Retos de cuarentena: La Botella de Agua



 En Twitter una maravillosa cuenta (MÓNIKA FEREN) ha creado unos retos de escritura para que no nos aburramos en estos días confinados. Este es el enlace al twit y este es el enlace a la cuenta. ¡Disfrutad!

La Botella de Agua

Estamos sentados en el sofá, las calles vacías son solo el comienzo de esta quincena terrible. La MTV suena frente a nuestros rostros impasibles. La gentuza se pavonea en la pantalla con sus músculos, los gritos irascibles y las huidas dramáticas. Un espectáculo que Gabriel no quiere perderse, pero del cual yo he quedado prendado sin darme cuenta. Y es que, ¿hay algo más que hacer? Y se me ocurren mil cosas pero nada llama a las ganas mermadas de mi cuerpo. Es un hastío que recorre mi cuerpo y esa para mí es la verdadera pandemia.

Estamos comiendo chocolate, cada uno tres onzas, una fila entera. Gabriel mastica, rompe el chocolate y suena en la sala de estar. El sabor llena mi boca. Podría pasarme los días comiendo chocolate, cierro los ojos. Todo está en calma, no se escucha nada en el pueblo. El cielo está oscureciendo, llega la noche. Crack. De repente, un crujido de la botella de agua nos desvela de aquel dulce sueño con leche.

Miro el objeto, no se ha movido de su sitio. Estaba absorto, pero Gabriel lo ha visto. Su rostro muestra un pavor que no había visto antes. Sus extremidades están paralizadas. Cuando intenta hablar le tiemblan los labios. Crack. Otro crujido y yo estaba mirándole. Gabriel da un salto y se hunde en el respaldo del sofá. La botella tiene el centro aplastado, como si una mano la hubiera agarrado con fuerza. Acaricio la rodilla de Gabriel tratando de calmarle, es solo una botella. No es la primera vez que me pasa, pero cuando menos lo espero la tapa sale disparada hacia el techo. El sonido de un escopetazo llena la habitación. Se asemejó a un disparo.

Sobresaltados escapamos del sofá. El techo estaba agujereado. La tapa cayó al suelo partida en dos mitades. Gabriel ya rodeaba la mesa de los comensales, las sillas todavía estaban sobre la mesa de madera tras la limpieza. La botella de agua se remueve en su sitio y, todavía con el centro aplastado, levita por encima de la mesa de café. Sigo a Gabriel y le cojo de la mano. Nos abrazamos ante la visión de algo increíble. La botella gira sobre sí misma y el agua rocía toda la sala de estar. Lo que debía ser agua indefensa nos ciega los ojos. Nuestros gritos, mis manos sobre el sofá. Siento que Gabriel se aleja y choca contra el tendedero lleno de ropa. Un par de prendas gordas caen al suelo, pero no veo nada. Levanto la vista y siento que tras aquella botella hay algo más. Una sombra blanca y translúcida la está sujetando. Mi rostro confuso intenta enfocar la imagen, pero no puede.

Ya no escucho a Gabriel, me centro en lo que estoy viendo. La sombra translúcida comienza a opacarse, su piel es de un ocre extraño. Tiene tres dedos y piernas de saltamontes, el rostro insectoide me mira y siento que me estalla la cabeza. Me duele la frente como si vertieran lava en mis sesos. La bestia, que todavía no es completamente visible, se lanza contra mí. Siento una de sus patas agarrándome el cuello. La bestia se echa el resto del agua de la botella sobre su cuerpo. Cierra los ojos de mosca que tiene y creo reconocer una maquiavélica sonrisa.

—El agua es nuestra.

Un cuchillo cae en su tráquea. Gabriel aparece armado y la sangre verde comienza a brotar del insecto gigante. Él también puede verlo. Nada más extrae el cuchillo, el ser se desvanece como si fuera una ilusión mágica. Gabriel y yo nos abrazamos, pero me mira sorprendido. La preocupación hace que se le caiga la mandíbula, sus ojos expresan un dolor que no reconozco.

—¡Tú cuello!

Me lo toca. Está marcado con tres puntos que supuran algo, pero no es sangre. Os cuento esto desde el hospital, donde todavía no saben lo que tengo. Dicen que se llama Coronavirus, pero yo no les creo. Gabriel también está infectado. Dicen que no tiene cura, pero él se recupera. Los agujeros de mi cuello no se cierran. Toso sangre, pero yo no la veo roja. Es una sangre verde y asquerosa, como flemas pegajosas. Y los doctores creen que me está afectando a la mente.

Lo noto, dentro de mí. Es una crisálida. Me miro las manos. En mis brazos comienzan a surgir escamas. ¿Son escamas? Toso otra vez. Se cierra mi garganta.

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