HORROR ▲

Prólogo

—¿Cómo es la sensación? Intenta describírnosla lo mejor que puedas... Tómate tu tiempo, esperaremos.
 —No... No sé, no sé puede...
—Solo trata de hacerlo, no te preocupes si al principio te cuesta, solo comienza... No pierdes nada por intentarlo.
—Es... como si...

«Es como si alguien te mirara. Mira, no sé cómo explicarlo, pero hay alguien, y ese alguien no te desea nada bueno. Es como si supieras que hay un pavo con una pistola tras de ti, apuntándote. Se ríe, porque sabe que puede dispararte cuando quiera, pero no lo hace, simplemente te apunta y te mira fijamente, en la nuca. Ahí es dónde lo sientes. A veces son corrientes eléctricas, de esas que te erizan el vello, como escalofríos, quizá notas que algo te acaricia el pelo o te toca el hombro. Es incomodidad, creo que ese es el primer sentimiento, como si un profesor te mirara intensamente durante un examen, como si estuviera detrás de ti observando lo que escribes, molesta demasiado cuando alguien permanece demasiado tiempo mirándote y aunque le acorrales con tus ojos no los aparta, se queda bobamente mirándote y entonces ya no es comodidad. Es amenazante, aunque sabes que no hay nada y que no existe percibes que peligra tu vida si sigue a tu lado, si continuas sin girarte y te niegas a comprobarlo. Comprobar que no hay nada ahí.»

«Cuando hablas de él comienzas a sentirlo, tú también, te lo veo en la cara. Sabes que está detrás de ti pero no te giras porque quedaría poco profesional. ¿Sabes por qué viene? Porque se siente invocado, le gusta saber que incluso vosotros, hombres de ciencia, temen por él, que hasta vosotros sois capaces de detectar su aura maligna. Ahora mismo os está mirando y se está riendo, está muy cerca de ti. ¿No lo notas? Sabes qué es eso, estar de noche, en la oscuridad de tu habitación, reinan las sombras, imagínate algo detrás de ti, ahora mismo, una sombra que vacila en poner una mano sobre tu cuerpo, que respira tras tu espalda. La nocturnidad y sus quimeras, sin ninguna luz y aquel miedo por no poder encenderla cuando se necesite. Ver como por el rabillo del ojo cruzan bultos negros, quedarse fijamente mirando un punto de la pared en la más completa negrura y parecer que se mueve. ¿Y si te dijera que aquella sombra no fue cansancio o ilusión sino que fue totalmente real? ¿Y si te dijera que ese frío que sientes es su aliento? Contra más lo piensas más lo evitas, porque quieres mantenerte firme, no son más que leyendas y tu imaginación, no es posible que allí haya algo. No hay nada.

Sí, tú, ¿no lo sientes todavía? Cierre los ojos entonces, durante un segundo, atiende solo a las sensaciones. Y vuelve, ¿no tiene frío? ¿Todavía no le siente? Pues está detrás de ti, lector, gírate ahora que puedes. Gírate, antes de que sea demasiado tarde.»


Sin Media Naranja

Estoy solo. Antes creía que no me importaba, pero al llegar a la residencia me di cuenta de cuán importante son las amistades, el contacto con seres queridos, tener a alguien que te visite y te cuide, de vez en cuando. En mi habitación soy un anciano más que nadie quiere, mi origen es callejero así que no conozco a mi familia, la perdí hace mucho tiempo, y aunque mi pelaje es brillante, limpio y sedoso no atraigo más que manos casuales que me acarician con desgana, con el hálito apagado.

Es cierto que me dan de comer, que puedo rascar lo que me venga en gana, pero no solo de eso vive un gato, y menos uno a mi edad, que ya está cansado de brincos. Quisiera poder tener a alguien a mi lado, pero la suerte me es esquiva y cada vez que un anciano me acepta en sus brazos me abandonan sin aviso, sin dejar rastro.

No sé si daré mala suerte, si se cambian de residencia, si se cambian de planta y ya no les reconozco, pues las caras se me dan algo mal y soy animal de costumbres. No sé qué ocurre, pero está claro que algo me pasa, algo malo hay en mí. Pero eso no dejará que me rinda, seguiré buscando a alguien que me ame, aunque sea para simplemente dormir en sus piernas.

