¿Somos prisioneros de nuestra mente?

Es un horror ver, lo admito. Si a Neo le hubieran avisado de lo que iba a descubrir jamás hubiera tomado aquella pastilla. Pero como Platón indicaba, siempre hay un prisionero liberado, que no se sabe de dónde viene, casi como si surgiera del propio sistema -como en mátrix- y que es otra trampa ilusoria más.

Pena me da, el ser humano, la tierra, todo en general, por la oscuridad masiva que le embarga. ¿Cuándo comprenderemos, cuando seremos liberados?



¿Cuándo, repito, nos daremos la oportunidad de ser libres?





Somos esclavos del sistema y de todo lo que este conlleva. Somos esclavos al nacer, de la respiración, de nuestra madre que nos sustenta y sin la cual moriríamos, del alimento que nos nutre, del sol (pues no podemos vivir sin el astro rey), de la tierra que nos da sus frutos. Somos esclavos de la aceptación social (que nos golpea fuerte ya en parvulario prácticamente), de nuestras amistades (pues tememos estar solos), de las notas del colegio, de los estudios que dictarán nuestro futuro, de nuestro empleo, del dinero, del estado, de los funcionarios de la administración, de los médicos, de cada persona que trabaja para nosotros o nos otorga un servicio, ¡hasta del panadero! Somos esclavos de la tecnología, de la televisión, Internet, de los transportes, de la nevera, la luz, el gas, el agua caliente, las alarmas, el microondas. Somos esclavos del género, de la sociedad que nos impone unos roles, somos esclavos de nuestro cuerpo, de nuestra genética inamovible, de nuestra salud, de nuestro talento. ¿Más? Somos esclavos de nuestros miedos, del amor que es atracción, de nuestras pasiones, del odio, del rechazo, de la culpabilidad, de la vergüenza, de la soledad, de la vanidad, de cada pecado capital que conocemos (avaricia, gula, pereza, lujuria, envidia, ira, soberbia), del egoísmo, de nuestra mente.

Somos esclavos de lo que dicen de nosotros, de lo que nos piensan, de lo que nos hacen, de lo que no nos hacen, de lo que no nos piensan, de lo que pensamos nosotros. Somos esclavos del universo y su ley, de la física. Somos esclavos de las creencias, que son miles y tienen diversas formas.


Somos esclavos, porque jamás les damos las gracias a los que se lo merecen. ¿Acaso alguna vez has agradecido a la naturaleza por permitirte existir?

Somos esclavos, porque jamás nos desprendemos de lo que nos perjudica. ¿Alguna vez te has perdonado a ti mismo por sentir odio, por lesionarte, por cometer errores, por no ser perfecto?


¿No estáis cansados de no poder decidir? ¿Ni siquiera sobre vosotros mismos?



¿Alguna vez te has odiado a ti mismo?
¡No! Qué tontería... ¿quién se odiaría a si mismo?
Mucha gente, la mayoría es más...
Bueno, esa tal Carla, sí esa de nuestra clase... tan callada y solitaria. Esa seguro se odia mucho, ¡mira como va vestida! ¡Cómo actúa! No habla con nadie, debe ser que es una amargada.
Eso es odiarse a si mismo.
¿Ves? ¡Lo que yo decía!
Lo de Carla no, lo tuyo.



Permítete ser, perdónate, entiéndete. Y podrás amar al mundo.

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