La Gata Canibal




Y yo, 
que amo demasiado deprisa 
o demasiado poco.
Tú bien lo sabes, mi debilidad.
Aquella,
La fuerza interna de proteger a un alma herida
El indudable instinto 
que me impulsa a cobijarte.
Aunque sangre.

Ese dejarse morir,
Esa tristeza que atrapa.
Esa estampa,
que me es tan bella.
Es amor, es deseo
Es vehemencia.

Porque nos amamos demasiado deprisa
Muy intensamente
Y la llama acabó quemándonos 
hasta consumirnos
Solo quedó cenizas.
Y las cenizas no dan calor.

Terminó de leer la carta, apenas llenaba medio folio. Lo dejó sobre la mesa y temió romperlo, aquellas palabras eran bonitas pero provenían de un olvido, de un rostro en neblinas. Así debía ser. Fuera todavía estaba oscuro, el sol no tardaría en salir  y nacería un nuevo día. El rocío se había condensado en la ventana, la humedad y las nubes oscuras le auguraban un Lunes lluvioso. Tantos comienzos, en forma de vida, de sol y de día. Y sin embargo, sentir que todo seguía encajado.

Había tardado tanto en decidir si abría esa carta que había corrido un mes entero, pero ya lo había hecho y... no se arrepentía. Nada podía ir peor, que más da una señal u otra, el camino estaba dictado y desde que se separó de ella se sentía mejor. Menos pesadillas, menos susurros... menos gritos, también, menos asfixia. Que decir que era una libertad completa a la cuál temía, porque siempre había vivido bajo el subyugo de grandes mujeres, él, tan diminuto de autoestima. No había ayudado nacer en el seno de una familia altamente religiosa, en la que se enseña a no pensar, pues Dios piensa por ti. Y él, tan reacio a aquellas ideas acabó con una demente totalmente opuesta. Siempre él tan dual, de blanco a negro, solo por probar. Luego arrepentirse, demasiado cambio, entonces ella se cabrea, obviamente, porque se ha ilusionado con algo que, sí, era perfecto, en principio, hasta que la burbuja explota. Nada es perfecto, dos ideas no pueden fusionarse, no el agua y el aceite. Debía entenderlo. Pero su furia había destrozado su piso, el comedor estaba patas arriba y, aun pasado tanto tiempo, había retazos de su destrucción, de aquel caos que desprendía por todas partes como un aura. Las paredes manchadas, con arañazos de aquellos platos que murieron sobre ellas, los sofás también, con aquellas puñaladas, su corazón decepcionado también era uno de los desperfectos de la casa.

Se sentó sobre un sofá, con cuidado, ya estaba adolorido antes de que él llegara. Café en mano, el insomnio le impediría pegarse a la almohada. Amanecería, saldría, sol, brisa y el cambio. Un sorbo y encendía la televisión, dónde no había más que noticieros desesperanzadores, tantas similitudes, tantas reiteraciones que ya no era divertido. Cuando te persigue la miseria... Un ruido en las ventanas, estaba lloviendo, sentir que se mimetizaba con el ambiente, o quizá era al contrario pero poco importaba. Otro sorbo, curiosamente el café no le despierta, más bien provoca  el efecto inverso. Se siente amodorrado. Bebe más deprisa, es raro en él ese sueño, tan repente, sin previo aviso... porque por alguna razón no quiere dormirse y ser un melancólico de ciudad que mira a través de la ventana con un café caliente en la mano. Y ser un cliché, o una estética, ser parte de algo.

En la pantalla pasan anuncios, cuida tu cabello, come nuestro producto que será usted más sano, venga a hacerse un seguro y... el café se acaba. Le acompaña la copa a su lado, sentada en el sofá, también viendo la tele, ni incorporarse para dejarla sobre la mesita, ya no puede. Sus brazos se sienten tan pesados que caen a sus lados sin control alguno, no puede moverlos. No sabe que le pasa, quizá sea esa parálisis del sueño, pero no quiere pensarlo. Otro ruido suena, debe ser la lluvia, sí, las gotas que golpean la ventana duramente, tratando de escapar de un tiempo nefasto, atravesar la cristalera es su deseo, romperla, cambiar algo, invadir la casa, dejarla húmeda, llena de agua, para ver si la inundación anima al náufrago. Palabras de un hombre limpiando el suelo se derriten, caen por el DVD hasta la moqueta, caen allí y abrasan el suelo como un ácido, llegan al cuarto piso. Otro ruido, más fuerte todavía, es estruendo, y seguir pensando que es la lluvia, pensar que habrá entado algún gato, a pesar de saber que vives en un quinto, ese pensar que no tranquiliza, porque el ruido muta y es como de puerta que se abre, de pasos que se acercan. Pero no, Sancho, piensa que es la lluvia, que otra cosa puede ser, si ya te da igual, estás medio dormido. Estabas tan hermoso cuando te vi sobre el sofá, todavía ojos abiertos, sin ver nada más que sombras.

