Al héroe se le mide por sus acciones, no por sus ganancias o éxito. Un héroe no ha de tener, como obligación, figura apolínea o rasgos divinos. Ha de ser bello en su alma. Para ser héroe no se necesitan grandes hazañas, sino grandes actitudes.
Ya está pasado de moda, aquellos obrares. En la era del egoísmo reina la apatía, donde cuando uno obra con altruismo crea sospecha, pues no hay acción que no cree pesares. Nos han enseñado a girar el rostro ante la miseria, negar una miga de pan al necesitado. Pues si el que predica no lo hace con el ejemplo, se pierde la enseñanza. Moral extraviada, que quizá siempre fue inexistente.
¡Has de desconfiar del que sea demasiado amable! Pues segundas intenciones esconde. Esa es la premisa. Pero si nadie tuerce su brazo, si nadie ofrece su mano, todos miraremos recelosos. Esperando una señal que nunca llega.
La existencia de ciertas personas, bondades eternas que poseen, nos muestra que se puede vivir siendo correcto. Y no es un "correcto" religioso, sino espiritual: una paz con el alma que solo estas personas, con este don, parecen tener derecho a llevar. Nos enseñan una vez más que se puede vivir sin dañar, sin envidiar, sin perjudicar y, aun así, vivir feliz. Recibiendo lo sembrado.
La gente ya no cree en héroes en nuestra era. No creen que haya existido alguno porque no conocieron a mi padre.
Una vez más nos sorprenden y nos sentimos mortales burdos ante su supremacía. Como ángeles o Dioses, pues ahora tú también sabes que no son leyenda.
Dedicado, evidentemente, a mi padre. Siempre en mí presente.
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