Hoy he visto a un hombre que seguramente ya había conocido, pero su gesto cariñoso de acariciarme las orejas me ha parecido un comienzo adecuado. Mientras el hombre caminaba a paso lento a su dormitorio le he seguido, tratando de entablar una conversación siempre sin contestaciones, pero con una sonrisa que eliminaba la necesidad de toda palabra.

Se llamaba Adolfo, su dormitorio era sencillo, había un marco con una foto de sus nietos. Al subirme a mirarla me ha sonreído y me la ha mostrado de cerca. Pronto me invitó a pasar la noche con él y tras una buena comida me he acercado. Estaba escuchando la radio, yo sobre él, manta calentita sobre ambos, él acariciándome mientras asentía hacia la radio, que es una máquina que no comprendo, pues solo suelta balbuceos.

Al día siguiente me he despertado antes que él, he ido a hacer mis necesidades a mi habitación, pero al volver ya no estaba. La foto con sus nietos tampoco, sus enseres habían desaparecido y ante mis llamadas no había nadie que contestara. Salvo un hombre de blanco, que acarició mi lomo y me miró detenidamente, con sus gestos me decía que me marchara. Y así va otro más que no me quiere.

Sé que no es el olor, pues me lavo más de dos veces al día. Soy esponjoso, como bien y no hago destrozos. No molesto con mi habla por las noches, les dejo su espacio y su tiempo, no soy avaricioso en los cariños. Tampoco es mi pelaje, pues no soy un gato negro, y sí conozco las leyendas de los humanos por parte de otros gatos que han sufrido en sus carnes este maltrato psicológico. Pero ninguno era blanco, como yo lo soy. Así que, sigo sin comprender qué es.

Pero qué sería de mí si me rindiera. Así que seguí mi rutina, me lavé, me aseé de nuevo, comí algo, me aseguro siempre de estar impoluto antes de entrar en la sala comedor. Allí había varios ancianos, algunos viendo la televisión, otros jugando al dominó, otros a las cartas, algunas estaban de tertulia. Y yo me senté sobre una señora de pelo rojo muy corto, que me miraba desconcertada pero pronto se le olvidó que estaba junto a ella. Mis arrumacos consiguieron que me acariciase, mis maullidos la enternecieron. Me dio una chuche de las que me encantan, y Encarna y yo ya somos amigos.

Encarna iba por la residencia con un aparato conectado a su nariz, no sé para que servirá pero seguro es importante, así que trataba de no tocarlo ni acercarme, no quería asustarla. Cuando llegamos a mi habitación, Encarna pidió unas pastillas al recepcionista y me cambió la comida y el agua. Maullé nuevamente y estiré mis patas, estaba muy contento.

Pasamos la tarde juntos, ella tose mucho, pero no me importa. Alguna enfermera vino a atenderla, pero ella no paraba de acariciarme, ya me quería demasiado. Soy un gato adorable. Esa noche decidí irme, quizá necesitan espacio a la hora de dormir, quizá es eso. Al día siguiente Encarna estaba sobre la cama, me alegré demasiado al verla. Me subí al lecho, junto a ella, maullé para despertarla, pero nada pareció surtir efecto. Y entonces les vi, los hombres de blanco, llevándose a Encarna sin su permiso, levantándola y metiéndola en una bolsa como si fuera basura. Mis bufidos no les sorprendían ni ahuyentaban, y me puse demasiado triste, porque ahora sabía que había un complot en mi contra.

No soy yo, eran esos hombres de blanco que no querían verme feliz. A la próxima estaría preparado, les atacaría nada más entraran, no abandonaría a mi humano. Pero cuando quise regresar al comedor todos me miraban mal, ya nadie quería acariciarme. Seguramente los hombres de blanco les dijeron a todos los ancianos que yo daba mala suerte, que si se juntaban conmigo les echarían en una bolsa de basura. ¡No es justo!

Me costó una semana encontrar a un anciano que quisiera estar conmigo, pues todos me cerraban la puerta, y mi querida Lola apareció. Dolores era nueva, iba en silla de ruedas porque estaba muy débil, nada más me vio quiso que me subiera encima. Desde la entrada a su habitación estuvo haciéndome arrumacos y mis enseres fueron movidos a su habitación. Dolores tosía más que Encarna, pero no llevaba nada atado a su nariz, sino a su brazo. Le daban comida líquida y nunca salía de su habitación, pero estaba feliz porque estaba conmigo. Y yo también estaba feliz.

