La tostadora mágica


Era el día de año nuevo, la nochevieja la había tenido que pasar con sus padres, muy a su pesar. Estaba enfadado, pero más le enfadaba el regalo de su abuelo: una vieja tostadora. ¿En serio? ¿Para qué? Le había dado las gracias, dos besos, con forzada afectividad no percibida por el pobre anciano, que seguramente lo había hecho con la mejor de sus intenciones. Pero Eylan no podía evitar sentirse estafado.

La fiesta había terminado, sus padres recogían el desastre de la sala de estar mientras él veía la televisión, sentado en el sofá con Osiris a su lado. El gato se acurrucó entre sus piernas dobladas y pareció acompañarle, mirando también hacia la pantalla. Le acarició el pelaje blanco, con un negro moteado. Sacó su smartphone, él todavía no le había contestado  ni a uno de sus mensajes.

Axel, contesta...

Siento no haber podido ir.

Cosa de mis padres.

MALDITA SEA.


Los había leído, estaba seguro, pero se negaba a darle respuesta. El móvil vibró en sus manos y sintió una punzada en el estómago.


Eylan, que pasó ayer? Axel está cabreadísimo, de hecho...

Tengo algo que decirte

DIME

Mira tía, no es culpa mía...

Es un imbécil

Sí, lo sé

Pero oye...no mates al mensajero, ok?

Xk? Qué pasa?!

Parece ser que Coral se acostó con el anoche

Lo siento, tenía que decírtelo

Hablemos por Skype, ya voy


Corrió hacia su habitación, Osiris fue tras él, derrapando por el pasillo. Nada más vio a Eylan sentado en la silla de escritorio se colocó sobre él y comenzó a masajear su estómago, mientras ronroneaba. Pero él no tenía tiempo para mimitos en ese momento, aquel asunto era muy serio. El ordenador iba más lento de lo habitual, desesperando a Eylan por completo, siendo golpeado el cacharro por sus manos debiluchas. Por fin el escritorio se cargó y Skype se abrió automáticamente. Tras mucha espera, la conversación con su amiga comenzó. Ya le había hecho algunos comentarios de lo sucedido.

Está harto de ti dice... harto de que? Vaya subnormal

EN FIN, sabes que Coral siempre anda tras el, pues mira... lo ha conseguido

Le dijo que "ya no estais juntos"...

Te dejo ayer?

A parte de eso... Axel no parece querer volver a hablar contigo, pero eso ya lo sabras




Y Axel estaba conectado también, con el ocupado puesto. Ella no conocía la versión completa, pero estaba claro que había ocurrido, Eylan no podía creerlo. Reconocía ser un desastre, pero ¿acaso el amor no lo puede todo? Estaba claro que no. Sus lágrimas cayeron todo el día, toda la noche, mientras su amiga le apoyaba. Axel seguía sin contestar, hasta que la foto de su perfil desapareció y los mensajes ya no le llegaban más. Eylan no quiso borrar su usuario, pero tampoco hubiera podido, ya fuera porque seguía queriéndole o por su visión emborronada por las lágrimas. Cerca de la medianoche alguien llamó a la puerta, ¿tienes hambre? Preguntó su padre al otro lado. Respondió con una negativa y se hundió en la almohada de nuevo, con su móvil en la mano, por si algún milagro ocurría y volvía a aparecer.

Se levantó a las cuatro de la mañana con un rostro descompuesto. Se había dormido por cansancio, pues ya había derramado toda lágrima posible. En la nevera estaba la cena, un revuelto de patata, huevo y pavo. Lo sacó y de un golpe lo estampó contra la encimera, descargando su rabia contra aquel objeto deliberadamente. La tostadora de su abuelo estaba abierta, puesta junto al microondas. Sonrió, por alguna razón. Sacó dos tostadas integrales y las colocó en la máquina, casi tan vieja como su abuelo. Tras una pelea con sus botones, consiguió hacerla funcionar.

Cuando la comida estuvo caliente a las tostadas todavía parecía faltarles un tiempo. Eylan se extrañó, miró entre las rendijas de hierro. No se estaban quemando. Sacó un zumo de naranja y las tostadas salieron volando hasta su plato. Qué suerte, pensó para sí mismo, pero las tostadas tenían unos grabados extraños, como si se hubiera escrito en ellas. Será cosa de los hierros, se habrán pegado a la tostada y parece que son letras, se dijo. Pero estaban en ambos lados, en ambas tostadas, y era totalmente legible. Eylan miró alrededor, esperando ni él sabía qué. Las leyó, sintiéndose algo estúpido.

