El Escritor - Concurso "Hablando Con Letras"

Escribía, constantemente, sin descanso, día y noche. Se despertaba, desayunaba, se vestía y se sentaba frente al ordenador. Cuando acababa de escribir lo leía y modificaba todo el escrito, todo lo hecho se deshacía en una vorágine de melancolía, por aquellos tiempos que si había musa y satisfacción. Comenzaba de nuevo, con palabras similares pero con esencia distinta, cambiando un párrafo tras cada página rota, creyendo que todo lo que él hacía no era suficiente. Al final la idea inicial se había disipado, de hecho había desaparecido, las modificaciones sufridas habían mutado la sustancia principal de la obra y ya no era lo que él quería, era otra cosa, pero que, curiosamente, funcionaba del modo que solo lo hace la magia. Y como ya no era aquel objetivo que había meditado tanto, lo leía de nuevo y lo lanzaba a la carpeta de descartados, pensando que algún día esos escritos muertos volverían para seducirle, que algún día servirían para algo.


Y así existía este hombre, desechando cada idea. Ninguna era digna, ninguna era buena. Grandezas de otros autores, tanto por conseguir y tan poco tiempo, a veces pensaba si también había poco talento, y las lágrimas, la frustración, otra vez frente a las páginas blancas. Y seguramente miles de obras maestras se fueron al garete, tan solo por la inseguridad innata del artista, que abandonaba todo lo que no le era perfecto, pero no es la imperfección la razón de nuestras vidas, ¿no somos fruto de un error que hace vetustos tiempos mordió la manzana? Y somos el error más hermoso que jamás ha pisado una tierra. Fantasmas de algún demonio, hundidos en su servidumbre por una tortura mental para aquel escritor, que no los veía pero los escuchaba, un susurro en la noche que desmotivaba todavía más a su ya complicada autoestima.

No vales, no valemos, avanzas indeciso, porque te retiras solo con ver las piedras del camino y... ¿y si son ilusiones? Sombras de una ardilla en algún árbol, pero tu huyes, vuelves, donde siempre serás un fracasado, porque será estable el no intentarlo, el no obrar, el rendirse es seguro. Y el rechazo es miedo, pero es más la decepción de uno mismo, de mirarse al espejo y saber que no se es lo que se pensaba, lo que se quiere, pero... ¿no nos definimos a nosotros mismos? Quizá eres tú el que te retrasas. Y así, ¿me exijo demasiado? y un no lo sé, ¿valgo para algo? Mil voces al unísono sin dejarle responder.  "Puedo escribir un texto en apenas diez minutos, una bonita poesía, un relato corto me puede llevar uno o dos días, ¡soy un buen escritor! Entonces... ¿por qué ninguno de mis escritos me apasiona? No tienen vida, son inertes". Quizá solo él se daba cuenta de que lo que hacía era bonito, quizá era un autoengaño, quizá nunca, quizá siempre, quizá, quizá, quizá...


Un día este escritor se levantó más tarde de lo habitual y no tuvo ninguna idea. Todas ellas había desaparecido. Tanto usarlo, tanto uso al final se ha roto... Y ya un me da igual, me despreocupo, porque la vida sigue. Así pasó días y semanas, incluso meses, bloqueado, sin tener una sola palabra en la mente para plasmar en el papel. Nada digno, todo indigno. Todo había acabado, se decía a sí mismo, se había rendido. Quizá... quizá un infierno. Una noche se le apareció un ángel con cuernos, un ángel de tierras muy lejanas, un ángel caído.Aquella noche comenzó a gestarse una obra maestra.

Aquella noche su mano fue guiada y nunca jamás dudó de sí mismo. Y aunque no volvió a escribir otra novela, no hizo ninguna falta, pues aquella le alzó al cielo. Porque ella tenía un significado, tenía una razón de ser, tenía nombre, tenía alma, tenía cuerpo, era transformación en todos sus sentidos. El escritor murió tranquilo, en paz, como si su propósito en este mundo hubiera acabado. Había dotado a la humanidad de su gran obra, de una parte de él que sería inmortal, sempiterna.Y todo gracias a aquel ángel, cuyos cuernos divinos reinaban en su cabeza, a la luz de una vela, mientras guiaba su pluma sobre el papel.


Siempre esa doble cara, de si la soberbia o la máxima inseguridad. Que pecado es virtud en nuestro nombre, porque se finge primero para serlo. Se vende cuando se sabe vender, cuando se tiene fe en el producto, ¿si tú no confías quién más lo haría? Y así el doble filo de la espada, se van turnando, una vez es me amo y la otra me odio, me suicido y me tiro al agua, dónde no habrá más que profundidades. No será que esta profesión está llena de tristes que jamás supieron admirar sus maravillosas obras, por un perfeccionismo que es el estigma de nuestra especie. No será que la perfección no existe.


Un poco más, se puede mejorar, quizá, quizá, quizá... Todos, sin excepción alguna, nos preguntamos al final del camino si ha merecido la pena. El final, es bueno, es malo, me conformo, no complace, ¿qué me pasa?

¿Por qué escribo? Me preguntan, nos preguntan, como algo que debe salir de sus bocas al conocer nuestros oficios. ¿Por qué escribes? ¿Por qué te hiciste escritor? Preguntan, y yo me río, porque se equivocan, no soy escritor.



—No soy escritor, soy escriba del destino.



Algún día seremos guiados, para contar verdades, para narrar los hados, para dar luz a oscuridades. Para ser lo que nosotros, escritores, literatos, debimos ser siempre, servidores de una verdad oculta.


Versión Microretalo - Finalista del concurso Hablando Con Letras


Escribía constantemente, sin descanso, como una tarea milenaria, como el escriba de los dioses. Cuando acababa una obra la leía, modificaba el escrito entero, alterando así la idea principal, que se había disipado por completo. De hecho había desaparecido, como las esperanzas de aquel escritor, que no veía más que una montaña de fracasos a su espalda, frente a él y a su alrededor.
Esperaba que alguno de aquellos fracasos volvieran a seducirle, pero el miedo a mostrar sus escritos le hacía temblar. Como si parte de su alma fuera fragmentada y depositada en cada palabra que utilizaba, como si pudieran descubrir sus secretos leyéndole.

Esperaba triunfar, pero esto nunca ocurría. Porque él era su propio enemigo, el que evitaba que la pluma se deslizara por las páginas, el que rompía cada hoja en mil pedazos. El que bloqueaba su conciencia y le cegaba con miedo eterno, inexorable, inamovible. Un escritor maldito. La maldición del escritor.
 

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