Quién no haya leído este libro sin duda se arrepentirá del tiempo perdido, del tiempo que se ha diluido sin el disfrute que otorga esta lectura. Y, si por alguna extraña razón, optas por no leerlo nunca, te arrepentirás toda la vida.
Un libro del cual, soy totalmente sincero, soy incapaz de sacar pega alguna. Vocabulario exquisito, ejecución hermosa, exento de taras, una obra maestra de la literatura. El tema que trata me llega de cerca, y creo que a todos, pues es un pensamiento que en numerosas ocasiones ha anidado en nuestra mente, inconscientemente y con voluntad propia. Pues como humanos todo cuestionamos, todo lo planteamos, lucubrando sobre qué podría ser y, sobre todo, nuestra reacción natural ante la hipotética situación.
¿Es el mal tan execrable? ¿Es acaso lo que dicen malo es malo y lo que dicen bueno es bueno? ¿Hay reglas que delimitan los pasos del hombre? ¿No es este poseedor de potestad para romperlas? ¿Y si es así, cuándo la tiene? ¿Es el asesinato y el robo, o cualquier delito horrible, aceptable y dotado de amnistía en alguna ocasión? ¿En cuáles? ¿Por qué la culpabilidad del ser humano le corroe y le cauteriza, quemando su alma poco a poco hasta la desintegración? ¿Es la verdad un único camino? ¿La dualidad es firme o existen vertientes en el bien y el mal?
La cuestión trata un asesinato, un crimen y su susodicho castigo. Un castigo que, no es tanto el presidio y la cárcel, sino la propia conciencia, la culpabilidad. Los delirios del maleante que le persiguen como quimeras nocturnas, como demonios depravados insaciables. De eso trata este libro, de la conciencia humana, del pensamiento del hombre, de sus acciones, de sus pasiones. De los límites de la acción y el pensamiento humano, de la depravación y la bondad. De las reglas y de ponerlas en duda.
Me ha parecido brillante la forma en la que el autor presenta la demencia del criminal, de Rodia. La manera de desarrollarse las sospechas y su locura, de como el policía (el cual he olvidado su nombre, pues los nombres rusos son rarísimos. El qué más se me quedó fue el Marmeladoz y porque suena a mermelada) interroga y vuelve más demente a Raskolnikov, de como le cerca con su solo pensamiento, con su psicología, con su "burocracia". Como Rodia cae enfermo a causa de sus acciones, como se desarrolla la historia y el personaje. Simplemente increíble. Personajes entrañables e ideas interesantes las que se comentan en este libro. Me ha encantado el tema tratado y en algunas páginas -qué tengo marcadas- no pude dejar de leer hasta el final, cuando el policía y Raskolnikov intercambian pensamientos y lucubraciones sobre los crímenes. Me pareció sublime y suntuoso.
Simplemente me arrodillaría ante Dostoievski, sin ser capaz de expresar todo mi agradecimiento por esta obra, que realmente me ha tocado el corazón de una manera muy especial. El personaje no me recuerda a mí, no me identifico con él, ni nos parecemos en lo más mínimo, pero aquellas ideas y pensamientos son tan profundamente vinculantes a los míos que me sorprende y me maravilla. Sin embargo, Rodia -Raskolnikov- me recuerda a alguien. Esa hipocondría, esa depresión emocional, ese histrionismo histérico proveniente de una profunda acedia, me recuerda enternecedoramente a alguien muy cercano.
El ambiente de la obra es algo que me recuerda -quizá yerro- a el esperpento. Esa aura de pobreza, miseria, suciedad y depravación, depravación sucia y oscura, como un aura demoníaca que procede de la desdicha de los humanos. Es algo que me apasiona.
Y también algo de rabia me ha producido, por el auto-castigo que se inflige Rodia, por su estupidez y su parálisis emocional, por su incapacidad de trascender a su delito. Al final Rodia no es un Napoleón, no es un hombre extraordinario, como él ansiaba, eterno coraje al leer las páginas y observar como su lucidez caía a pedazos como hojas de papel, a causa de su propio bloqueo, de su propia mente, de su propia alma. Rabia por su destino, pero muy agradecido por aquel final liberador, como si por fin a un mártir le dieran el paso a las puertas abiertas del cielo.
Un libro que nos invita a la meditación, a pensar, sobre aquellas cuestiones quizá tabú de toda sociedad mortal.
He querido, a propósito, retrasar la finalización de este libro, para disfrutar un poco más de su lectura, como si al acabarse se muriera una parte de mí. Ahora al acabarlo me siento liberado, pero con cierta nostalgia. Pocos libros existirán en este mundo miserable que me puedan penetrar tan profundo como este.
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