—Tenemos que escapar de aquí —fumó de su cigarrillo. Miró por la ventana, le temblaba la mano. No dirigía sus ojos a Lucas, solo observaba al caudillo nazi preparar a sus tropas. Soltó el humo, selló sus labios con fuerza—. Estamos muertos, judío.
—Quién hubiera dicho que los nazis vencerían al frente ruso... Nadie lo había logrado. Vamos, Hel, los aliados todavía guardan esperanzas —Lucas estaba sentado en su litera, la más alta. Bajo esta, dos literas más aguardaban. Los barracones estaban repletos de voces y barullo. Gentío y sudor. Hel era un joven, rozaba la treintena. Lucas, sin embargo, era casi un anciano para aquel lugar. treinta y nueve años. Para ambos, sin embargo, aquello ya era el hogar. Tras dos años de servicios no podían aspirar a nada más. No en el cénit de la guerra.
—Y una mierda. Algo se cuece. Francia a caído. El norte de Europa se rinde, está en retirada. El vigía me lo dijo —Otra calada a la vista de los nazis nerviosos. Sacaban armas, preparaban autos. A lo lejos se veía el cielo con nubes grises. Hel arrugó el rostro.
—Por favor, Hel... ¿cuántas veces le has...?
Un estruendo. La explosión destrozó las casetas de enfrente, los barracones de los inadaptados. Las literas quedaron en escombros sobre los presos. Hel había quedado sepultado en el barracón de judíos, pero él no debía estar allí.
[...]
—¿Este quién coño es? —Una voz rasgada hablaba. Abrió los ojos. Todo le dolía. La boca le sabía a sangre. Un rubio condecorado le dio una bofetada. Sentía el frío atravesar susropas. Luego se percató de que tenía todo rasgado.
—¿Qué más dará? Si estaba en el barracon judío es judío y si no, uno menos —Este soldado golpeó lgieramente el cuerpo de Hel. Estaba entumecido. Quiso hablar, pero solo balbuceaba. "Soy... político..." No le entendían. Tenía la cara hinchada.
—Mételo en el tren. Esos jodidos americanos han matado a más presos que este campo de concentración en toda su trayectoria —Blasfemó en un alemán del sur—. Malditos yankies.
—¡Subidlo al tren de carga!
Hel vio como todo eran ruinas mientras le transportaban. No quedaba nada salvo polvo. Le dejaron caer en el suelo del tren como si fuera estiercol. Voces de llantos y lamentos. Lo úinco que pudo acallarlos fue el traqueteo constante del tren. Hel pudo sentarse a duras penas, pero no podía andar. Pestañear le dolía. Tenía posiblemente el cuello roto, no podía girar bien la cabeza. Miró al horizonte buscando a Lucas.
Entonces el tren se paró. Hel miró a todas partes. ¿Ya habían llegado? Imposible, como mucho habría atravesado los límites del campo de trabajo. Fuera no había voces, solo silencio. Hel se sintió incómodo, no supo por qué. Más qué cuando los soldados le miraban entre sonrisas y cuchicheaban entre ellos. Una luz roja apareció de repente, atravesó los ventanales del tren de carga. Hel sintió que se le paralizaba el cuerpo. Un miedo atroz le atravesó la espina dorsal. Todo se le herizó. La luz roja entraba en el tren, a su paso cada preso agonizaba. Luego, moría. Hel quiso gritar, pero no pudo. La luz siguió masacrando judíos. Seguidamente, la muerte a sus pies. Cuando el rojo le cubrió por completo rezó sus plegarias. Su Polonia querida, su mujer, su pequeña Anke. El maldito gobierno que vendió su alma. Él en medio de asuntos demasiado turbios. El chivo expiatorio de turno. Su cobardía. "Pudiste huir", pensó Hel.
Pero no murió. La luz se marchó por donde vino. De hecho, Hel se sentía curado, sus piernas se movían alegres. Se incorporó, la pila de cadáveres exprimidos como fruta se amontonaban en el suelo. Esquivándolos se dirigió a la puerta del vagón. La abrió. Dos soldados con trajes de astronautas manejaban una gran máquina de focos. Llevaban la bandera rusa en sus dorsales.
—Matadle —El nazi sonrió. En su rostro vio algo inhumano. Como si llevara una máscara de piel.
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