Cuando el sol sale por la mañana, me pregunto si algún día dejará de hacerlo. Si,
por casualidad, algún extraño día, a las 6 p.m no se asomará el astro
por mi horizonte. Entonces, ¿tendré yo que dejar de despertar? ¿Dormiré
eternamente? Si este suceso tan bello dejara de ocurrir y yo no lo
hubiera disfrutado lo suficiente...
Porque jamás he visto un amanecer.
Ese
día, aquel en el que el sol no vuelva a salir, lo querré ver, aquel
lucero viajante, lo echaré de menos. Algo que jamás tuve, pero que
estaba ahí, como una permanencia, una seguridad, un contrato firmado. No
tenía que luchar para que naciera el sol cada mañana, porque él me lo
regalaba sin exigencias ni deberes.
Tan asumido, tan descuidadas las pequeñas bellezas del planeta, que pasan desapercibidas porque nunca las perdemos. Pero
un día, si ocurre, ¿qué harás? Buscar un sustituto que sabes no
calentará igual, no te sentirá de la misma manera. Y el llanto, como la
lluvia torrencial entonces.
Me pregunto, cada vez, cada
mañana, cuando tendré el valor de ver un amanecer. Si descubrir mi amor
o que jamás lo necesité. O descubrirme a mi mismo. O nada, pues.
Ahora, dejadme dormir, que pronto amanecerá y mis ojos, todavía en duda, no sabrán qué hacer.
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