La danza alrededor del fuego, la lumbre chisporroteando, cayendo la noche en la masía familiar. Los adultos cacareando en su ignorancia hacia los juegos infantiles, hablando de dramas y tragedias, mientras aquellos de mentes inocentes mimetizaban las danzas paganas en su pilla-pilla con las llamas de centro.Noches de otoño, con el viento fresco en los rostros, los abrigos de entretiempo y la sensación de que aquel agua pantanosa de la piscina, verde como sus entrañas, era una representación fidedigna de sus pensamientos. Alex miraba hacia la piscina, cohibido por la extroversión de sus primos, alegrándose los silencios con aquellas memorias de la familia en las mañanas calurosas. Tostadas quemadas y mantequilla de la vaca, la abuela comiendo mandando a los niños terminarse la leche y él, que en dos segundos se la acababa. Las paellas y meterse enseguida en las aguas cristalinas, pero ya no más. Ahora el invierno.
El eco de la conversación adulta era como un mensaje cifrado para Alex, pero entendía que se preocupaban por algo mientras miraban hacia los niños y el fuego. La abuela se agarraba la chaqueta con rostro apesadumbrado. El tío Augusto asentía, era el único que parecía sonreír, percatándose de la mirada de Alex le guiñó un ojo. Ellos siempre hablaban de enfermedades y muerte, de hasta nuncas y tristezas. Y detestaba escucharles, había creado una barrera, pero a veces le era inevitable. Inevitable admitir que se acercaba la nieve y las flores dormían.
El tío Augusto, pensó, era el que mejor le caía. Extravagante, siempre traía juegos para los primos y él, era una especie de ilusionista, mago o brujo, no sabía si creer, pero ante sus ojos aparecían conejos de una chistera, palomas de un bolsillo, cartas tras las orejas. Era como un puente entre la adultez y aquellos niños, por eso siempre se alegraba de verle llegar por las verjas de la masía, sabía cómo tratar la timidez de Alex sin ponerle en evidencia como hacían el resto, e incluso sus padres. El tío Augusto solo en un caserón prácticamente abandonado, sucio y destartalado. Nunca se había casado y nadie sabía exactamente a qué se dedicaba, si tenía amistades, qué hacía. Su rareza principal era la magia, cada día más impresionante e inexplicable. Cuando se acercaban los críos a preguntarle el truco, siempre decía, “¿qué truco? ¡Es magia verdadera!”.
Las llamas alrededor de los niños, bailando también con ellos y ahora con el juego de las sillas. Alex se acercó finalmente y en aquel instante el tío Augusto se acercó también a ellos con una cordial sonrisa. Las historias del tío siempre eran divertidas, se sentaron a su alrededor y comenzó a relatar, “no le digáis a vuestros padres que os cuento cuentos de brujas”, reía, y los niños también.
—¿Queréis jugar a cuidar de la vela?
No dijo en qué consistía, pero los niños le siguieron al segundo piso de la casa. Un adulto avisó que no anduvieran solos allí arriba, que tuvieran cuidado y pareció que solo Alex escuchó esa voz de alarma. La casa era muy antigua, pero había sido renovada varías veces, estaba bien cuidada, sin embargo algunas habitaciones, de tantas que había, apenas tenían muebles. Una de las del segundo piso era la sala de los espejos, pretendía servir para hacer yoga y otros ejercicios, pero estaba totalmente desolada. Había espejos en la totalidad de dos paredes que se enfrentaban. Las ventanas tenían las persianas bajadas al completo, la oscuridad de la casa les engullía. Alex dio un par de pasos en el suelo de madera hasta el centro.
—Bien, se juega de la siguiente manera niños. Cogemos una vela y la encendemos entre nuestras manos. ¡Debemos colocarnos entre ambos espejos! Entonces la vela se apagará sola y cuando eso ocurra, podéis dejar la vela sin luz en el suelo, entonces... entonces... ¡veréis lo que pasará! ¡No quiero desvelaros nada!
Rieron ante el juego de palabras del tío, la curiosidad infantil podía con ellos. Seguramente sería otro truco del famoso tío Augusto. Todos agarraron una vela de la caja de bártulos del familiar y se pusieron en fila frente a los ventanales, con espejos a cada lado. El tío Augusto encendió las velas con una cerilla, pensando que no era seguro responsabilizar a un niño del fuego. La oscuridad dejo paso a la luminosidad de las tantas candelas.
