El negro yacía sobre el blanco aquella noche. Las humedades profundas de la tierra se removían como serpientes, en el bosque un aquelarre de brujas preparaba el fuego, desnudas frente a los árboles que la observan. En la noche de la luna sangrienta nacerá el heredero en el vientre maldito de una de ellas. Brazos al cielo como Inanna, bajando con sus esencias al inframundo, muriendo en los brazos de su traidora hermana, salvada por el salvador de todos y el condenado de la mayoría. El suelo se levantó y de las grietas de los tiempos surgió, entre barro y vísceras orgánicas, el rey de las siete aguas.
La noche de los no muertos es en el eclipse de luna. Pero los zombies modernos no surgen de tumbas, sino de teléfonos móviles, de pantallas encendidas, de Twitter e Instagram. Porque no se puede matar lo que ya está muerto por dentro, y la humanidad en la era de la bestia nació sin alma. Siete cabezas por siete noches, siete iglesias por siete ríos de sangre. Y la luna cobriza reina el sacrificio, donde el macho cabrío viola las mentes de los que predican dogmas.
Una mujer yace en su lecho, le ahogan las sábanas, la niebla en sus ojos, con una legión en su cuerpo incapaz de domar, escucha los aullidos de las trompetas que anuncian un merecido final. Escucha el llamado de las brujas, el rey ha llegado. Y los que llevamos la muerte desde el nacimiento esperamos la caída de las dualidades, para que la marca de nuestra frente nos salve del falso eterno, para derrocar dictadores con simples miradas y devolver la venganza a los que quemaron nuestras esperanzas.
El ritual está completo, aire, tierra, agua y fuego, mientras llueven gotas escarlata sobre el suelo púrpura de los cuerpos descubiertos.
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