Trataba de dormir por las mañanas para estar la noche en guardia, ningún hombre de blanco se atrevió a entrar. Cuando veía alguno pasar por las mañanas de madrugada les bufaba y amenazaba con mis garras. Se marchaban sin mirar atrás. Ese fue mi pequeño triunfo, aunque el resto me odiara no podrían conmigo y con Lola, éramos inseparables.

Mi amistad con Dolores duró más de un mes, aunque no sé contar muy bien el tiempo fue mucho para mí. Cada vez ella dormía más, casi tanto como yo, y comía menos. Mi presencia parecía animarla, porque, como yo, ella estaba sola y no la visitaba nadie. No tenía marcos con fotos de nietos, ni fotos con sus hijos y la enfermera nunca entraba para avisarla de una llamada. Pero ya no estaba sola, porque estaba conmigo, yo estaba con ella.

Recuerdo la semana pasada misma, lo contenta y vital que estaba, parecía que se estaba recuperando. Se levantaba de la cama para ir al baño ella solita. Yo no la dejaba nunca sola y ella lo agradecía. Pero ayer Dolores me dejó y esta vez no fue por culpa de los hombres de blanco. Su voz dejó de escucharse, su aliento dejó de salir por su boca. Aunque mis maullidos estridentes atrajeron enseguida a una enfermera, no se pudo hacer nada. Y entonces aparecieron ellos, para llevársela. Y ahí comprendí que era lo que pasaba.


Pero qué sería de mí si me rindiera. Quisiera poder tener a alguien a mi lado, pero la suerte me es esquiva. Seguiré mi rutina, caminando por los pasillos de la residencia, buscando un nuevo compañero o compañera, deseando no estar en el borde del mundo.


"Las Fobias y Cómo Vencerlas" por Jordan Pastor Jimeno


Cuantas vueltas habremos dado en la vida, arriba y abajo, alguien trata de cambiarte, cambias y te arrepientes, vuelves, te caes, te levantas, mientes, la cagas —como siempre—, y vuelves al redil de la incertidumbre. Nadie dijo que sería fácil. Nadie te prometió nada. Y si lo hicieron y aun así firmaste, te mereces que te hayan estafado, ¡siempre hay que leer la letra pequeña!

Mirad, me llamo Jordan, no necesitáis saber mucho más de mí aparte de que soy un pringado, un loser, no aprenderás mucho de mí, no te podré dar demasiadas lecciones de vida pero quizá esta reflexión nos sirve a ambos. Todavía tengo quince años, aunque prefiero decir que ya tengo quince años, queda mucho mejor. Estoy en tercero de la ESO y mi asignatura favorita es Inglés. Bueno, el tema de esta redacción serán los miedos, todos tenemos, ¿verdad? Unos más raros que otros, eso no se puede negar, pero yo tengo un terror infantil demasiado extraño que no ayuda para nada a mi estatus social. Como si tuviera todavía de eso, pero ese es otro tema, da para otra redacción.

Comenzó cuando era muy pequeño, acababa de aprender a usar el orinal, ya era grande para usar el de los mayores, ¡qué bien! Pensé en ese mismo momento, es un paso hacia delante. Que equivocado estaba. El caso es que yo fui normal al baño, a la taza grande, pero nada más me senté noté algo extraño. Si, el hueco era más grande a lo que yo estaba acostumbrado, pero no era eso, era como estar sentado en la punta de un aspirador gigante. Me sentía a punto de ser absorbido y algo, al otro lado del agua, asomando por la tubería, había una garra, que siempre me imaginaba verde, tratando de rasgar mi culo.

Durante años estuve yendo al baño sentándome de cuclillas sobre la taza, otras me elevaba con las manos como un trapecista del circo. Mira, odio admitir esto, pero hasta llegué a cagar en un maldito papel y luego tirarlo con tal de no sentarme. ¿Y saben que es lo peor de los miedos? Que son absurdos pero tú eres el único que no lo ve, porque estás dentro, dentro de ese cuento infantil de terror, no puedes escapar. No puedes luchar contra ello. No es lo mismo vivirlo que contarlo.