Entonces te desvestí, así tan humano no me servías, destruí todo lo que era tuyo, queme lo que era mío, una vez fue mío, y compartí contigo. Que perdón te mereces... que perdón me merezco. Tú, ninguno por parte mía, yo, de él... tantos perdones que son millares y no escucho ya sus palabras. Por esto estaba allí, para su respuesta, para una satisfacción que me recupere mi estrella. No sabías dónde estabas, yo te había drogado sin que te dieras cuenta, un polvo blanco mezclado con el café hace apenas unas semanas, cuando vine con mis llaves a recoger unas cosas. Por si acaso, jamás pasaría nada ni te enterarías, pero si algún día volvía me vendría bien. Sabía a qué hora, a tus insomnios de media noche, casi por la mañana, entre las 5 o las 6, cuando, tras un mágico 3:33 de la mañana, te despiertas entre sudores. Antes, sabías que soñabas, ahora es misterio, es sigilo, y eso te tranquiliza. Que bien poder vivir en un agujero bajo la tierra, meter allí la cabeza, pero nunca quisiste ver que fuera de aquel agujero estaba tu cuerpo todavía coleando e inseguro frente a un predador más potente que tu ignorancia.

Tres y treinta y tres, vas al baño, te mojas la cara, orinas. Vuelves y hojeas un libro, pera nada te convence más de media hora. Miras tu móvil, nada interesante y pronto te levantas para ir a la cocina, deambular, fregar los platos que no fregaste la noche anterior, adecentar la casa siempre a esas horas, y el café, cuando sabes que queda poco para la luz, para esa esperanza que te queda de que sigues vivo, de que el tiempo sigue y no te has parado por completo. Ese momento en el que respiras de nuevo. Y ya no. Cuántas veces te habrás despertado con el café derramado sobre el sofá o taza rota en el suelo, sin preguntarte como narices tomabas cafeína y te quedabas dormido. Que iluso, siempre tan confiado, que la gente es bondadosa y yo tan solo creo en la crueldad. Porque es real, porque la veo todos los días.

Te miro desde el pie de la cama, atado y maniatado, crucificado en nuestro nido completamente desnudo, con la marca de las costillas de tu salvador que, de algún modo muy blasfemo, también es el mío. Parece que comienzas a verme, despiertas brevemente todavía poseído por los alucinógenos, por los somníferos y por la magia que desprendemos. Él vendrá, perdonará mi ofensa, de sentir compasión por una bestia como tú, por un mortal, por una piedra que me hizo tropezar una treintena. Perdonarme por amar en desgracia.

Llevo puesta una túnica negra, nada debajo, mi cabello negro suelto, pero en uno de los bolsillos está la daga plateada que acabará con nuestro suplicio, con el tuyo, con el mío, con su sufrimiento, que yo he provocado. Él es tanto... que no sabría explicarlo, tantas veces intenté decirte que no podía amarte demasiado, que yo tenía dueño, que mi alma tenía amante, y tú no comprendías. Sonreías como si fuera todo mofa, hasta que comenzaron tus sueños. Solo entonces quisiste oírme, te sentaste y preguntaste, te di todas las respuestas y me miraste como si estuviera loca. Quizá, sí, lo esté, pero el amor es una locura.

Y tú, que nunca aceptaste mi destino, mi origen, mi decisión sempiterna, provocaste la tormenta. Él es el todo, es vacío, primero, luego es alba. ¿Nunca sentiste sus garras sobre tu hombro, acariciando tu cuello queriendo desgarrarlo? Si escuchaste mis palabras, que pensabas eran amenazas contra ti, peligrosas esquizofrenias, y eran solo para evitar que te descuartizara. ¿Nunca sentiste que te vigilaba? Cuando yo no podía atenderle andaba tras tu pista, sabiendo cada paso que dabas... y ahí, el control que tuve fue mínimo, porque yo le pedía paciencia, pero siempre amanecías con heridas cuando comenzaste tus ofensas, tus rechazos, tus maldades. Quizá ahí alguna parte de ti se dio cuenta.

