La Manzana de Adán



Un deseo, el que ha pedido todo hombre en cada era de la historia, un don perdido que se busca desde los edenes. Una maldición mortal venida de los antiguos dioses. La vida eterna. Cuando mi primogenito murió aquella noche las sombras del averno se abrieron para dotarme de las virtudes prohibidas y un dragón con alas me concedió mis anhelos, no sin antes advertir a mi persona: "sea el hombre temporal por razones sabias, cuidado con lo que deseas".

Esperé años que me parecieron décadas, queriendo saborear cada gota de vida para admirar todavía más la muerte y cuando la parca llegó fue una liberación divina. En la tumba yacía mi cuerpo tieso, frío como el infierno congelado de Lucifer, pero algo no iba bien, mi alma no ascendía. Quizá era cuestión de tiempo, quizá había cola en la escalera celestial, y sentí como los gusanos arrancaban mi carne, como se descomponían mis órganos, huesos haciéndose polvo y solo oscuridad bajo tierra.

¿Cuánto pasó? Perdí la cuenta, pero permanezco aquí, entre polvo y partícula, atravesando las tierras húmedas, corriendo por las aguas subterráneas y las grietas, llegando a mares y océanos, y sí, supongo que fui inmortal. Que lo soy, seré, eternamente, sin ver más que el paraíso que hizo la casualidad cósmica. En este agujero de abismos de agua viajaré entre mundos, aunque no vea cielos ni ángeles, aunque no tiña arpas, tengo lo que quiero. Puede que debiera pensar antes de pedir mi deseo, pues por una obsesión insana tengo mi prisión atada al cuerpo. Y allí, en esos restos que soy y no me dejan volar libre, podrás encontrarme.






Publicar un comentario

0 Comentarios