¿Sabéis por qué nos gusta tanto el sonido de la lluvia? Es tan relajante sentarse en la cama a escucharlo, ver cómo las calles se mojan y los coches atraviesan los charcos levantando las olas. Nos da una sensación de paz, de quietud, de que el presente importa y sólo nos preocupamos de mirar por la ventana. Y observar. Olvidar.
¿Por qué será que nos afecta tanto? Es porque cuando llueve, el mundo se para. Los planes se cancelan, si se inunda la ciudad no vas al colegio, las clases extraescolares pueden abandonarse para otro día, no sales de casa y cada una de esas obligaciones que en tu subconsciente te asestaban se esfuman. Ya no eres deber a hacer algo, eres libre. La gente deja su vida ajetreada por unas horas para contemplar solo la lluvia. Es el impasse del colgado, y nos encanta.
Ya no debes ocuparte de la vida adulta, puedes volver a ser un niño jugando en su habitación. Y es ese alivio de la vida adulta lo que te gusta. El tiempo se para y nosotros podemos esperar sin hacer nada. Y es que nos exigen siempre tanto, corre que la vida pasa deprisa. Busca empleo fijo, piso, casate, ten hijos, vive inquieto, sin pausa. ¿No se va todo volando?
¿Y si quiero esperar? Vivir tranquilo, caminar, sentarme en cada banco, degustar los ciclos de la vida. Son como viejos amigos, no volveré a verlos. Quizá corremos demasiado buscando la muerte, el fin definitivo de nuestro sufrimiento, pero para eso... ¿No sería mejor vivir paso a paso sin preocuparse por el tiempo?
Por eso, el colgado lleva una aureola. La gente le ve boca abajo y piensa que agoniza como un crucificado. Pero no, él es voluntario y disfruta de su pausa. Allí es feliz, es santo, aprende la verdadera esencia de las cosas. Días de lluvia, Odas al colgado desesperado por una soga. Ya que no podemos parar el mundo, veamos caer las gotas en la ventana.
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