Cuatro sellos



—No pares, bésame, bésame más fuerte —dijo Milena. Él mostraba un ceño fruncido, cierta incomodidad, pero siguió besándola

—Espera, mejor vamos a la cama —dijo él. Intentaba separarse de su abrazo, pero le era muy complicado. Milena se aferraba como un súcubo hambriento.

—¿Qué quieres decir? —Milena arrugó el rostro— Es como si no disfrutaras, ¿prefieres ir al grano? Dejar tu semilla y enviarme a la mierda.

Un brillo verde en sus ojos. La habitación del hotel era espectacular, espaciosa. Milena con sus pies desnudos acariciaba la alfombra de pelo. Estaba ligeramente enfadada, pero Fernando sabía que solo era el preludio de un gran diluvio universal de reproches. El silencio era el peor momento de sus tormentas. Negó con la cabeza, a miedo de que cualquier retazo de voz desatara a la bestia como un mecanismo de inyección. Sonrió y le acarició las manos.

—Milena, mi nena, es para estar más cómodos, acabarnos la copa de vino… —creyó que así la convencía.

Un chispazo de fuego en su mirada. Más allá del horizonte del ventanal se veía la ciudad de Madrid, desde aquel rascacielos todo era lejano y diminuto. La luna llena en el espacio nocturno, el viento golpeando los inviernos. Milena se levantó, entre sus dedos llenos de anillos como un Saturno multiplicado la copa de vino. La miró con una mueca de amarga felicidad, seguidamente la lanzó contra el suelo. Los cristales volaron por la habitación y algunos cayeron al sofá donde se encontraba Fernando. Encontró un afilado pedazo sobre su camisa.

—Tranquilíza…

—No me digas que me calme —dijo ella con una voz sosegada que auguraba algo peor. Era como una olla hirviendo. Fernando comenzó a alejarse de Milena, queriendo levantarse del sofá sin levantar su sospecha.

—No me digas que me calme —continuó Milena— cuando me estás diciendo que no deseas estar aquí conmigo. Después de todo lo que he hecho para estar aquí, ¡después de lo que he olvidado para venir aquí contigo!

—Sí que quiero estar contigo, aquí y ahora.

—¿Y si le digo a ella lo que ocurre aquí? ¡¿Crees que le gustaría?! —Milena arrojó al suelo de un empujón los decorativos de cerámica que había sobre la mesa central. Sonaron más rupturas cristalinas—. Ignoro que ya no eres mío, únicamente de mi propiedad, porque no tienes pelotas.

—Milena, la vida no es tan sencilla. Ya te digo que no la amo, que pronto nos separaremos, pero debemos ir despacio. Los niños… —Fernando llegó a la esquina del sofá, sin poder moverse pues ella se acercaba rodeando la mesita de café.

—¡Desprecias una vida de delicias por unos críos de los que nunca te preocupas! ¿Acaso no soy yo el núcleo de tu vida? ¿El huracán que dirige tus pasos? —Milena se apoyó en el regazo del sofá y le miró fijamente, a escasos centímetros de su rostro.

—Yo me preocupo, les quiero, a ella como amiga. No le deseo el mal. Ahora vamos a relajarnos…

—¡Ella es una arpía! Te ha obligado a despedirte de tu sueño de ser empresario, ella podía haberte ayudado con el dinero de la inversión, pero no quiso porque no confiaba en ti. Y cuando ganaste, ¡bien que te pedía!

—Es que… era arriesgado.

—¡Pero yo sí invertí! Y me lo debes, Fernando. Así que no permitas que te ella manipule con sus palabras, con sus gestos y sus lloros. Es hora de que termines el trabajo. ¡Abandónala y quédate conmigo!

Lagos negros de lava. Fernando asintió. La cogió de los hombros y la sentó encima de sus piernas. Ella ya no se agitaba.

—¿Qué te parece si seguimos a lo nuestro, aquí, en el sofá? —Milena sonrió triunfal— Mañana quizá podemos ir de compras, un vestido de Dior… ese que tanto te gustó al llegar del aeropuerto.

—¿Ves cómo puedes ser un caballero? —Le besó en los labios— Te perdono.

Océano rojo en calma. Fernando siguió besándola, sentía que aquellos pequeños mordiscos no le excitaban. No le gustaba que le torturaran. Aquel sentido sumiso no iba con él. Milena cada vez más fogosa en los labios ya rojos de Fernando, porque él siempre se sentiría incómodo con aquella forma de besarse. No era doloroso, al menos no de forma intensa, pero nunca llegaba a adivinar porque le asqueaba tanto.

Reina de los sellos, los sigilos a su espalda, demonios besando sus pies de nácar, corona que decora su rostro y su maldad. Ella nunca lo suelta, nunca lo desecha, lo abraza, lo aferra, lo asfixia, lo mata.

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