Un miedo irracional es eso, algo que no se puede controlar, que no tiene sentido ni lógica pero que está ahí. Es como si de repente, una mañana te levantas y te diera miedo el número cuatro. Así, sin más, el cuatro es un malvado número que te persigue, qué se yo, para raptarte, y cuando lo escribes sientes que comienza a poseer tu mano... Me imagino algo así, algo así de loco, y no puedo parar de reírme. ¿Cómo alguien podría temer al cuatro? ¡Vaya imbécil! Y entonces sé lo que piensan los demás de mí: vaya capullo, le teme a la taza del váter.

No siempre se puede extrapolar, hay miedos que están más escondidos, los tienes pero no te das cuenta. Esa gente que cree no tener temores andan por la vida como si fueran héroes, los amos del mundo, esa gente es la que más terrores tiene pero les cuesta admitirlo, tanto que hasta se lo niegan a si mismos. Pero no, tranquilos, todos pasamos miedo.

Muchas veces puedes vivir con él, si no te complica demasiado la vida. ¿Qué no puedo sentarme en la taza? No pasa nada, cosas peores habrán por ahí, al menos puedo escribir el número cuatro sin volverme loco. Supongo que entre los idiotas dementes como yo hay categorías, mayor o menor locura, y también jerarquía. Los menos locos son los menos perdedores, pero en el fondo todos sabemos que somos la misma lacra. Como siempre, sin embargo, el ser humano trata de sentirse superior derrotando a otros. No haré yo eso, no. Pido perdón a los cuatrofóbicos.

¿Cómo vencerlo? Pasando miedo, sentándote en la puta taza y cagando, o en tú caso lector, escribiendo un cuatro o qué se yo. Haciendo lo que más temes. Solo así, pasas un mal trago y ya está, al ver que no pasa nada se te borra. Pero... ¿sabéis? Sí, claro que sabéis, pienso que si me siento en la taza y de repente siento algo en el culo o algo me agarra y me absorbe, si me caigo u ocurre alguna desgracia, voy a tener trauma de por vida. DE POR VIDA. Hay que tener cuidado.

Porque los accidentes pasan, si vas a afrontar tu miedo asegúrate de tener todas las papeletas, de poder ganar. Si tienes miedo de las alturas no te subas al rascacielos más alto, súbete a la azotea de tu casa, poco a poco. Por eso yo opté por poner un plástico bajo la taza. Si algo salía no podría agarrarme. Así si podía sentarme y poco a poco logré hacerlo sin plástico.

He de decirlo, antes de que me vengáis con miles de preguntas: no, no se va totalmente, siempre tienes un resquicio de miedo, un eco en la memoria que resuena sin parar en tu cabeza. El caso es luchar contra ese eco, que no suene más, que no se extienda. Tener los pies en la tierra.

La vida está llena de problemas, tengo quince años aun (o "ya tengo quince años") y ya tengo un montón de movidas que resolver, no paro. No quiero imaginarme dentro de veinte años lo que se me podrá pasar por la cabeza, tan solo espero no temer más a las tazas de váter. Y si es así, que se cubra la preocupación con otra cosa, con la infidelidad de mi pareja o cómo pagaré la universidad de mis hijos. Esos miedos son más manejables, porque tienen patas cortas, principio y fin.

Pero tranquilo, todo irá bien, viviremos lo suficiente como para saber la respuesta correcta. Se dice que es estadística, que al menos una de diez te saldrá bien. Aunque yo no sé nada de estadística, diría que es verdad.


El Cuervo


Camino en la oscuridad, ya estoy acostumbrado, las luces a ciertas horas se apagan, pero se caminar por la estancia sin necesidad de algo que la ilumine. Me sé cada pasillo y cada puerta, los visito cuando me apetece. De todas formas en este lugar solitario nunca hay nadie y yo, para evitar el aburrimiento, conozco un dormitorio cada noche. Ya ni siquiera recuerdo como llegué aquí, a esta situación, a depender de un hospital abandonado para subsistir. Y es curioso, porque tampoco recuerdo la última vez que comí, pero parece que mi estómago no necesita nada más, como mis ojos prefieren la oscuridad.