No estés triste, Eylan, Axel no te conviene. De hecho le va a ir fatal con Coral, tendrá su merecido. Pero tú... tú tienes cosas más importantes, obras más maravillosas, tareas divinas  que hacer, Eylan. Me llamo Uriel, soy un ángel de Dios, estoy aquí para ayudarte. Sé que no me creerás, pero es la verdad, cada vez que uses esta tostadora podremos hablar. Yo te veo siempre, te observo, pues soy tu ángel de la guarda. Eylan, duerme y mañana será otro día. Uriel.

Rostro estupefacto frente a su desayuno, cena o lo que fuera. ¡Anda ya! Dijo mientras llevaba la bandeja a su cuarto para comer. Le estaban gastando una broma, no sabía como, pero mañana mismo hablaría con su abuelo. No tenía ninguna gracia. Pero... ¿cómo había sabido lo de Axel y Coral? Si ni su familia sabía que era gay. Eylan ya no pudo comer tranquilo, se sentía inquieto hasta en su propia habitación, siendo visto por aquel ángel que se decía de la guarda, que decía protegerle. Se giró, mientras le daba un bocado a la tostada llena de comida, sin ver absolutamente nada en la pared blanca.


Se levantó a las doce con los ojos pegados. Había pasado una noche maravillosa, por extraño que pareciera. Suponía que era la carta, pero ahora dudaba de su recuerdo, ¿y si había sido un sueño? Podría ser. Recordó la tostadora, si había sido un sueño la comida seguiría en su sitio y los panes también. Fue a al cocina, no había comida ni panes. Le preguntó a sus padres: ¿oye, anoche que tuvimos de cenar? Efectivamente, revuelto de patata, huevo y pavo. Y él se lo había comido, su madre lo había fregado esa misma mañana. Mierda, se dijo.

Eylan corrió a la cocina, mientras se hacía un vaso de leche le hablaba a la tostadora, como si pudiera responderle con una boca imaginaria.

—Está bien, tostadora mágica, ¿qué narices quieres de mí?

Dijo susurrando, pues no quería que sus padres pensaran que se había vuelto loco.

—Uriel, ¿no? Bueno, prueba que eres real, que eres tú de verdad, un ángel de Dios. Devuélveme a Axel.

Metió dos panes en la tostadora, tras unos cinco minutos saltaron. El mensaje estaba nuevamente grabado en la superficie del pan, con letras chamuscadas.

Veo que tratas de no creer, pero sé que en el fondo lo haces, Eylan. Me pides una prueba de mi poder, pero eso no se le pide a un ángel. ¿Quieres que te devuelva a Axel? No puedo, ni debo, pues no es para ti, no te merece. Uriel.

Miró al pan algo cabreado, lo mordió con rabia, creyendo que estaba mordiendo al tal Uriel también con aquel acto. ¡Quería a Axel! ¡El podía decidir quién era mejor para él! Pero no tenía sino que aceptar y resignarse, no podía obligar al ángel a hacer algo así. Además, ¿cómo forzar a una tostadora?

—¿Entonces como vas a probarlo, eh? Mira, véngate de Coral. Eso sí, ¿no? ¿O tampoco? A ver si vas a ser un fraude, una broma de mi abuelo...

Dos panes más fueron a parar a la tostadora, su madre preguntó qué porque tanta tostada. Eylan sonrió, "tengo hambre", dijo, "mucha", añadió. Su madre sacó la mermelada y la mantequilla, para que al menos le añadiera algo de condimento. Tras siete minutos, los dos panes saltaron.

Está bien, nos vengaremos de Coral, pero solo porque su karma negativo nos lo permite. Entra en su Twitter, la contraseña de su usuario es escolopendra. Lee sus mensajes privados. Y, por cierto, deja de hacer tostadas, no querrás que sospechen, ¿no? ¿Te las vas a comer todas? Uriel.

Así hizo. Su ordenador todavía no estaba encendido, pero esta vez tenía menos prisa. Osiris se posó frente a él, arqueando su lomo. Lo acarició suavemente, su rostro diminuto no encajaba con su figura corpulenta. Se sentó en el borde del escritorio como una persona. Eylan rió y el gato le miró como ofendido. Le plantó un besó, mientras le rascaba las orejas.

El Skype se abrió automático de nuevo, su amiga le había preguntado qué tal, que dónde narices estaba. Estoy bien, le respondió, pero no quiso contarle lo de la tostada. No era la persona adecuada para ello, solo le faltaba más humillación. ¡Vaya manera de empezar el año!

