Relato Rescatado: El Cuervo


Relato de Terror 'El Cuervo'

Camino en la oscuridad, ya estoy acostumbrado, las luces a ciertas horas se apagan, pero se caminar por la estancia sin necesidad de algo que la ilumine. Me sé cada pasillo y cada puerta, los visito cuando me apetece. De todas formas en este lugar solitario nunca hay nadie y yo, para evitar el aburrimiento, conozco un dormitorio cada noche. Ya ni siquiera recuerdo como llegué aquí, a esta situación, a depender de un hospital abandonado para subsistir. Y es curioso, porque tampoco recuerdo la última vez que comí, pero parece que mi estómago no necesita nada más, como mis ojos prefieren la oscuridad.


El hospital es algo antiguo, el blanco se ha descolorido a un casi naranja, pero he de decir que ciertas partes del lugar son bonitas a la vista. No parece, en cierto modo, un hospital de verdad, más bien como un edificio de dormitorios con puntuales salas médicas. Veo cenefas, las siento con las manos, son de baldosa y sus decorados, si no recuerdo mal, son jarrones de flores y ribetes simples, como ramas entrelazadas en una liana. Bajo la cenefa, siempre el granate, arriba, el blanco sin ser blanco, que es amarillo y naranja y a veces no sabría cómo decirte. Las habitaciones suelen tener el mismo patrón, algunas tienen una sola pared de papel con medallones, también granate o a veces verde. Esas son mis decoraciones favoritas, el resto son salas simples de hospital, con algún suelo ajedrezado de azul y blanco y alguna madera corroída.

Los dormitorios, eso sí, no todos son iguales, algunos son de mejor categoría. En mi inspección mensual hago una recolecta de información, un resumen de lo visto. Una suite presidencial, prácticamente, con una cama de matrimonio blanca y unas mesillas impecables. Allí se te olvida que estás en un hospital, apunté bien el número de habitación para volver, porque en otras las camillas son tan incómodas que simplemente parecen una base de madera y paja sobre ella. Imagino que el clasismo llegó a este hospital de antaño, dónde los burgueses podían pagarse una estancia decente, atención amable y una buena comida; mientras, los pobres, apenas eran visitados para ser recibidos con pan y agua. Así me lo imagino yo.

Hace demasiado que no veo a alguien, a alguna persona o compañero que se acerque a las proximidades, este hospital está en un lugar bastante alejado, en un pueblo prácticamente fantasma, dónde solo existen granjeros y ganaderos. Más allá tenemos la ciudad, pero allí no encontraría dónde refugiarme. Y, de alguna manera, tampoco puedo dejar lugar.

Entro en una habitación, no puedo ver el número, pero diría que es la 406 u 407. El interior es corriente, la luna deja entrever un poco la cama, el cabecero de madera, la mesa con algunas medicinas. Sorprendentemente la estancia está limpia, quizá es la oscuridad y la luz de la luna las que me engañan. Evidentemente, ninguna luz funciona, así que me guió por mis instintos, más que por la luz de la luna, y camino hacia la cama. Me siento, cuando miro mi cuerpo parezco una sombra, la luna no penetra en mi pigmento. Soy como un personaje incompleto en un hospital olvidado, en la frontera de un tiempo mezquino.

Por el rabillo del ojo veo un movimiento en la cama, no quiero girarme porque sé que habrá sido mi imaginación, ilusión del satélite, proyección de mi alma solitaria, incluso podrían ser ratas o mi peso sobre el colchón. Pero algo estira de la manta, mi cuerpo impide que la sábana se mueva, pero siento la fuerza atravesarme. Giro mi rostro y alguien está tumbado en la cama, embutido entre sábana, manta y almohada, hundido y mirándome, tan desconcertado como lo estoy yo ahora mismo.

Me pongo nervioso, no sé por qué, pero no me agrada el encuentro después de todo. En la noche, un hospital abandonado, lejos de una ciudad, de un adyuvante, de un arma. Todo se me pasa por la cabeza, y las sombras que forman parte de mí me confunden, me engañan, me vierten ese miedo ancestral. Lucho contra ellas, pero la mente parece haberse perdido en sus ardides, el corazón palpita con rapidez, no puedo moverme. Siento un escalofrío y el viento mueve las cortinas, aunque la ventana esté cerrada.

Alguien está en la cama, me repito, pero no sé qué hacer. Seguro esa persona tiene más miedo de mí que yo de ella, quizá se ha perdido en el bosque o en las afueras y ha encontrado este lugar, como lo hice yo en su día. Quizá, quizá... Me muevo, me giró hacia el bulto en la cama, subo mis rodillas al lecho y camino sobre él. Es una persona de baja estatura, porque sus pies no llegan a donde estoy yo, gateando encuentro sus pies recogidos. ¿Estará temblando de miedo, como lo estoy yo?

Sus ojos estaban abiertos, me miraban fijamente, aunque solo había sombras, pude reconocer sus ojos, entre cabello, plumas o pelaje. Contra más me miraba, más inquieto me sentía, en ese momento recordé que no era la primera vez que me pasaba. Estaba paralizado, solo podía mirarle, nuestros ojos se fijaron el uno en el otro, no hubiera podido mover un músculo aunque mi vida entera dependiera de ello, de ese esfuerzo. Y sí, en aquel momento pensé que era de vida o muerte, porque la sombra negra cada vez se hacía más nítida, y en esos ojos lechosos descubrí plumas negras y un gran pico asomando del centro de su rostro.

Sobre mí, aquella bestia, no hacía nada tampoco. Se quedó mirándome un buen rato y creo que simplemente me dormí. A la mañana siguiente la enfermera me despertó y yo creí escuchar el graznido de un cuervo. Recordé de inmediato el suceso de anoche. Ella deja la bandeja del desayuno con las pastillas y se marcha. Me levanto a duras penas, es como si no hubiera dormido nada. Esos ojos. Miro por la ventana, la abro, el día es soleado y precioso, el recinto es grande pero deja ver la ciudad y también las montañas.

Una cotorra verde aparece en la ventana, en su pico lleva una pluma negra enorme, la deja sobre la repisa, canturrea en tonos graves algo en su lengua, sale volando. Cojo la pluma negra en mis manos, la miro aterrorizado, detrás de mí siento alguna mirada, pero me da miedo girarme. Dejo la pluma en el escritorio, cuando esta toca la madera me giró de golpe. No hay nada. Nada salvo unas paredes amarillas y naranjas, granates bajo la cenefa de flores. La cama parece más antigua, se ha borrado el blanco de la habitación completamente, entro en pánico. Doy un paso a ni ninguna parte, el suelo de baldosas es ahora de madera, en la cama hay alguien acostado. Sobre la sábana, abundantes plumas negras.

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