El hospital es algo antiguo, el blanco se ha descolorido a un casi naranja, pero he de decir que ciertas partes del lugar son bonitas a la vista. No parece, en cierto modo, un hospital de verdad, más bien como un edificio de dormitorios con puntuales salas médicas. Veo cenefas, las siento con las manos, son de baldosa y sus decorados, si no recuerdo mal, son jarrones de flores y ribetes simples, como ramas entrelazadas en una liana. Bajo la cenefa, siempre el granate, arriba, el blanco sin ser blanco, que es amarillo y naranja y a veces no sabría cómo decirte. Las habitaciones suelen tener el mismo patrón, algunas tienen una sola pared de papel con medallones, también granate o a veces verde. Esas son mis decoraciones favoritas, el resto son salas simples de hospital, con algún suelo ajedrezado de azul y blanco y alguna madera corroída.

Los dormitorios, eso sí, no todos son iguales, algunos son de mejor categoría. En mi inspección mensual hago una recolecta de información, un resumen de lo visto. Una suite presidencial, prácticamente, con una cama de matrimonio blanca y unas mesillas impecables. Allí se te olvida que estás en un hospital, apunté bien el número de habitación para volver, porque en otras las camillas son tan incómodas que simplemente parecen una base de madera y paja sobre ella. Imagino que el clasismo llegó a este hospital de antaño, dónde los burgueses podían pagarse una estancia decente, atención amable y una buena comida; mientras, los pobres, apenas eran visitados para ser recibidos con pan y agua. Así me lo imagino yo.

Hace demasiado que no veo a alguien, a alguna persona o compañero que se acerque a las proximidades, este hospital está en un lugar bastante alejado, en un pueblo prácticamente fantasma, dónde solo existen granjeros y ganaderos. Más allá tenemos la ciudad, pero allí no encontraría dónde refugiarme. Y, de alguna manera, tampoco puedo dejar el lugar.

Entro en una habitación, no puedo ver el número, pero diría que es la 406 u 407. El interior es corriente, la luna deja entrever un poco la cama, el cabecero de madera, la mesa con algunas medicinas. Sorprendentemente la estancia está limpia, quizá es la oscuridad y la luz de la luna las que me engañan. Evidentemente, ninguna lámpara funciona, así que me guió por mis instintos, más que por la luz de la luna, y camino hacia la cama. Me siento, cuando miro mi cuerpo parezco una sombra, la luna no penetra en mi pigmento. Soy como un personaje incompleto en un hospital olvidado, en la frontera de un tiempo mezquino.

Por el rabillo del ojo veo un movimiento en la cama, no quiero girarme porque sé que habrá sido mi imaginación, ilusión del satélite, proyección de mi alma solitaria, incluso podrían ser ratas o mi peso sobre el colchón. Pero algo estira de la manta, mi cuerpo impide que la sábana se mueva, pero siento la fuerza atravesarme. Giro mi rostro y alguien está tumbado en la cama, embutido entre sábana, manta y almohada, hundido y mirándome, tan desconcertado como lo estoy yo ahora mismo.

Me pongo nervioso, no sé por qué, pero no me agrada el encuentro después de todo. En la noche, un hospital abandonado, lejos de una ciudad, de un adyuvante, de un arma. Todo se me pasa por la cabeza, y las sombras que forman parte de mí me confunden, me engañan, me vierten ese miedo ancestral. Lucho contra ellas, pero la mente parece haberse perdido en sus ardides, el corazón palpita con rapidez, no puedo moverme. Siento un escalofrío y el viento mueve las cortinas, aunque la ventana esté cerrada.

Alguien está en la cama, me repito, pero no sé qué hacer. Seguro esa persona tiene más miedo de mí que yo de ella, quizá se ha perdido en el bosque o en las afueras y ha encontrado este lugar, como lo hice yo en su día. Quizá, quizá... Me muevo, me giró hacia el bulto en la cama, subo mis rodillas al lecho y camino sobre él. Es una persona de baja estatura, porque sus pies no llegan a donde estoy yo, gateando encuentro sus pies recogidos. ¿Estará temblando de miedo, como lo estoy yo?