Twitter, eso era lo importante. Usuario: Coralcitodemar. Contraseña: escolopendra. No podía creerlo, ¡había entrado! ¡Era la contraseña correcta! Ese tal Uriel era increíble. ¿En serio estaba pasando? Un nervioso Eylan recorrió la red social de Coral, mirando las conversaciones privadas como le había recomendado su ángel de la guarda. Había mucha paja, mensajes spam de otros Twitters buscando publicidad, likes o retwits. Pero unos cuantos le parecieron muy interesantes.

Coral había estado hablando con varios chicos, bastantes para ser sinceros. Eylan contó unas diez conversaciones, en las cuales Coral había ligado y jugado con los sentimientos de todos ellos. Entre ellos estaba Axel. Su novio, ex-novio mejor dicho, había tratado de rechazarla, pero las manipulaciones de Coral habían surgido efecto. "Ese chico no es para ti, es patético, tú te mereces una mujer, eres un hombre no una nena..." y Coral no se cansaba de contar mentiras sobre él, todas para, simplemente, contar con otro macho en su lista. ¡Vaya zorra! Gritó en su habitación. Y Axel que inocente, ¿cómo creerse todo aquello? ¿Cómo tener semejante complejo con su virilidad?

—¿Quieres una mujer? ¡Pues toma mujer, ahí la tienes capullo!

Hablaba solo, aunque esperaba que Uriel le estuviera viendo, sino hubiera sido un poco demencial por su parte. Pero sabía perfectamente qué hacer. Grabó todas las conversaciones, cambió la contraseña de Coral y el correo, publicando después todos los mensajes, avisando a los afectados y creando un auténtico caos. En unas pocas horas Coral tenía más enemigos que un traidor a la patria, contaba con una página de haters que informaba de las verdades filtradas por Eylan. Incluso en su página de Facebook privada tenía mensajes de odio. Eylan sonrió, se lo merecía.

En la merienda se hizo más tostadas, Uriel estaba contento pero no debía hacer nada más. Debía borrar su historial, toda pista de su ordenador y alejarse del tema. Si obraba algo peor hacia aquella muchacha entonces las cosas se tornarían oscuras para él. Eylan hizo caso, con una felicidad explosiva. Pero su tentación hizo aparición. Axel entró en escena.


Eylan... oye siento no haberte contestado

Este móvil va fatal

No me vengas con esas, sé lo de Coral...

He visto todo...

Pero mira paso, es culpa tuya

Eylan lo siento, estaba cabreado

Hemos tenido muchos problemas... ninguno se ha solucionado

Se me fue la cabeza, por favor perdóname

Crees que soy imbécil? VETE A LA MIERDA

Vamos Eylan... deja que nos veamos, esta noche? A las once en el parque

No.

Por favor... solo para charlar, solo para eso!

Al menos para que quedemos bien, vale?

Aceptas?

hola?

Sí. vale.


¿Merecía la pena su amistad? ¡Debía hablar con Uriel! Tuvo que esperar a la cena para poder tener una excusa para hacer tostadas, pues ya llevaba más de cinco. Su inquietud no le dejaba estar, necesitaba saber qué debía hacer. Pero, ¿qué le decía el corazón? Quería a Axel, pero le había engañado. No hay marcha atrás para la traición y solo había vuelto al verse dolido, dañado por Coral. ¡No! No era digno.

Su madre le llamó para cenar. ¡Tostadas mamá, espera! Tras diez largos minutos, una respuesta llegó.


No debes volver con él, ¡hazme caso! Ya te he demostrado qué soy quien soy. Dile que no, me lo agradecerás.


—¡Tanto para esta respuesta de mierda! Está bien...

Suspiró con rabia, impaciencia, con hastío. Cenó tranquilamente. Todavía seguía queriendo ir, a pesar de las palabras de su ángel de la guarda, quería ir, besar a Axel, dejarse poseer. Lo necesitaba, porque no quería estar solo, pero Uriel apareció en su cabeza como un espectro. No, ni siquiera voy a avisarle, se dijo.

No hacía falta, su ausencia hablaría por él. Pero su decisión no hacía más que acecharle. ¿Había hecho bien? ¿Era una oportunidad perdida? Se sentía mal, demasiado mal. Por ello marchó a la cocina, cogió todo el paquete de pan, se llevó la tostadora a su habitación. Quería hablar con él, aunque fuera de cualquier cosa.

