La Temporada de Terciopelo



Era un fatídico viernes trece. Sandra acababa de bajar de su carruaje, se dirigía al gran castillo comercial Bonairum dispuesta a conseguir unas buenas galas. La fiesta con el emperador iba a ser pronto y debía usar algo nuevo, no podía repetir modelito para aquella deseada fecha. Caminaba con dos amigas a cada vera, los mercaderes gritaban desde sus escaparates con rebajas. Seda del Japón, maquillaje de las indias, telas directas de Londres. En Bonairum encontrarían el vestido, o no sería.

El castillo comercial estaba abierto de sol a sol, siete días a la semana, clientes iban y venían, llenaban las calles del paseo principal y abarrotaban los puestos. Ricas burguesas miraban a las muchachas con prepotencia, pero Sandra había ahorrado mucho para aquel vestido. Debía impresionar al emperador y, con suerte, convertirse en una dama de su séquito de preferidas. Soñar estaba disponible.

El puesto de moda en el castillo comercial era Bershka, se rumoreaba en los salones de baile que esta temporada habían traído terciopelo de las zonas del este escandinavas. “Ahora se llevan mucho”, dijo Sandra, y sus amigas la creyeron, porque sabía más que ninguna de moda. Allí que se dirigieron con una sonrisa y todavía con las mentes confusas, de tantos corsés, vestidos y sombreros, tantas opciones y tan poco dinero, tantos deseos incumplidos adolescentes. Las tres palpaban las prendas, las ojeaban y les hacían un examen completo, calidad, modernidad, estatus que les iba a dar, ¿era novedoso? ¿Se lo habían visto a alguna chica en muro de la iglesia Insta Santo? Si cumplía todos los requisitos la agarraban.

Sandra escogió un precioso vestido de terciopelo escarlata, tenía encaje y relucía. En la zona central había un gran ramaje de ropa de terciopelo que les apasionaba. Porque esta chica de Insta Santo lo llevaba y ellas no iban a ser menos. Sandra estaba asegurándose de la talla, ya podía verse con aquel vestido impresionando al emperador, enamorando su estampa, seduciendo con sus tobillos. Un crujido el en techo. Sandra no hizo caso. La madera se resquebrajaba, su amiga ya miraba hacia el cielo. La lámpara de araña del techo cayó sobre el asilo de terciopelo. Aquel viernes, Sandra no volvió a casa.

La policía llegó enseguida para revisar los enganches, descubrieron que habían sido cortados por algo muy afilado. Empero, jamás encontraron al culpable, se necesitaba una escalera para llegar a sus enganches y solo los mercaderes propietarios del local tenían acceso. Aquella investigación se cerró muy pronto categorizándola de negligencia y la familia recibió una suma cuantiosa de dinero.

Pasaron muchos meses hasta que el suceso fue olvidado, se evaporó como una anécdota interesante del castillo Bonairum, la gente volvió a entrar en Bershka sin mirar al techo. Un sábado, una jovencita más joven que Sandra entró en el establecimiento, enamorándose también de las prendas de terciopelo que ella misma había acariciado. Aquel vestido rojo escarlata, de un tacto tan suave, de un brillo tan hermoso, su forma, su textura... era todo. El vestido perfecto para la boda de su hermana mayor. La jovencita, de nombre Andrea, se probó el vestido. El mercader ya sacaba las virtudes de aquel rojo, qué bien le sentaban a sus ojos, que figura le hacía. ¡Debía comprarlo!

Le hacía una cintura pequeña, le escondía la barriga, parecía más alta y delgada, esbelta, de una belleza que ningún otro vestido provocaba. Se lo quitó con alegría, pagaría los veinte euros que costaba muy a gusto. Fue a agarrar su vestido azul, empezó a vestirse lentamente pero tropezó con las enaguas. En aquel traspié Andrea se golpeó contra el cristal del probador. Dolor. Se acarició el hombro mientras maldecía al vestido, pero pronto no lo necesitaría. Tendría el vestido de terciopelo rojo. Una grieta en la pared tras ella mientras se ataba los zapatos. Demasiado tarde. El espejo enorme cayó encima de ella. El mercader estalló en un grito de horror. La policía encontró a Andrea con un gran trozo de espejo afilado sobre su tráquea. El suceso golpeó duramente al castillo comercial y el mercader tuvo que cerrar para su investigación. Las prendas fueron devueltas al almacén principal del Reino de Valencia y, de allí, enviadas como si nada a otro castillo comercial. En este caso, Novum Centrum. Los ropajes de terciopelo eran la atracción principal y ninguna de las incautas que se acercaban a acariciar las suaves telas conocían la historia de aquellos vestidos malditos.

Una mujer, algo atrevida, de una singularidad increíble por su alma joven, de una belleza imponente que hacía girarse a cada hombre, que hacía que cada mujer sintiera envidia, hacía sonar los tacones en el suelo de madera del Bershka. ¿Su dirección? El vestido escarlata de terciopelo, pero... ¡qué pena! No tenían su talla.

Tatiana, este era su nombre, se dirigió a un mercader, alguno podrían tener en el almacén. Tatiana esperó en aquel mismo punto, junto a un pilar enorme en medio de dos puestos con pañuelos de telas exóticas. Sacó una libreta y escribió una carta, debía enviarla a su amante al día siguiente desde el puesto de mensajería. Javier, de familia pudiente, sería un pretendiente perfecto para conseguir su sueño, ser una vieja rica, reinando un caserón lleno de ecos y con la cabeza de su marido bajo la cama. Sintió que alguien le agarraba del vestido, pero al girarse no vio nada. Un soplido de viento recorrió su nuca. ¿Cómo? Miró a todas direcciones. Nuevamente nada. Los dos puestos con pañuelos se volcaron sin razón aparente. Las telas volaron por los aires como si un fuerte soplido las elevara. Tatiana gritó de miedo y contagió aquel terror a las mujeres que se acercaban.

