en la superficie del planeta y la vibración llegara hasta mis oídos, pero fue mi alma quién la sintió más cerca y ahí supe que todo había terminado, que aunque aquella lucha prosiguiera para mí yo no había nada, nada más que masacre y tristeza, un final escrito. Aquel cuerpo, qué pronto cayó delante de mí arrastrado por la nieve y la lluvia, la sangre creando ríos, su cuerpo creando suelo y bóveda, agua, tierra y sangre. Y Matías entre mi pecho ignoraba lo sucedido, yo que ya no tenía fuerzas, un sentimiento de inexistencia me embargo por completo, como si hubiera salido de mi propia carne, de aquel vestido que llamamos vasija o humano. Sentíame viajar y ver aquella escena desde lo alto del cielo, creando una disociación completa de mi ser, de mi situación, de mi dolor, de todo amor que me acompañaba, para aceptar una apatía que caía hasta el infierno.

Él comenzó a llorar intuyendo, quizá por aquel don tan maldito que nos habían dado, que su padre había muerto y en aquel instante volví, la respiración me demando a mi cuerpo. Le abrace con fuerza, le apreté contra mí como si quisiera que se fundiera conmigo. La melodía te alivia de la muerte solo durante un par de minutos, en aquella espera eterna que parecen horas, los suspiros, se te achica la garganta, se te mengua el corazón y, sobre todo, la esperanza se diluye con aquel Tigris de sangre y aquel Éufrates de nieve empolvada. Como un pastel de nata con virutas de casquillos de bala. Temí por aquel ángel, por aquel desconocido que había salvado mi desgracia, pero que el karma había sentenciado a un castigo, pues no hay nada más demoledor que el destino y el mío estaba escrito en terribles agonías. Porque todo empieza con una decisión tan trivial, con un no pasará nada, con un tenemos una vida por delante, con una felicidad innata, silenciosa pero intensa, e ignorante. Y en aquel momento se me plantearon tantas cuestiones, tantos caminos y encrucijadas que no me percaté de aquel ángel que había a mi lado herido y entre lágrimas, o quizá era la lluvia que se proyectaba en nosotros y como simples mimesis imitábamos su presencia. Me tendió la mano, cuando estuvimos fuera me abrazo durante un rato largo que podrían haber sido décadas. No dijo ni una sola palabra, seguramente porque no sabía qué decir, porque no había perdones suficientes en su alma, porque yo tampoco podría recibirlos ya que realmente no podía culparle. Porque había sido un destino, el karma, la humanidad e incluso podíamos culpar al diablo o a Dios por no hacer nada, por su eterna desidia hacia las desgracias mortales. La lluvia seguía cayendo pero pronto paró, sabiendo que había suficiente tormenta bajo nuestras pieles

A mí me temblaba el labio cada vez que intentaba pronunciar algo, porque quería reconfortarle y a la vez odiarle, dejarle unas cuantas palabras de rechazo, de aquella de violencia visceral que surgía del interior como magma ardiendo, pero no podía. Nos había salvado la vida, al menos a mí ya mi hijo. Cuando recuperó la compostura y sus heridas comenzaron a pesarle me prometió que volvería.

—No debes decirle esto a nadie —dijo él con una inquietud creciente—. No debes decirles que yo he estado aquí.

Entonces ya no habría esperanza, no habría bondades, yo no habría mañanas tranquilas dónde todo son risas, desayunos, tostadas con mantequilla y salidas veloces a responsabilidades vacías. No habría más que una leve melancolía, una sutil tristeza que colaría por cada uno de nuestros poros. No seríamos más que espectros viviendo una vida humana, sabiendo que la muerte ya nos había llegado hace mucho tiempo. Esperaríamos a algún acontecimiento que destruyera la tierra, porque en el fondo no hay valentía para continuar el camino ni para abandonarlo y adentrarse en el bosque sin sendero alguno. Solo habría miedo, culpabilidad, el alma destrozada, las noches de insomnio, la comida atascada en la garganta, como los sentimientos y los recuerdos que no pueden ser digeridos, y un sinfín de enfermedades que atacan más allá de lo físico y que se conectan a la fuente. Solo sentía decepción hacia mí mismo, porque había fallado algún tipo de promesa que jamás había pronunciado, la de proteger, la de no robar la felicidad terciada, la de quitar la maldición que me había sido dada desde el nacimiento, de que mi vida debía estar dedicada a un solo propósito que no fuera la banalidad mortal de las calcomanías que me rodeaban. La promesa que la había hecho mi hijo de que nada malo jamás le ocurriría, de qué mis intuiciones avisarían de una inminente peligro, de qué habría una larga vida sin contratiempos.

Y sin embargo él creía, como había hecho yo al ser un niño. Como la inocencia robada por el señor de las moscas, temía que a él le pasara lo mismo, que ese brillo en sus ojos desapareciera, que fuera un algo demasiado mío. Y ahí sí que sentí tremenda desdicha, porque habría sido mejor aniquilarle en aquel mismo instante, pero no tuve las agallas.

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