No sabía que preguntar, toda aquella situación le había venido caída del cielo, era como un sueño, ¿o una pesadilla? Se despertaría y Axel seguiría con Coral. ¿Por qué él, si era un pecador? ¿Qué buscaban de él, ayudarle gratuitamente? Eylan colocó dos panes en la tostadora.

—Pero, Uriel, no lo entiendo ¿dios no detesta a los homosexuales? Si es así, ¿por qué me elegisteis? ¿Queréis reconducirme al sendero heterosexual? Porque eso no va a pasar... Y... aparte, ¿por qué una tostadora?

No, Eylan, el hombre habla en nombre de Dios, pero Dios tiene su propio verbo. Dios no odia, solo ama. Y sobre lo segundo, era tan ridículo que nadie hubiera dudado de su veracidad. ¿Una tostadora divina? Bueno... nadie habría visto nada igual, no habría forma de trucarla de lo vieja que es. ¿Qué querías, que se te apareciera la virgen? Uriel.

—Entonces... ¿todos esos Cristos que aparecen en comida sois vosotros?

Aquello parecía un chat en la red. Eylan rió por lo surrealista de la situación.

No Eylan, eso son chorradas, mamarrachadas del hombre. ¿Crees que tenemos tiempo de poner la figura de Jesús en el culo de un perro? Eso son pareidolias, nada más. Uriel.

—Oye, Uriel, me caes bien... ¿Por qué hablas como yo? Quiero decir... como uno de mis amigos, no pareces un ángel, no sé me esperaba una charla señorial. ¿No puedo verte?

Eylan, hablo según tú mejor me entenderías, el idioma angelical es otra historia. Y no, no puedes verme, no tienes esa capacidad. Los humanos de hoy en día carecen de espiritualidad, por ende cada vez hay menos avistamientos de ángeles, vírgenes, menos comunicaciones entre cielo y tierra. Oye, vas a gastar todo el pan. Vete a dormir, que ya pasa de medianoche. Uriel.

—Uriel, ¿tú me quieres? Porque parece que nadie lo hace, si al menos tú estás conmigo... solo necesito un enchufe y pan —sonrió, pero pronto su mueca se tornó triste—. No quiero estar solo, esto es penoso, mírame... hablando con una tostadora. Soy idiota.

No eres patético, no eres idiota. Yo te quiero, evidentemente, siempre lo haré, siempre estaré ahí para ti aunque no puedas verme. Pero no debes de contar conmigo para que te salve, estoy aquí para que puedas valerte por ti mismo, para darte un empujoncito en la dirección correcta. No, no estarás solo, solo te diré eso. Ten paciencia. Uriel.

—Supongo que tengo que esperar... pero no quiero. En fin, Uriel, buenas noches.

Osiris había estado espiando toda la conversación, pero guardaría su secreto. Se tumbó en la cama con el minino, mientras lágrimas volvían a caer. Sabía porque, la soledad, porque detestaba ser un punto abandonado en el universo. Y todo el esfuerzo obrado no había servido de nada, otro más se había ido. Ahora perdía la cabeza, hablaba con ángeles celestiales a través de tostadoras. Se veía hablando con Osiris dentro de poco. El gato se acurrucó en su pecho, mientras suavemente con sus patas jugaba con sus lágrimas, casi queriendo decirle que dejara de llorar. Eylan miró a Osiris, algo extrañado, con un rostro sorprendido de revelación.

—¿Uriel?

Maulló, Eylan lloró con más fuerza y le abrazó, eso le servía como respuesta. Quizá no era él, quizá se estaba creando fantasías, pero le importaba poco. Aquel minino había sido su mejor amigo en mucho tiempo, había velado por él todas las noches.

Cada noche lloro, porque una parte de mí quiere vivir sus mentiras, pero la otra parte de mí sabe la verdad.

Había ronroneado sobre su pecho, se ponía boca arriba y maullaba para que le rascara la tripa. Hacía monerías y conseguía hacerle reír. ¿Por qué no creerlo? Y ahora lo veía más claro que nunca. Uriel, ese ángel que había velado por él, ¿qué ángel divino le elegiría? Pues él lo había hecho. Aquello significaba mucho para él.

—Dijiste que no podía verte. ¿No puedes convertirte en una persona? Para mí, para estar conmigo... porque eres el único que me quiere.