Sus ojos estaban abiertos, me miraban fijamente, aunque solo había sombras, pude reconocer sus ojos, entre cabello, plumas o pelaje. Contra más me miraba, más inquieto me sentía, en ese momento recordé que no era la primera vez que me pasaba. Estaba paralizado, solo podía mirarle, nuestros ojos se fijaron el uno en el otro, no hubiera podido mover un músculo aunque mi vida entera dependiera de ello, de ese esfuerzo. Y sí, en aquel momento pensé que era de vida o muerte, porque la sombra negra cada vez se hacía más nítida, y en esos ojos lechosos descubrí plumas negras y un gran pico asomando del centro de su rostro.

Sobre mí, aquella bestia, no hacía nada tampoco. Se quedó mirándome un buen rato y creo que simplemente me dormí. A la mañana siguiente la enfermera me despertó y yo creí escuchar el graznido de un cuervo. Recordé de inmediato el suceso de anoche. Ella deja la bandeja del desayuno con las pastillas y se marcha. Me levanto a duras penas, es como si no hubiera dormido nada. Esos ojos. Miro por la ventana, la abro, el día es soleado y precioso, el recinto es grande pero deja ver la ciudad y también las montañas.

Una cotorra verde aparece en la ventana, en su pico lleva una pluma negra enorme, la deja sobre la repisa, canturrea en tonos graves algo en su lengua, sale volando. Cojo la pluma negra en mis manos, la miro aterrorizado, detrás de mí siento alguna mirada, pero me da miedo girarme. Dejo la pluma en el escritorio, cuando esta toca la madera me giró de golpe. No hay nada.

Nada salvo unas paredes amarillas y naranjas, granates bajo la cenefa de flores. La cama parece más antigua, se ha borrado el blanco de la habitación completamente, entro en pánico. Doy un paso a ni ninguna parte, el suelo de baldosas es ahora de madera, en la cama hay alguien acostado. Sobre la sábana, abundantes plumas negras.


El Cristiano Decepcionado

o "El iblis Moderno que lo fue sin querer"

El fuego me ama. Eso pensé al pasar una semana en el paraíso, porque aquello que debía ser una delicia terminó siendo un hastío. Había cruzado las puertas del infierno, caminado por cada grieta y círculo del averno, llegado al purgatorio, dónde me quedé demasiado tiempo, pasado mil penurias y andado sin zapatos, para que al final todo fuera una farsa. Una estrategia de marketing barata. 

Me esperaba un hotel cinco estrellas, dónde cada deseo se hace realidad  y puedes hacer lo que te venga en gana, pero para nada, había que obedecer las mismas normas pero todavía con más firmeza. ¿Has pasado la barrera no? Entonces habrás aprendido a comportarte, no querrás volver allí, ¿no? Señalaba el ángel al suelo y se abría un hueco entre las nubes que mostraban las llamas del infierno.

Pasé unas semanas allí, en el cielo, tratando de adaptarme a esa nueva forma de vida, me levanté el primer día lleno de alegría, pero es que no había ni spa, porque me decían que aquello era pereza. Entonces, con mi albornoz y mi traje de baño me fui al buffet libre, para ver si al menos podía hacerme un buen desayuno. El camarero se me acercó, me sonrió pero no me pidió nota. Pensé que quizá era un rollo telepático de esos así que me calle y le sonreí de vuelta. No tardó ni dos minutos en traerme la comanda, pero pronto le paré, porque aquello no era lo que yo había pensado. Ni se acercaba. Una masa blanquecina de pasta, como un puré insípido, y un simple vaso de agua. Entonces me dijeron que esa era la única comida que había, que lo demás era todo gula.

Me estaban tocando ya las narices, porque en cuanto deseaba algo pronto me lo destrozaban con su mojigatería. Y cuando me dijeron que la cerveza estaba prohibida casi me da un ictus. Bien, pensé, vamos a hablar con el encargado de este sitio. Se me apareció un ángel con seis alas, explicándome que todas aquellas críticas eran nada más que envidia, que el pensamiento crítico no estaba permitido y que Dios había decidido aquello por el bien de nuestras almas. Que mal servicio y que mala atención al cliente, ¡ni siquiera escucharon mis quejas! El ángel me aconsejó visitar los manantiales, que los encontraría atravesando el bosque celestial, y allí que fui porque qué otra maldita cosa iba a hacer yo si no podía comer ni había spa, ni piscina ni absolutamente nada. Resort del diablo...