En los espejos se veía una infinidad de niños con infinidad de velas encendidas. Todos se miraban unos a otros, volteando hacia los espejos entre miedo y risas. La ilusión óptica hacia parecer que estaban rodeados de miles de chiquillos, pero todo era simple truco. Entonces un soplido del viento apagó las velas y las risas de diversión cesaron. Con miradas de terror ojeaban la estancia, intentando adivinar de donde había surgido aquel aire extraño. Algunos acusaron al tío Augusto mientras se reían, continuando la juerga y este se hacía el loco, “serán los espectros de los espejos, ¡yo no he hecho nada! Quizá fue un duende…”.
Estaban expectantes, pero también temblaban, por saber qué saldría de aquellas velas que temblaban y crepitaban en un sonido estridente. Un ruido extraño salía de todas ellas, como si dentro de las llamas hubiera un objeto dando vueltas en una caja. Alex apretó la mano de su tío, quién le correspondió afectuosamente. El objeto del interior de la vela resonaba rebotando en las paredes de esta, hasta que finalmente la volcaba. La cera cayó al suelo, las velas como fichas de dominó caían. Los niños se apartaron de ellas, asustados, pero divertidos, gritos y risas.
—¿Qué saldrá de las velas? ¿Un hada? ¡Mirad, es un humo oscuro!
Los espejos vibraron en las paredes, los niños de aquellos reflejos no se movían, eran un estático con miradas malévolas que observaban fijamente a los niños de carne y hueso, con hambre de sus venas. Los gritos que parecían no entender el truco, no se atrevían a tocar la superficie de aquellos rostros de cristal. No volvían sus rostros, no movían sus labios, no cambiaban sus expresiones. Alex fue el único que se acercó al espejo izquierdo, posó su mano diminuta sobre su reflejo y su propia mano estiró de él.
Todos se movieron hacia aquel espejo que había atrapado a Alex, los reflejos ya se movían, pero en aquel espejo había una oscuridad que serpenteaba en el ambiente. Alex golpeó la pared y el tío Augusto le tranquilizó. “¡Es magia verdadera, Alex”, pero este solo quería salir huyendo, que le sacaran del espejo lo antes posible.
—Está bien, entraré y te sacaré yo mismo, ¡aguarda pequeño!
El tío acarició el espejo, con un pequeño verso su dedo atravesó el objeto y de un salto estuvo al otro lado, pero en aquel momento el espejo quedó completamente negro. La marabunta de infantes huyó de la habitación aprisa, con gritos desesperados que buscaban a sus padres. Lloraban de terror, cayendo a los pies de los adultos, que con preocupación preguntaban qué había pasado, la calma de sus palabras no se transmitía a los niños.
—¡Es el tío Augusto! Nos hizo jugar a un juego y... —dijo el más grande, algo más sosegado.
—¡Se han llevado a Alex! ¡Se lo ha tragado el espejo! —dijo un primo mediano.
—¡El tío Augusto fue a por él y se quedó atrapado también! ¡Ayudadles! —dijo una joven chiquilla.
Los padres rieron, los pequeños estaban ofendidos, no entendían aquella crueldad. ¿Por qué reían? Los muchachos no entendían nada, lo habían presenciado con sus propios ojos.
—Niños, niños... tranquilos. Eso es imposible —dijo el abuelo.
—¡¿Por qué, por qué no nos creéis?! ¡Debemos salvar a Alex!
—El tío Augusto no ha venido hoy, como siempre.
—¡Claro que ha venido! ¡Nos llevó a la habitación de los espejos! —dijo el mayor.
—Esa habitación era de vuestro tío Augusto, ya no, sin embargo. Hace tiempo que la hemos remodelado, hace tantos años ya… ay, mis pequeños. Él no está aquí.
Los adultos miraron al anciano, como asintiendo y dando su beneplácito. Los niños no cesaban en su fantasía y debían poner fin.
—No sé quién os lo habrá contado y cuál de vosotros es el engañador, pero ya vale de juegos —comenzó—. Pequeños, es imposible que hayáis visto a vuestro tío Augusto... ha fallecido. Ya no se encuentra entre nosotros, sentimos no habéroslo dicho. ¿Recordáis aquella misa, el invierno pasado? Era para el tío Augusto, que Dios le tenga en su gloria. Dejaos de juegos y buscad a Alex, seguro se ha escondido.
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