Al día siguiente las redes estaban llenas de odio hacia Coral, pero Coral no atinaba con los culpables. Tenía tantos enemigos que no hubiera podido señalar a Eylan ni aun teniéndole ante sus narices. Axel, por otra parte, había averiguado mejor la historia. Había dejado comentarios enfadados en sus redes, señalándole como el instigador, pues Coral y él habían estado juntos y, por ende, a causa de eso había terminado su relación. ¡Le acusaba de falsificar las conversaciones! Eylan no sabía si contestar, le temblaban las manos, del miedo, de la rabia, del odio que sentía hacia aquel ser humano.

La tostadora de nuevo, puso dos panes pero esta vez estos jamás saltaron. ¡La tostadora no funcionaba! Por mucho que lo intentara parecía encenderse, pero no calentaba. ¡Justo en ese preciso momento! Eylan tuvo que responder solo a Axel, sin la ayuda de Uriel. Osiris apareció en su habitación, se sentó sobre sus piernas.

—¡Uriel! Mira, si eres tú... ¡arregla la maldita tostadora! Necesito tu consejo, ¡ya!

El gato maulló sin entender nada y marchó de nuevo, huyendo por el pasillo. Eylan le maldijo, ¿cómo podía abandonarle, justo ahora? ¿Él también? La pelea en las redes creció, pero ellos no tenían pruebas y Eylan salió airoso de la situación. Sin embargo, aquella decepción, otra más, le había golpeado fuerte. Había sido idiota por pensar siquiera en volver con Axel, hubiera aceptado ser amigo suyo con el tiempo, pero ahora imposible. Prefería creerla a ella, ¡y no a él! A unas pruebas irrefutables.

Recordó todas las conversaciones, todas las llamadas, todos los te quiero. Aquellas charlas durante horas en las que se entendían Axel y él a la perfección, como si hubieran nacido para estar juntos. Recordaba las discusiones, los celos, los días en los que quedaban y él no aparecía, las críticas, las acusaciones por su parte. Un cúmulo de sensaciones, de emociones, amor y odio. Golpeó su cabeza contra el escritorio, perdido, apesadumbrado, solo. Sus padres estarían en la sala de estar, tan solo pensar decirles algo de todo aquello le aterraba. Se sentía más solo de lo habitual, pues ni su familia ni sus amigos podían comprenderle. Se sentía patético, porque su Uriel era su único confidente.

Y cuando pensaba en hablar, en ir a sus padres y soltar algunas verdades, recordaba como su familia reunida hablaba en contra de los homosexuales, mofándose de su estilo de vida pecaminoso. Entonces se le quitaban todas la ganas. No les odiaba, no les admiraba empero. Se odiaba a si mismo, eso sí, porque amaba sin querer, penaba como idiota. Osiris apareció por la puerta, pero no quiso ni girarse para mirarle. Este, viéndose ignorado, subió al escritorio y obligó con sus patas a mirarle.

—¡Osiris! ¡O Uriel, quién narices seas! ¡Déjame!

Se dio cuenta, empero, de que el gato le había dejado algo sobre el teclado. ¡Era una tostada! ¡Y había letras escritas! Corrió a leerla con ansia inquieta.

Eylan, este será mi último consejo, hubiera deseado seguir conociéndote, pero creo que lo que te voy a decir, tarde o temprano, cumplirá ese deseo. Quiero que hoy vayas a la plaza del ayuntamiento de tu ciudad, te coloques en medio de la plaza, frente al edificio. Siéntate en un banco y espera. No puedo decirte la hora, pues no controlamos bien las horas humanas, pero será esta tarde. Hazme caso, Eylan, y espera. Por mí. Te quiero, nunca te abandonare, puedes estar seguro. Uriel.

No tardó más de quince minutos en arreglarse, salió por la puerta hacia dónde le había indicado. Osiris se despidió de él en el umbral, mientras su padre le indicaba que debía volver para cenar, sin excusas. Casi que en vez de caminar, corría. ¡Qué enigmático ese Uriel! ¿No podía ser más claro? ¿Por qué ya no funcionaba la tostadora? Enfado, nada más que eso. Y aquella sensación se mezclaba con todas las demás, y cada vez aparecía una emoción nueva que hacía hundir un poquito más el puente, hasta que a cierto punto se rompería para siempre. Porque él era como un pájaro, cuyo cuello se enrollaba en sí mismo eternamente. Y aquello definía su personalidad caótica, porque no podía concebir una vida sin el amor. Podría decirse que era adicto, a la sensación de sentirse querido, adorado, protegido, pero para él era algo normal, sentido común. Porque, bajo su percepción, la vida humana estaba pensada para encontrar a aquella persona que te complementa, que te completa.