En aquel manantial había un montón de almas dándose un baño, así que pensé que era mi oportunidad, me desnudé y me metí con ellos. Las almas parecían alejarse de mí, por alguna razón que desconozco, entonces me acerqué a una bella muchacha y le pregunté, tras un saludo, que qué ocurría, si había algo malo en el manantial, si era yo o que narices. La chica gritó a los cuatro vientos y visto no visto estaba siendo apresado por dos ángeles. Lo que has hecho, jovencito, es lujuria, y no se permite en este nivel. Que tengo que censurar mis partes con algo, me dijeron, ¡¿con qué y por qué?! Y que había comenzado "juegos concupisnosequé..." con la señorita, ¡Hablad en cristiano! Vaya tonterías... si yo no quería jugar a nada, solo quería saber.

Así que me cansé y me fui de allí. Pasé por el purgatorio de nuevo, pero aquello era una montaña de polvo gris decadente. Solo me quedaba un lugar, el infierno, pero al tratar de atravesar la puerta un demonio bermejo me llevó de la mano, por la puerta trasera decía, y a mí me daba terror que fuera una metáfora o vete tú a saber en qué estaba pensando el pecador. Pero entonces comprendí, el infierno estaba a un nivel más bajo y no había llamas en él. ¡El infierno en el que había estado yo antes era falso!

 "Nada más morir te llevan al cielo y tienen como un proceso de reciclaje de almas, crearon un falso infierno y purgatorio porque nosotros no quisimos participar en esa tortura. Esto es el verdadero infierno" decía el diablo, que se quitaba el traje rojo y aparecía como un ángel, como otro cualquiera, bello como los de arriba. Me quedé flipado y le acompañé. Aquello si era un verdadero hotel cinco estrellas. Spa, gimnasio, masajes con final feliz, un bar con strippers las 24h y cerveza y licores gratis. ¿Qué más se puede pedir? Incluso Satanás bajaba a la sala de fiestas y hacía de DJ. Y entonces se me ocurrió... esta ofensa no quedaría impune, porque ellos no solo me habían engañado a mí, sino a todas las almas. Ahí tan aburridos todos como pasas... ¿por qué? Y no quise esperar, porque había bebido mucho ron y entre eso, la cerveza y la música se me fue la cabeza. Subí al cielo demasiado borracho y creó, según me contó luego Satanete, la lié muy parda.

Por lo que se ve subí a ver al mismísimo Dios, muy enfadado, pero los ángeles me daban largas. Me colé en la zona presidencial del hotel del cielo y... no le encontré. Recuerdo una persecución, ángeles para arriba, ángeles para abajo y yo tratando de esquivarlos. Entonces me topé con una sala llena de botellas... de un líquido dorado. No sé qué mierda era eso pero si Dios lo guardaba ahí y no permitía que nadie se acercara era por algo, ¿no? No supe muy bien como entré, quizá estaba abierta o le di un cabezazo, es que no me acuerdo, pero tengo un gran chichón en la cabeza que avala mi segunda hipótesis.

Bueno, pues ahí estaba yo, con bolsas cargadas de licor dorado, por decir que era licor porque ni puta idea. De puerta en puerta llamando a Dios, a la virgen y a su puta abuela de Cuenca. En eso que aparece el altísimo, un cliché andante, túnica blanca, barba y halo brillante. Me cabreé tanto por el hecho de que Dios luciera como Dios debía hacerlo que le estampé todas las botellas en la cara y le dejé inconsciente. Me desperté tumbado en la mesa de su despacho.

Como esperaréis, a la lista de mis pecados se le añadió avaricia, por el robo de las botellas doradas; ira, por atacar a Dios; y soberbia, porque al caer dormido ahí, precisamente ahí, pensaron que quería robarle el puesto. Como un tal Lucifer, me decían, y yo con un dolor de cabeza impresionante queriendo morirme otra vez. Vaya resaca y vaya noche... directo al infierno. Que suerte que Satanete ya me conocía y me llevó por la puerta de atrás.