El mercader volvió con Tatiana, no habían más de ese modelo. Tatiana lo aceptó y se llevó el vestido, adelgazaría por aquella belleza. El mercader al ver el montón de pañuelos desmontados en el suelo miró a Tatiana con desdén, pero esta se defendió, un acto diabólico, dijo asustada. El mercader ahogó sus majaderías con un grito, dejándola en ridículo, ¿cómo puede creer usted una señora tan digna en supercherías? Tatiana agarró el vestido de terciopelo y marchó a la caja para pagarlo, pero en aquel momento una oscuridad llenó el local. Las velas de toda la tienda se habían apagado. Solo se escuchó un grito desgarrador en la sala. Cuando consiguieron volver a encender las velas encontraron a Tatiana colgada boca abajo, agarrada con una soga y creando una cruz invertida. La sangre corría por su cuello y ya había un charco en el suelo. La muchedumbre salió entre gritos y sollozos de terror absoluto.

Así la leyenda creció, el Bershka de Novum Centrum cerró y ya nadie se atrevía a entrar a otros, aunque estuvieran en otros castillos comerciales. El Bershka de Bonairum cerró también por falta de clientes, porque aquella noticia había dado la vuelta al reino entero. Nadie se atrevía a pisarlos. Un miedo atroz rodeó a los establecimientos Bershka, la gente hablaba, exageraba e inventaba. ¿Fantasma, demonio, maldición? Nadie sabía, pues la policía jamás resolvió el caso. Lo achacaban a una presencia maligna, pero los curas no podían curar el mal que los poseía. Superaba sus conocimientos divinos.

La ropa fue enviada al Reino de Madrid, dónde sería reenviada al castillo comercial Gran Vía. Allí la leyenda era un silencio corrosivo. Nuria, la dama preferida del reino, entró por el Bershka aquel día de viernes trece, fatídico, como siempre. Ella era de una sensualidad inigualable, con una mirada tan dulce, aquellos mofletes rosados. Se probó el vestido rojo del diablo, salió con él a la caja y el mercader se lo cobró. Andaba tranquila hacia la puerta del local. Por fin aquella maldición la dejaría marchar sin dañarla. Portaba su vestido en una bolsa, pero sentía que alguien la agarraba, como si trataran de robársela. Nuria se giró para ver a nadie salvo compradores tranquilos que miraban sus prendas y las abrían en el aire, comprobaban precios y tallas. Y volvió a sentir un tirón, pero esta vez en su cabello. Una respiración acarició su mejilla, un aura helada congeló los alrededores. El gentío lo intuyó también, temían como Nuria, mirando a aquel punto helado donde la nieve ya caía. Nuria tenía una fija mirada sobre ella.

Algo, una presencia, una fuerza intensa. Arrasó con todo y lanzó los vestidos por el aire, rompió telas y sedas, las mesas de madera que sostenían las prendas se astillaban en mil pedazos y el serrín como una humareda. Vestidos caían sobre Nuria en una montaña de sangre de telas. Terciopelo, terciopelo por todas partes. Suave, rozando su rostro, haciendo sus manos temblar. Terciopelo, quemando su piel. Terciopelo, agujereando sus brazos. Y el vestido blanco de Nuria estaba ya lleno de sangre, tanto, que parecía también escarlata. Nuria corrió hacia la puerta asustada tratando de salvar su vida. La ropa fue cayendo de sus manos, hasta que solo quedó el vestido escarlata. Pero el caos seguía desatándose. Nuria estaba a dos pasos de la salida, de la libertad, pero las puertas se abrieron para ella con una fuerza descomunal. No se lo esperaba. La golpearon. Tal fuerza fue que Nuria acabó en pedazos. Pedazos escarlata que decoraban las prendas del mercader del reino de Madrid, que sollozaba junto a los presentes llenos de vísceras y sangre.

Las puertas se cerraron. Otro golpe. Luces parpadeantes y un chillido de todos. Una voz tenebrosa, gutural y distorsionada acompañó a los efectos sobrenaturales.

—¡Jaja! Si tenéis algún puto problema con las muertes en los putos Bershka podéis besarme mi culo podrido y muerto, ¡así que qué ninguna zorra se atreva a llevarse mi vestido escarlata de terciopelo porque le partiré en mil pedazos! ¡Humanos asquerosos! ¡¿Me habéis entendido?! ¡Y ahora quiero ver como tembláis y huis de miedo!

Las risas se escuchaban mientras la gente corría, para salvar su vida. Aquel día nunca fue olvidado por las personas que lo presenciaron. La leyenda de la Dama Choni y su vestido de terciopelo escarlata se propagó por toda Iberia. En las hebras de aquel vestido estaba el mismo demonio. Pobres chicas, Sandra, Andrea, Tatiana y Nuria jamás volvieron a la vida, ahora están al otro lado, junto a aquella presencia perdida. Todo por una prenda, por un impresionar, por una belleza. Y el vestido, obviamente, no fue comprado, jamás vendido, se guardó en el almacén del mercader, junto a todas las prendas de terciopelo, que ya habían pasado de moda.

Publicar un comentario

0 Comentarios