Cuando llegó a la plaza se sentó en el banco que miraba hacia el ayuntamiento, le parecía el mejor sitio, aunque no sabía si era el correcto. Desde ahí podía verlo todo, la gente caminar de un extremo al otro, cruzar la plaza para hacer fotos al edificio, a las flores de los diminutos jardines colindantes, para comprar una rosa en los numerosos puestos de la plaza, para beber un poco de agua de la fuente o simplemente, como él, sentarse. En aquel ritual mortal veía locura, seguramente la mayoría de aquellas personas repetían ese recorrido diariamente, esperando que en algún momento, en algún punto de su trayectoria, ocurriera algo que lo cambiara todo. Eso le había pasado a él, ¿no? ¿Y si todo había sido obra de su imaginación demente, sumida en el dolor de la pérdida, en el daño de la traición? Y el caso es que no podía aceptar esta excusa, porque lo había vivido intensamente.

Sin embargo, admitía reconocer algo familiar en aquel Uriel, como si ya le hubiera visto, como si ya hubieran intercambiado palabras. Las horas pasaban y el cielo se oscurecía, nadie apareció que se le acercara, nadie que le mirara con ojos curiosos, nadie extravagante, ¡nadie! Se impacientaba, comenzaba a pensar que no ocurriría nada, cuando meditaba sobre aquella posibilidad se venía abajo. El fracaso, su caída. Lo necesita, necesitaba que algo ocurriera, un milagro. Que aquel deseo se cumpliera, de la mejor forma posible. Creía que si lo deseaba con fuerza ocurriría, el universo le daría lo pedido, pero contra más tiempo pasaba más se desvanecía esta idea. Porque era impaciente, las esperas le marchitaban.

¿Qué haría si resultaba ser todo una mentira? Pasaría meses en cama, sin querer ver la luz del sol, olvidado por la gente. Eso quería, eso querría pues, porque todavía tenía esperanza. Buscaba con la mirada a todos los que pasaban, hombres, mujeres, ancianos, jóvenes. Pero se hicieron las ocho de la noche y la muchedumbre fue desapareciendo. Se levantó del banco, estaba apunto de romper a llorar. Solo quería esconderse entre sus sábanas, solo eso, nada más. Anduvo hasta el centro, mirando de nuevo al ayuntamiento, exigiéndole alguna destrucción de su persona, quizá culpándolo, no lo sabía. Marchó en dirección a su casa, pero chocó contra algo. Una cámara cayó al suelo y quedó rota por completo.

—¡Joder! ¡¿Por qué no miras por dónde coño vas?!

Un joven había presenciado a su más preciado tesoro morir. Eylan se sintió muy culpable, se disculpó tanto como pudo, incluso ofreciéndose pagarle la cámara. Pero entre sus perdones brotaron lágrimas, no podía más. El joven, confundido, con incomodidad mostrada en sus gestos, acarició el hombro de Eylan, queriendo apaciguarle.

—Oye, oye... mira no pasa nada, no estoy enfadado, ¿vale? No te pongas así, oye... ¡no llores más vamos! ¡Te perdono!
—¡No! Soy un desastre, ¡joder! —No cesaba en su llanto, era como un grifo roto.
—Mira, no tienes ni que pagarlo, ¡no pasa nada créeme!

El joven, que le sacaba casi dos cabezas al protagonista, le ofreció sus brazos como consuelo. Eylan se abalanzó sobre él como si fuera su única salida. El desconocido no comprendía la situación, tampoco sabía qué más hacer o decir. Miró a  Eylan, un diminuto muchacho de lacios cabellos, con ojos brillantes llenos de lágrimas. Se merecía sonreír.

—¡Venga, vamos! ¿Te sientes mejor? No te preocupes por mi cámara, ¡me compensaras con otra cosa! ¿Cómo te llamas? —Eylan le miró desconfiado.
—Eylan...
—Bien, te propongo que tengas una cita conmigo, este viernes. ¿Para cenar? —sonrió el joven que ya estaba recogiendo los pedazos moribundos de su cámara.
—Pero... ¡si ni te conozco! ¿Y si eres un violador, eh? —Dijo Eylan. El joven rió.
—Perdona, no me he presentado... Me llamo Uriel.

El rostro de Eylan cambió por completo, una gran sonrisa apareció en medio de su pesadumbre.

—¿Este viernes? Estaré encantado, pero podríamos quedar para desayunar unas tostadas —rió. Y Uriel no entendió su diversión, pero rió también.

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