Cementerio Motivacional

El perro trotaba por el campo, ondeando sus carnes labiales al viento, haciéndolas vibrar, y se mostraba una sonrisa espantosa en su rostro que bailaba constantemente. Sus ojos brillaban de felicidad, pero sus carnes inquietas rebosando baba burbujeante eran hipnóticas, como una lámpara de agua. Yo caminaba a varios metros de él, viendo como recorría la superficie verde, la alfombra de pelo natural, agradeciendo con su rostro nuestra salida. Seguramente vería en mí una especie de ángel o dios bondadoso, que le saca de la rutina del hogar. Y yo miraba al cielo, esperando que mi amo bajara a sacarme a pasear, que me alejara de la rutina inmunda de este universo, para poder corretear aunque fuera tan solo diez minutos en las praderas del más allá.

El chucho se adentró en un cementerio, me despisté y por mucho que lo llamara no volvía. Tuve que entrar a buscarlo y no, aquel cementerio no era como aquellos americanos de las películas, había nichos con placas, nombres y fotografías, nada más. Nada de tumbas al suelo con flores muertas, nada de telarañas ni niebla, ni cuervos, solo un lugar más del pueblo. En aquel sitio habría más de quinientos difuntos, todos metidos en un cubículo diminuto, y muchos de ellos también habrían estado en un cubículo diminuto en vida. Tan infernal la vida como la muerte, cuando no se devuelve a la tierra el polvo, cuando todavía nos anclan a las paredes de la realidad. Y entonces pensé que yo querría que me incineraran, quizá donar mi cuerpo a la ciencia o que me tiraran directamente a un campo, al mar, para que se me llevarán las olas del tiempo.

Y yo veía aquellas fotografías, enmarcadas en una circunferencia ovalada, siempre en blanco y negro y portando rostros de otro siglo, pero nunca ancianos. Eran muertos de jóvenes, ancianos en sus mejores tiempos, con pinta de haber pasado una vida horrible, con peinados estrafalarios, características faciales desproporcionadas, y siempre un aire de hastío, de cansancio por la vida, de desinterés por la existencia y una simple inercia que te lleva hacia delante. Esos ojos me expresaban aquello cuando los miraba, tanta tristeza por una vida tan incompleta, tan detenida por las miserias del tiempo y el espacio, una decadencia que estamos condenados a repetir siempre.

Que desahogo cuando salí de aquel cementerio y deje de ver imágenes muertas, pero es que estaban ya muertos en vida, totalmente secos. ¿Cómo se llega a ese punto? Al punto de despreciar respirar cada día. Nunca entenderé porqué ponen esas imágenes tan deprimentes, de gente seria y amargada, preferiría ver su rostro sonriente en la fiesta de fin de año, con un licor en la mano y un matasuegras en sus labios. Esas son las imágenes que deberían yacer en cada lápida y nicho de cualquier cementerio del mundo.


Epílogo


Pierdes la fe en la humanidad cuando te das cuenta de la hipocresía, del daño que tantos hacen, de la desesperación causada por tantos egoístas, de la pobreza, del hambre, de tanta necesidad insatisfecha; pero decides abandonarla para siempre cuando te percatas de que es inconsciente, que no hay salvación válida. No, lo siento, esa es la verdad ignorada, la que nadie quiere escuchar porque destiñe en un mundo creído perfecto, en una ilusión que ha costado siglos construirla. Por eso todos cerramos los oídos y nos tapamos los ojos, porque quien viera cono ojos despiertos los pilares de esta hacienda se despediría de su cordura.

Entonces, todo está perdido, lo mejor es no creer en nada, que ruin sea el humano pues imita la esencia que desprende el planeta, que nada le pare ni le inquiete. Seremos polvo, somos polvo, de allí venimos como alimañas, qué más dará la imprenta que dejamos, que sean sombras oscuras tan solo en una pared de piedra. Pero, en realidad, en el fondo, el humano no puede, porque es el único ser que siempre alberga esperanza, aunque las llamas del infierno se apaguen.

Y la respuesta es siempre la misma, porque lectores, en nuestro vocabulario no puede existir rendición. El esclavo liberado jamás se plantea quedarse en el mundo de las ideas, baja siempreAunque no quiera.

Que las quimeras existen, y están en nosotros. Pero cuidado, detrás de ti, al acecho. Que los demonios mentales son domésticos, pero ellos no.

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