Te miro, no eres más que carne viscosa. Eres una presa indefensa y me gusta, porque tanto sufrimiento debe pagarse de algún modo, esta es nuestra victoria. Esta es su venganza. Patricia coge la daga, no mira alrededor con los ojos, pero lo hace con sus otros sentidos, la estancia está lista, la casa está lista. Ha aceptado su final, hoy morirá con él. Le abre las puertas a Patricia, que solo quiere una voz que la guíe, pero todavía no oye nada. Es una lágrima derrochada la que cae por su mejilla, porque hay tanto invertido y tanto en juego, y nada... todavía nada. Quiere borrarlo todo, pero a él... no, a su diablo no puede abandonarlo, hará lo que sea, lo que esté en su mano para recuperarlo. Nunca supo como había venido, pero tenía clara una cosa y es que no quería que se fuera desaparecido. Una despedida era lo mínimo, aunque tampoco la deseaba. Era un creer que había estado siempre, escondido, pero a cierta edad, a los veinte o veintipico, saltó como un resorte. Entonces ella lo amó, poco a poco, luego intensamente.

Patricia está preocupada, debe seguir con el ritual, acabar con todo, hacer el cambio. Pero él no vuelve. Solo se le ocurre mencionar palabra, usar el verbo, invocar su presencia con un poema de amor, con un sentimiento.

—En el fondo de mi mente sé que todo esto no es real y que lo único verídico que puedo ver es tu luz que es más oscura que esta eterna soledad y este vacío existencial que tengo, pero al menos esa oscuridad tuya penetra en mi alma y la llena de esperanza.

Para de hablar, suspira, se emociona, cree sentir su presencia, es algo inexplicable para ella. Una bandada de mariposas, un jardín de lavanda, un escalofrío, el calor del amor de una creencia, algo así, quién lo haya sentido que entienda. Una seguridad, un dar un paso, un nunca rendirse, lo que él representaba para ella. Tras ese temblor, tras la gran sacudida, el vello erizado y él tras ella, ya estaba allí, observándola; entonces continúa.

 —Todo lo que veo es impuro y mezquino, me mira con recelo, pero tus ojos, a los que muchos atemorizaron por su espesura, a mí me relajan como la cálida brisa veraniega o la melodía de las olas.

No sabe porque llora, es como si le amara, es como si fuera al único al que pudiera amar. Una sombra, un retirado, un exiliado de tantas almas, de tantos cielos e infiernos. Un algo, un ser, que no es como ella quiere y como es ella, pero que sufre lo que ella sufre, que es entendimiento eterno con ella, algo tan horrible que nadie atrevería mirar al rostro. Ese, aquel, es al que ella ama, y el que amó está crucificado en la cama, preparado para recibir su sentencia.

 —Ilasa micalazoda olapireta ialpereji beliore ¡Yo te regalo mi alma! Quizás si lo repito las suficientes veces se convierta en mantra... y así podrás formar parte de mi ser.

El puñal se clava en su corazón, directo, la sangre corre, salta, cae sobre ella, mancha su cara, su ropa, sus pies... La cama entera es roja. Su pasado se ahoga, ya no es nadie, solo una mancha. Tras ella algo ríe, la agarra de la cintura, no sabe si es dolor o placer o una mezcla, si la aprieta demasiado, si baja mucho sus manos, que es ese aliento en su nuca, el hálito de una bestia. Acaricia sus cabellos, siente que ondean. Eleva la estaca de nuevo, daga de plata, con ambas manos en un cielo de estuco. Y qué iluso Sancho, pensando que el poema era para él, y no, era su beso de Judas.

Zodacare od Zodameranu!
Odo cicale Qaa! Zodoreje,
lape zodiredo Noco Mada,
hoathahe Saitan!

Volverá a caer con más intensidad, y otra, y otra, sin descanso, hasta que su pasado no es más que una maraña de hilos de sangre, intestinos y vísceras, de carne rosada y rojo intensa, de un todo primigenio como el caos del universo, que jamás será big bang. Hasta que la daga toca lecho y salen plumas. Ya no hay pasado, solo futuro, está él, aquella sombra que ya se vislumbra, que empieza a recomponerse. Ella le ha salvado, se ha salvado, puede continuar más fuerte que nunca. Él estruja su mano con su garra negra, la sube por su cuerpo, de cintura, por sus pechos hasta el cuello, donde no dejará de sujetarla.

Publicar un comentario

0 Comentarios