La Caja Prohibida




Un viento huracanado salía de todas partes, pero ella conocía el epicentro. Ropas, cuadros y papeles volaban por doquier chocando con ella. Darío se había agarrado al marco de la puerta del dormitorio, pero Ester no podía aguantarlo, el viento era especialmente fuerte con ella, sus cabellos no le dejaban ver en absoluto, tratando de sujetarse en el pomo de la puerta el huracán no viajaba hacia una dirección, sino varias, el trabajo de adivinación era imposible. Podía sentir los brazos arrancar su camisa, arrastrarla hacia aquel pasillo que ya se acercaba. Ester soltó el pomo. Sintió que caía por un precipicio, en aquel largo pasillo los vientos se multiplicaban. La puerta cerrada vibraba mientras ella daba vueltas en aquel lugar de paso, sin entrar ni salir por ninguna parte. La cerradura se abrió, las maderas que bloqueaban la puerta salieron disparadas por los aires, golpeando a Darío en aquel vaivén incesante. La habitación prohibida se abrió para engullir a Ester, dejándola herméticamente cerrada una vez los huracanes cesaron.

En la habitación el negro manchaba las paredes, era una gran sombra que se transportaba de una superficie a otra, ocupaba de techo a suelo y serpenteaba. Las luces parpadeaban en aquel caos que ya se levantaba, nuevamente el viento. Los relámpagos caían de la luz artificial como si fuera una nube enfadada, la caja se movía en la mesa de noche, dando de si el candado, tirando la lámpara. Se acercaba la tormenta, las garras invisibles del espectro ya se veían muy nítidas, desplumando las almohadas, desgarrando las sábanas. Ester se acurrucó en el rincón de la entrada, tratando de abrir la puerta mientras al otro lado Darío le gritaba.

—¡Te sacaré de ahí cariño! ¡Aguanta!

En aquel instante las sombras se volvieron locas y como un caleidoscopio se movían por todas las paredes. De la caja surgió una luz brillante, un holograma que dejó ver la figura translúcida de una mujer que se derretía en gotas de agua. Una sirena. Sus gritos hicieron que las ventanas se rompieran, Ester sentía que se le romperían también los tímpanos.

—¡Dolor…! ¡Dolor...! —La voz de la sirena era aguda, parecía estar transformada por un sintetizador— ¡Tantos siglos de dolor atrapada aquí dentro! ¡Duele!

—¡No le escuches, Ester! ¡No le hagas caso! ¡Ve a la puerta, vamos, podemos abrirla!

—¡Congelada en un infierno insensible! Ellos… me atraparon… su estirpe maldita de brujos. ¡Ester!

Sollozaba entre gritos desesperados, no hacía más que llorar con enormes lágrimas. Ester se apartó de la puerta para acercarse a ella, la sirena alargó su brazo podrido hacia ella, pero Ester no se atrevió a tocarla. Como una banshee cuyos aullidos envían hombres a la penumbra. Por un segundo se compadeció de ella, ¿estaba atrapada en aquella caja desde hace tanto? ¿Por culpa de la familia de Darío? Él gritaba insultos al otro lado, llamaba a Ester preocupado, pero ella no podía escuchar nada más que aquello. Estaba embrujada por el canto de la sirena.

—¡Solo tú puedes salvarme! Abre… la caja.

Ester se acercó más todavía. Ella no le hacía nada, el caos, a su alrededor, tampoco la tocaba. Ella era el centro con aquel espectro. Y ahí se dio cuenta, ella era una con la caja, el caos salía de ella, de sus adentros. Acarició el candado, lo agarró con fuerza. Con tan solo ese movimiento se rompió en sus manos. Ester fue lanzada al armario, que se rompió en mil pedazos por el golpe. Quedó desmayada. El espectro creció en un grito que se convertía en risa macabra. Las sombras terminaron por dominar la casa entera, y ya no solo eran vientos y relámpagos en cada habitación, pasillo y estancia, sino la madera que se movía como tierras movedizas, las paredes respiraban con un Darío asustado que ya no tenía el control de su cuerpo, era agarrado por la alfombra.

El umbral de la puerta cerrada se abrió y llegó más allá de los límites del caserón. Atravesó el campo y llegó hasta el pueblo cercano. El espectro crecía, el caserón se levantaba con pies de tierra y pilares. Rugieron las ventanas, de ellas brotó la sangre de Darío. Pero en su interior, Ester, todavía sigue con vida, alimentando los pasos de la casa maldita mientras instala a las almas que captura dentro de su dimensión cerrada.

—¿Ester, me estás escuchando?

—…

—Ester, te he hecho una pregunta.

—… ¿qué?

—¿No te dije que no la abrieras? ¿Por qué la abriste? —El espectro perdido de Darío llamaba a su psique con susurros.

—Porque estaba escrito que lo hiciera, que tú me dieras la manzana y yo mordiera de ella.


Esta es la historia de Prometeo y Pandora. 
O también la historia de la Serpiente y Eva.

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