Es una simple máquina. Tú te sientas y con la fuerza de tus piernas comienzas a elevar una pequeña tabla que hay frente a ti. Puedes hacer gemelo o cuádriceps, depende de cómo hagas el ejercicio. El grave problema no está en el ejercicio que desempeñes, sino en la colocación de las pesas en la susodicha máquina. Ahí es cuando la gente se pierde.
Me explico. La máquina ofrece una herramienta que sujeta el mecanismo de la plancha, aguantando las pesas que has colocado previamente. Cuando la gente se acerca a sentarse y ven que la pinza está colocada en un peso superior al que están acostumbrados, se dan cuenta de que no pueden bajarlo con la pierna de manera bruta. ¡¿Qué haré yo ahora?! ¿Llamo al entrenador? ¡No señora, no!
A ver, que os voy a abrir un mundo nuevo de posibilidades. La prensa de pierna tiene una palanca que ayuda a retener el peso, se sube la plancha hasta cierta altura y finalmente la pinza se cae. Entonces dejas caer la palanca, la hundes hacia abajo para que la plancha vaya a su posición inicial y natural. AHÍ es cuando puedes cambiar el peso sin ningún problema. ¿Ves? No era tan difícil.
Y os preguntaréis que porqué me intereso tanto en esta pequeña problemática, ¿qué más dará que la gente no sepa usar la máquina? Llaman constantemente al entrenador para que les explique y con un simple gesto ven la luz de nuevo. ¡Milagro! No, mi preocupación no es respecto a esta situación en concreto, sino a cómo el ser humano ha perdido toda la curiosidad innata que poseía.
¿Dónde quedó la curiosidad del mortal? Aquella que ha sido el vehículo del progreso hasta el día de hoy. Si el hombre prehistórico no hubiera tenido curiosidad, si se hubiera rendido ante el primer impedimento, no tendríamos el fuego. Seguiríamos viviendo en cavernas, solo porque a ninguno se le había ocurrido juntar dos piedras, crear chispa y ¡voilà! Porque la curiosidad es importante, pero cada vez nos queda menos.
¿Por qué la gente no sabe usar la prensa de pierna? Quiero decir, todo está ahí: la palanca. ¿Qué costaba tratar de moverla a ver qué pasaba? ¿Por qué a nadie se le ocurre? Parece que preferimos holgazanear y que nos lo den todo masticado, comida vomitada en nuestra boca. Porque pensar duele, cansa, ¿más que dos horas de ejercicio en el gimnasio? ¡Bueno, cada loco con su tema!
Ahí está mi problema, y me enerva. Porque yo también he pecado de carencia de curiosidad, ¡y en la misma situación, en la dichosa prensa de pierna! ¿Qué nos ocurre? ¿Será cierto que el cansancio del ejercicio reblandece las neuronas? ¿Será que ya no tenemos curiosidad por investigar, conocer, descubrir? ¿Será quizá la vergüenza?
Sí, amigos, la vergüenza, aquella que no te lleva a ninguna parte. Quizá es vergüenza a hacer el ridículo, a verse como un torpe sin saber el funcionamiento de la máquina. ¿Vergüenza de demostrar iniciativa, curiosidad, inventiva? ¿Por qué, querido mortal? Y ya no es solo vergüenza por obrar, sino vergüenza por pronunciarse.
Hace unas semanas estaba en el gimnasio, junto a la prensa de pierna haciendo otro ejercicio. Una chica se sentó en la prensa de pierna y vio que la pinza estaba sujeta, intentó quitarla con las piernas pero no pudo. Luchó contra la máquina todo lo que pudo, quedándose totalmente inmóvil durante varios minutos, sin saber qué hacer y sin tener valentía suficiente para pedir ayuda. ¿Por qué nos da vergüenza pedir ayuda?
Entonces me acerqué yo con una sonrisa, ¿problemas? Ella respondió afirmativamente. Le brindé mi ayuda y le expliqué el funcionamiento de la palanca. Y la chica probablemente estuvo minutos enteros sin hacer nada, solo porque la timidez le impidió hacer mil cosas. Y esta vez fue perder un minuto de su vida por culpa de la prensa de pierna pero, ¿qué otras oportunidades has dejado pasar por la dichosa vergüenza?
Pedir ayuda no es algo malo, es algo necesario. Pero más necesario es la curiosidad, que os pido, humanos, nunca muera.
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